La noticia ha sido aireada en
pleno verano, cuando el calor aprieta y nos llama al
descanso. La verdad es que no todos los españoles pueden
tomar vacaciones, a pesar de tener una jornada laboral tan
crecida y estresante que impide hacer familia. Aún el dinero
se queda corto, medio sueldo lo tenemos hipotecado de por
vida, y todavía resulta privilegio para algunos lo de vivir
de modo diferente al resto del año. Tendríamos que
reivindicar un tiempo para dedicarnos a nosotros mismos y a
los nuestros. Los españoles somos los que más horas
invertimos en el trabajo, (38,2 horas a la semana frente a
las 36,3 horas del resto de asalariados europeos), quizás
también los más quemados, lo que nos sitúa entre los que más
tiempo de media dedicamos a la actividad laboral, según
datos de la Oficina de Estadística Europea (Eurostat).
Los últimos datos de Eurostat también revelan que el número
de días de vacaciones pagadas en nuestro país es menor a la
media de los países de la zona euro en casi cuatro días. En
vista de lo cual, no estaría mal reconsiderar el dicho de
trabajar para vivir y no viceversa. El disfrute de un reposo
y ocio suficientes para cultivar la vida familiar o social,
es ley de vida. Que no sea pérdida del salario. Son
oportunidades para crecer personalmente, cargar las pilas
como se dice popularmente, para salir de la egolatría, de
esa cadena competitiva a la que no le mueve el corazón, y
disfrutar de la vida. En cada una de sus formas, sea trabajo
intelectual o físico, todos nos merecemos un respeto, lo que
conlleva la consideración a tener un tiempo libre; puesto
que, detrás de cualquier actividad laboral, hay siempre una
persona ligada a una familia que también necesita tomar su
tiempo para dedicarse o dedicarle a su gente.
Humanizar el trabajo significa también asegurar el descanso
necesario, cuestión que los poderes públicos tienen
obligación de garantizar. Sin embargo, recientes datos del
Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), nos muestran
el desamparo total que hoy en día tienen algunos
trabajadores. Trabajan más horas de las debidas y suelen
realizar horas extraordinarias, que no les son pagadas en la
mitad de los casos. Tenemos el derecho y el deber de que las
políticas laborales consideren el trabajo en relación con la
persona y no a la inversa. En un momento en que tanto se
habla de progreso social, deberíamos preguntarnos si tal
avance alcanza los niveles de humano y universalidad, de
promoción y remuneración suficiente para satisfacer
necesidades propias y de familia; y si el trabajo, como
derecho y deber, sirve para nivelar las desigualdades
injustas y para favorecer una atmósfera menos
discriminatoria y abusiva. En suma, si el empleo dignifica,
o sea, si da el sentido gozoso a nuestra vida y no el
desespero de una carga difícil de sobrellevar.
El síndrome del quemado o de agotamiento profesional surge,
precisamente, motivado por un proceso en el que se acumula
un estrés excesivo causado por el trabajo que se ha
convertido en un auténtico calvario para la persona que lo
sufre. Por ello, me parece justa esa reacción judicial de
que un Tribunal de Justicia haya sentado cátedra al
respecto, enjuiciando este trastorno como accidente laboral.
Podemos ser los más trabajadores, los más trabajados; pero,
me pregunto y les pregunto, ¿a qué precio? El mundo obrero
vive una precaria situación acentuada por la inestabilidad.
Aumentan los trabajos poco dignos, transitorios e inseguros;
y, por desgracia, la solidaridad laboral continua siendo la
gran asignatura pendiente, frente a un creciente
individualismo utilitarista, contaminando de esta manera
toda dimensión ética y moral.
En consecuencia, yo no estoy nada satisfecho de que seamos
los que más trabajamos de la Unión Europea. Sería mejor que
fuésemos los que más contentos vamos al tajo. Esto nos
indicaría haber contraído unas buenas condiciones laborales,
un buen clima de promoción a través del trabajo, una
verdadera readaptación profesional, un medio seguro de
asegurar la vida de familia. Estas pautas son las que
verdaderamente elevan la productividad, el amor a lo que se
hace. Por consiguiente, pienso que aumentar las horas de
trabajo para nada es indicativo de mayor producción; sino el
que los trabajadores vayan todos a una y en una misma
dirección de colocar el trabajo al servicio de toda persona.
El que seamos los más trabajadores de Europa en una cultura
basada en producir y consumir, tampoco quiere decir que
seamos los más realizados e nivel personal. Que cada cual se
responda asimismo. Considero, pues, superior hazaña la de
actuar como laboriosos obreros, siempre dispuestos y
solidarios en participar la grandeza del trabajo humano,
sobre cualquier otra dimensión económica que nos esclaviza
hasta el extremo de vender la propia dignidad personal. Esta
fría y calculadora cultura obrera que todo lo acapara para
sí, es manipuladora y, en toda regla, destructora de la
familia. La padecemos y la sufrimos con verdadera
resignación. Me temo que los inadaptados profesionalmente
son mayoría. Hay que hacer algo por mejorar estos climas
¡Arriba la conciencia obrera! Que no se pierda.
A propósito, pienso que los planes empresariales deberían
tener en cuenta la rehabilitación laboral. Convendría pensar
más en la reinserción de los pacientes, aquellos que han
enfermado en su relación laboral. Que retornasen al trabajo
activo, previa escucha y tenderles una mano. Cuando una
persona no vuelve a trabajar es muy difícil que su proceso
patológico, como puede ser el síndrome del quemado, termine
y se adapte a la vida. Por encima de estos sistemas de
producción, regímenes e ideologías que potencian sobremanera
la esclavitud, urge proponer (y promover) nuevas vías que
nos dignifiquen y nos solidaricen en el trabajo. Que seamos
los más trabajadores, ¡bien!; pero también los más
satisfechos y los más humanos, ¡mejor todavía!
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