En general, una persona autodidacta es aquella que se
instruye a sí misma. Los casos de autodidactas son
innumerables. Para llegar a serios sólo es necesario que el
sujeto sienta la verdadera necesidad de aprender, de
conocer. Por supuesto que esta circunstancia se da casi
siempre en personas adultas, que demuestran un gran interés
en realizar su propio aprendizaje-autoaprendizaje. Dicho
así, podemos pensar que el citado proceso es imposible, pero
la realidad de los hechos nos demuestra que los sujetos
consiguen sus objetivos, que suelen ir en alcanzar una lecto-escritura,
capaz de realizar los productos convenientes para
comunicarse con su entorno, y por añadidura, unos
conocimientos elementales de Matemáticas.
Mis padres fueron autodidactas. No tuvieron oportunidad en
su niñez de ir a una escuela. Su entorno natural era de
estructura rural, con la consiguiente carencia de centros
educativos, por lo que si hubiesen querido no hubiesen
podido asistir al colegio. Tampoco se pudieron beneficiar de
aquellos “maestros” rurales, hoy olvidados, y, por
consiguiente, sin reconocimiento alguno, que de forma
itinerante reunían en un cortijo a un grupito de niños y
niñas para transmitirles unos conocimientos elementales.
Eran “idóneos”, que contribuyeron a iniciarlos en la lecto-escritura
y las operaciones aritméticas fundamentales. Se suponía que
vivían de su trabajo.
En el caso de mi madre, que no sabía leer ni escribir, casi
toda su vida se la llevó trabajando, realizando, al mismo
tiempo que mi padre, las aportaciones complementarias para
el sostenimiento de una familia de seis hijos. Siempre
dispuesta para trabajar en aquellas tareas que
ocasionalmente le salían. Trabajos domésticos. Pero este
sistema ocupacional inestable dejó de existir y se colocó en
un hotel de cierta categoría, en nuestra ciudad. De realizar
labores primarias, pasó a camarera de planta, por lo que se
dio cuenta que para llevar cierto control elemental del
material puesto a su disposición, y su consiguiente
responsabilidad, necesitaba de conocimientos de lenguaje-lecto-escritura
y de matemáticas. Esta asignatura estaba superada, por la
experiencia de la vida diaria, pero la otra, no. Así que
manos a la obra. No había que decepcionar a aquellas
personas que había depositado su confianza en ella.
Mi padre estaba en la misma situación que mi madre: tampoco
sabía leer ni escribir, pero las cuentas las dominaba muy
bien. Nunca conocí las estrategias que utilizaba, pero para
el cálculo mental era un perfecto dominador. Claro que
cuando llegaba el momento del “fiado” nos pasaba la tira a
uno de nosotros, para que comprobáramos si el tendero de
turno, la había realizado sin error. Pasaba un poco de la
lecto-escritura.
Mi madre, por la necesidad antes apuntada, estableció su
propia estrategia de “Autopreparación”. Se compró un
cuaderno de dos rayas. Uno de nosotros, generalmente yo,
teníamos que ponerles unas muestras, que después ella,
pacientemente reproducía. Se trataba de repetir palabras
como toallas, sábanas, fundas…, es decir, el nombre del
material de camas que estaban bajo su custodia. Al final de
cada copia, reproducía su nombre y primer apellido, porque
ya no estaba bien visto que firmara con el dedo. Así se
introdujo en el autodidactismo. La segunda parte de su “plan
de alfabetización, consistió en adquirir un manuscrito, su
querido manuscrito, del que nunca se separaba. No recuerdo
si fue su propia iniciativa o por consejo de alguien. Lo
cierto fue que mi madre encontró el instrumento más valioso
que pudiera imaginarse: “Mi primer manuscrito”. Ya, en el
prólogo del libro, los autores informaban: “Aquellos
profesores que persisten en el imperdonable error de no
considerar la escritura como el medio más eficaz para la
enseñanza de la lectura, indudablemente, una sorpresa
desagradable, rayana, quizás, en la decepción al hojear este
librito”.
Y bien eficaz que fue su utilización, porque si algunos no
están de acuerdo, enseñando a leer escribiendo, esto es,
simultaneando ambas enseñanzas, el sujeto se identifica de
tal modo con los caracteres manuscritos -mayúsculas y
minúsculas más corrientes-, que prefiere su lectura a la de
los de molde; y esto es tan cierto, que algunos
profesionales llegaron a pensar formalmente en la
conveniencia de proscribir por completo caracteres de
imprenta, al menos, durante el primer periodo de
aprendizaje.
De éxito fue calificado el “autodidactismo” de mi madre, que
veía como conseguía progresar, para su satisfacción
personal, en el campo de la lecto-escritura. Se mantuvo en
su puesto de camarera en el centro hotelero, donde había
conseguido plaza fija. Pero no se quedó así; ella seguía con
sus actividades, aparcando de momento su manuscrito, y
realizando incursiones en otros materiales como periódicos y
libros de lecturas.
Gustaba mucho a mi madre alternar su inseparable manuscrito
con un libro de lectura de la editorial Edelvives, concebido
con miras educativas, despertando en el lector valores
morales, religiosos y patrióticos –en esta época no podía
faltar estos últimos-. Refería mi madre, con frecuencia, el
episodio “Las cuentas de Pablito”, donde éste presenta a su
madre lo que le debía por ciertos servicios prestados. Su
mamá, con tristeza, en el desayuno dejó la cantidad que le
debía”, acompañada de una nota. En la nota, detallando todos
los servicios que le había prestado en su corta existencia,
la resumía con “no me debes nada”. Pablito quedó
impresionado por la nota de la madre, y llorando, le dijo:
“mamá nunca podré pagarte lo mucho que te debo”. Referir la
moraleja del cuento, quizás mi madre la refiriera para
hacernos ver que en la unidad familiar, nadie debe nada, que
“todos estamos a la par y jugando”.
Mis padres lucharon contra la adversidad –seis para educar
durante la posguerra-, y no dudaron en que todos fuésemos a
la escuela para que no nos ocurriera lo mismo que a ellos.
Al menos intentaron que todos consiguiéramos una preparación
dentro de unos niveles de enseñanza primaria. Claro, que los
suyos eran otros tiempos.
|