No hace mucho tiempo, algunas familias se afanaban en buscar
la enseñanza musical por razones sociales. Se decía que un
nivel de conocimiento de las obras de la música clásica
sintonizaba con una buena cultura general. Los tiempos
cambian, para bien o para mal, y esas fascinantes
experiencias culturales, se han extendido a todas las
gentes. También los gozos se contagian en los pobres, a Dios
gracias. Hoy advierto, con cierta alegría y no menos
expectación, como cada día son más los restaurantes que
cuidan la música que ponen a sus clientes, al igual que los
vinos o los propios menús. Esto le da un toque de empatía al
ambiente. En todo caso, a nadie le amarga un plato de
melodías bien servidas, con sus acordes y contrapuntos.
Cuando la atmósfera de los sonidos tiene ese ángel que nos
sublima, o que nos acompaña, el mundo se ve de otra manera y
uno se desprende hasta del corazón. Lo armónico siempre
concilia y reconcilia, es un lenguaje que rompe rejas y
alimenta sobre todo el amor, que buena falta nos hace para
no quemarnos al pisar el asfalto diario donde llamean
lenguas de desamor a cuarenta grados de veneno. En la mesa,
mejor que un repetitivo y televisivo noticiario rosa o una
película del marujeo, una de música es el mejor entrante
para calmar ansiedades y que nuestros sentimientos vuelvan a
su estado cristalino. Estoy convencido de que es una buena
manera de alargar la vida y de alegrarnos la jornada.
La música siempre va directa a nuestra parte más sensible,
más necesitada de cuidado. Por ello, nos alegra que los
españoles empiecen a gastar más euros en música que en
medicinas. Según el último Anuario de la Sociedad General de
Autores y Editores (SGAE), el gasto por habitante en
conciertos de música clásica alcanzó la cifra simbólica de
un euro en 2005, lo que revela que hubo más espectadores,
más conciertos y más recaudación que en 2004. Esto es una
sabrosa noticia, puesto que el ritmo es para las
habitaciones del alma lo que la luz para la existencia,
mucho más fundamental que saber vestir en cada momento y
para cada ocasión. A veces lo interior no lo cuidamos y es
más vital que lo externo. Si tremendo es caminar sin amor
por la vida, no menos huérfano resulta ser incapaz de
llevarse una música a los labios.
Estoy seguro de que si los españoles seguimos en la onda de
consumir música clásica nos vamos a adelantar en los puestos
mundiales de la felicidad. Ahora estamos en el cuarenta y
seis, a pesar de tantas ventanillas sociales con teléfonos
de esperanza y un sol de justicia para alegrarnos el cuerpo.
La música nos transporta a ese otro mundo invisible con el
que soñamos, puesto que este visible mundo aún siendo más o
menos feliz, o estando más o menos satisfechos de la propia
autobiografía, siempre nos restará mucho por hacer. Consolar
a los demás puede ser un buen propósito. Las artes, cuando
en realidad es artículo de ordenada genialidad, siempre nos
alivian por dentro. En este sentido, la música tiene un
lenguaje especial que nos mueve (armónicamente) y conmueve
(serenamente). El mismo San Agustín dio fuelle a tan
preciado manjar, cuando dijo: “El que canta ora dos veces”.
Lo de cantar es historia timbrada ¿Lo tendrán en cuenta los
que ahora pretenden reescribir la historia de nuestra
historia? Sepan, por si acaso, que nuestra tradición musical
es católica cien por cien, y que constituye un tesoro de
valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones
artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a
las palabras, constituye una parte necesaria o integral de
la liturgia solemne. También esta música sacra está en alza.
En este momento, yo mismo, mientras enhebro las palabras,
fiel a la costumbre de escribir con música de fondo, escucho
un CD que es toda una referencia a la belleza de la
santidad, se trata de la misa flamenca de Alfredo Arrebola,
premio Nacional de Flamenco y Flamencología.
Personalmente me gusta llevar a la boca estos aires que son
poesía en vivo, gritos de un corazón que habla. Los
fandangos, las malagueñas, los soleares, las granainas,
seguiriyas, cartagenera y demás recitados, son verdadero
arte del pueblo oprimido y sentida oración del ser que
camina. Los textos tomados del Misal Romano, conforme a la
Constitución Apostólica “Missale Romanum”, promulgado por
Pablo VI el día 3 de abril de 1969 y adaptados por el
cantaor Arrebola no quedan a la improvisación, ni al
arbitrio de su cante, sino a una bien concertada dirección
en respeto a las normas litúrgicas, como era de esperar dada
su adecuada formación teológica y flamencóloga. Recomiendo
al lector esta música por ser buena compañera para llenar
soledades y meditar, pues ella misma es un concierto de
silencios que nos encandilan el espíritu y nos encienden la
virtud.
En consecuencia, propongo, por si alguno todavía tiene
dudas, la música como plato de verano para huir de las
tristezas y redimir penas. Palabra que cura. Es el arte de
las musas lo que se ofrece. Si los gozos del paladar son más
vivos oyendo una música clásica, (se mejora la digestión),
las noches tienen también su encanto suscitando
sentimientos, pensamientos o ideas. Toda una experiencia
estética que toca el amor y roza lo místico. Hay ciudades y
pueblos que han tomado buena nota de lo bien que le sienta
al vecindario este tipo de encuentros y organizan, con
carácter gratuito, ciclos de conciertos inolvidables, donde
la música docta navega al aire libre y en escenarios
singulares. Me da igual que tome de primer plato, segundo o
postre, al romper el alba, a la siesta o a la hora de las
brujas, música académica, artística, de concierto, clásica
occidental, sacra, litúrgica, erudita, orquestal…Eso sí, que
sea en verdad música y no sucedáneos. No le vendan gato por
liebre y acabe más sordo que la una. Rechace imitaciones,
por aquello de que sólo relaja la belleza cuando está
estéticamente aderezada.
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