Si hay algo que me encanta
presenciar, desde la atalaya de privilegio que tengo, es el
montar y desmotar de las atracciones instaladas en el
recinto ferial. Todo un ritual que, jamás, me quiero perder.
Cada año, a la hora marcada, acudo a la cita para contemplar
ese espectáculo único de aparecer y desaparecer, como por
arte de magia, todos aquellos artefactos que, durante nueve
días han formado parte, de alguna, forma de nuestras vidas.
Faltaban veinticuatro horas para el inicio de las fiestas
patronales y no había instalada, al completo, ninguna
atracción.Y, de pronto,cuando sólo faltaban unas horas, como
si de un juego de magia se tratase, se encienden sus luces,
suenan sus sirenas y todo está a punto para iniciar su
andadura durante nueve días. ¡Que grandioso espectáculo!
De momento, esos nueve días, han pasado con la velocidad del
rayo, y llega la hora de desmontar todo el tinglado. Las
luces se han apagado, las sirenas anunciando la puesta en
marcha de las atracciones han cesado, nos dicen adiós, hasta
el próximo año.
Y en un abrir y cerrar de ojos, no queda nada, con la misma
velocidad que surgieron han desaparecido no sin antes, un
año más, dejar grabadas en mis retinas toda esa grandeza de
ese espectáculo único, de montar y desmontar las atracciones
del recinto ferial.
Espero y deseo estar, el próximo año, en mi privilegiada
atalaya, para volver a contemplar ese único espectáculo que
mañana, seguramente, se volverá a dar en otros lugares, en
otros pueblos, e igual a otras personas, como a mi, les
guste contemplar todo ello.
Ha sido una feria tranquila y divertida, que es como deben
ser las fiestas patronales.Y parte de culpa, de que hayan
sido así, la tiene la juventud sin distinción de credos o
razas.
La juventud, cada día más preparada es la que, al final,
impondrá su ley, desterrando esos tabú es arcaicos y
trasnochados que algunos tratan de imponerles queriéndoles,
como dicen ellos, comerles el “coco” basándose en idea de
épocas ancestrales y que, ya, la juventud pasa olímpicamente
de ellas porque, a mayor cultura, mayor dificultad para
querer guiarlos como a borregos.
Y que conste, en acta, que al decir lo de la juventud, me
estoy refiriendo a la juventud que forman las cuatro
culturas del pueblo ceutí.
Han dado una, auténtica, lección de saber estar y demostrar
que a la feria hay que ir a divertirse y a pasarlo bien,
apartando, de su lado, a todos esos “metepatas” que sólo
saben destrozar la diversión de los demás.
He visto cosas, en el recinto ferial que, hace años, eran
imposibles ni siquiera imaginar que pudiesen suceder. Cosas
que me han llenado de satisfacción al comprobar que, todas
mis ilusiones y toda mi confianza depositada, en nuestra
juventud sin distinción de credos o razas, no me ha
decepcionado. Gracias, a toda esa juventud, por lo que
habéis sabido aportarme.
La cultura es, sin duda alguna, la mejor arma para luchar
contra las desigualdades y acabar, con todos aquellos a los
que se les ha parado el reloj del tiempo en siglos pasados,
y que no quieren, bajo ningún concepto, que avance para no
perder todo el poder sobre los demás y seguir viviendo del
cuento.
Cada año acuden muchos más jóvenes a las universidades, y
que con la cultura adquirida, en las mismas, cuando regresan
descubren que no pueden aceptar unas formas de vida que
dictan mucho de ser, por la cultura adquirida, la que
dirijan sus vidas.
Esa es la gran rebelión de la juventud y que nada, ni nadie,
va a poder detener por mucho que quieran imponerles, todos
aquellos, que saben que su mandato, sobre la juventud, está
cimentado en mantener unas costumbres y unas leyes
ancestrales que ven, con desesperación, como van perdiendo
su poder, al mismo tiempo que la juventud adquiere mayor
cultura.
Será una lucha larga la que tendrá que mantener la juventud
hasta conseguir su objetivo. Una lucha titánica contra todos
aquellos que saben que perder su dominio, sobre la juventud,
es su total desaparición y el dejar de vivir de un cuento
mantenido durante mucho tiempo, sólo en su propio beneficio.
La juventud hará que se acaben todos esos tiranos que, en
estos momentos, incluso gobiernan sus vidas, teniéndolos
sometidos a un sistema de vida de opresión y dictadura
Pero, al final, la juventud, mal que les pese a todos esos
dictadores de las vidas ajenas, ganará la batalla e impondrá
su ley. Una ley de libertades y sin estar sujetas a
perjuicios algunos por la diferencia de sus razas o credos.
La cultura es el miedo de los dictadores. Por ello, cuando
llegan al poder, se afanan en acabar con todos los
intelectuales.
Cada día, hay más jóvenes adquiriendo una mayor cultura y,
esa, será su mejor arma para la victoria final.
No sé cuándo se producirá pero sé, con toda certeza, que
llegará.Y ese día, me gustaría poder contemplar, desde mi
privilegiada atalaya, la gran victoria de la juventud.
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