En cada aurora nace una esperanza
que al atardecer se vuelve poesía para las noches de luna.
Algo así debió pensar Patrick Huet, un poeta francés al
escribir el poema más largo del mundo con los raíles de una
tela kilométrica y los remos de los derechos humanos. Desde
luego, es una buena manera para empaparse de naturalidad.
Nos hace falta. Los aires de las falsas libertades nos
atrofian las venas sensibles. En el fondo, el verso más que
mirar nos permite ver lo que otros quieren taparnos. Basta
hacer memoria histórica, con la conciencia del verbo
conjugada a la vida, para caer en la cuenta de cómo sistemas
ideológicos y políticos aberrantes, de manera intencionada,
han tergiversado la verdad; llevándonos en volandas a
crueles guerras de unos contra otros, con el exterminio de
pueblos y razas enteras.
Me gusta la lucidez del poeta francés al ponerse en manos de
la poesía para bordar en tela el abecedario de la verdad. Lo
que comienza en liberación siempre termina en sabiduría.
Precisamos que cesen los llantos. Y esto, de hacerlo en
poesía, es una acertada forma de llamarnos al orden de la
vida. Por desgracia, el terror avanza como un dios para
coronarse de soberbia. No se puede permitir que nadie
destruya el verso interminable de la existencia. Ningún
mandatario puede saltarse las leyes naturales de la vida y
decidir sobre un ser humano. Conviene recordarlo. El poema
siempre es una fuerza de paz para el mundo. Estoy convencido
de ello. La prueba la dio Platón: Al contacto del amor todo
el mundo se vuelve poeta. Pues que así sea, puesto que la
lírica es el primer verso para los árboles del cielo y
debiera ser la primera luz para los gobiernos.
La clarividencia de Patrick nos lleva a la reflexión sobre
el cumplimiento de los derechos humanos, sobre la libertad
de pensamiento por la que tanto han luchado los poetas de
todos los tiempos y de todos los lugares. Negar esta
dimensión poética significa atentar gravemente contra el
verso de la vida; esto equivale a negar la voluntad del ser;
más todavía, significa atentar contra la misma vía láctea de
la creación, y por ende, transgredir la existencia humana,
puesto que transforma al ser humano, a la persona misma, en
un simple monigote de un proyecto de organización social que
mueve los hilos a su antojo e interés.
Hay que saber que no existe país sobre la tierra donde el
amor no haya convertido a los amantes en poetas; dijo
también otro francés, el filósofo y poeta Voltaire. El amor
todo lo puede, hasta romper los muros de la indiferencia.
Por ello, también hay que saber como una ola y otra ola son
el mar mismo, que ningún país debe permanecer en la
pasividad, puesto que forma parte de ese mismo mundo, y
evadirse a la obligación de ayudar a esclarecer la verdad
que encierran los derechos humanos. Estos verdaderos
latidos, de corazón justo enraizados en el verso de la
autenticidad, a los que los humanos tenemos derecho por el
mero hecho de nacer, no pueden ser más amplios en unas
culturas que en otras, puesto que no deben existir
territorios en el que sus habitantes tengan diferentes
grados de dignidad humana. Todos los espacios son del verso
y la palabra. Esta ley debe ser la norma de todos los actos
humanos.
La falta de consideración a la palabra entorpece todo
diálogo. Patrich, con su bandera de voces, nos llama a la
poesía. Y servidor se suma a esa fuente de claridades. El
hombre ciego no ve la lámpara y tropieza, se hace el sordo a
la voz de la esperanza. Así, entre tantos bárbaros, no puede
clarear la mañana y tampoco hacerse la paz. Porque la
armonía son los raíles de un poema que germinan en el
silencio de un abrazo. Démonos a la poesía, pues, y
movámonos a su ritmo viviente. Que se entierren las guerras
en el cementerio de los moribundos poderosos. El futuro es
de los poetas que injertan la belleza a su paso. El presente
ya les pertenece por sus ojos de niño en un hábitat de
farsa.
|