Llegar a la Península tiene un
precio que 345 personas han estado dispuestas a pagar tras
el fin de fiestas. En cualquier hueco que dejen las
atracciones, en los bajos de un camión o escondidos en los
remolques intentan burlar el dispositvo de seguridad
desplegado por la Policía Nacional, la Local y la Guardia
Civil en la Operación Feriante. 345 personas que querían dar
el salto sin importarles que se acabara el oxígeno o que un
mal golpe les destrozara el cuerpo. Los resultados que
arroja la Operación Feriante son sólo una prueba más de que
las desigualdades económicas y sociales persisten al otro
lado de la frontera y mucho más abajo. La mayoría de los
detenidos son de nacionalidad marroquí y serán devueltos a
su país en las próximas horas; el resto, argelinos y
bangladeshíes quizá lleguen en unos meses a la soñada
península en uno de los contigentes de inmigrantes que salen
de la Ciudad. La Operación Feriante no es la Feria en sí,
pero está tan arraigada que parece que las fiestas
patronales no terminan hasta que no aparecen, como
fantasmas, los cientos de personas que se esconden entre los
hierros del tráiler. Año tras año, a pesar del despliegue de
los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que cada año
es más preciso y más exhaustivo, los feriantes sin caseta se
deciden a saltar. Cuando comienza el desmantelamiento de la
montaña rusa y de la caseta de tiro aprovechan, buscan el
despiste y se introducen en lo más oscuro del camión. Es un
drama que, de tanto repetirse, suena a capítulo de una
telenovela que podría titularse ‘Viaje al centro de la
Feria’. Y sin caer en lo fácil cualquiera de estas personas
podrían acompañar su breve estancia junto al depósito de
gasolina, con el fémur colocado detrás de la nuca con unos
versos de Machado que hablan de otra travesía: “Cuando
llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que
nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo, ligero de
equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”.
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