Me llama mi familia de Ceuta
echando las muelas y lanzando imprecaciones más vulgares que
un ataúd tuneado. Me paro ante el dicho y reflexiono sobre
la moda del tunning en los coches, como los propietarios los
horterizan con alerones, ruedas especiales, luces de
discoteca y unas chuminadas decorativas tan merdellonas que
hielan la sangre en las venas. Y luego (aluego se dice en el
Palo) veo el ataúd lleno de cachivaches, con los neones,los
colorines y las inevitables rayas de cebra y el muerto en
tanga de leopardo y no es que se me hiele la sangre, sino
que se me hace imperiosa la necesidad de un Diazepán bajo la
lengua. Rabian mis colegas ¡Por diez cochinos minutos!.
Agraviados al máximo y todo por mor de esa Operación Paso
del Estrecho que adquiere en España tinturas onegetistas y
saca a relucir todos los melindres plañideros de los
profesionales de la buena conciencia, que se piensan que no
se brega con turistas y con veraneantes, sino con víctimas
de desastres, hambrunas y calamidades. Sin una víctima a
mano, no hay buena conciencia profesional que valga.
Pero en Ceuta me dicen que, las autoridades portuarias o los
dirigentes del invento se equivocan y lo que hacen es joder
a los de la Operación, que no son víctimas de nada sino
clientes de una compañía naviera que pagan sus buenos
dineros por embarcar sus coches y embarcarse a ellos mismos.
De pasajes de caridad nada y de regresar a España en patera
con la hipotermia tras el cuarto de hora de recorrido y la
deshidratación, tampoco. Son usuarios y clientes que merecen
un trato correcto y de calidad, porque los billetes no se
los regalan los tontos de baba de ninguna oenegé, sino que
van a la agencia y pagan sus buenos euros, por lo que
adquieren todos los derechos y todos los privilegios.
Al parecer de lo que se trata es de ahorrar diez minutos y
ponen a los pobres usuarios y a sus vehículos en una
explanada durante cuarenta y cinco minutos, en lugar de
dejar que, durante ese tiempo, disfruten de las
instalaciones portuarias, se refresquen, consuman un
piscolabis o recen sus plegarias. Nada. Todos al mogollón
los cuarenta y cinco minutos al tiempo que le echan el
combustible al buquebús a la vera de los coches incumpliendo
las más elementales normas de seguridad. ¿Y si hay un
accidente y explota por combustión el petroleo, la gasolina
o el invento que le echan al barco para que funcione?. Pues
nada, toda la clientela explosionada y tema para varios
telediarios, entre el rescate de las víctimas, los bomberos,
los voluntarios, las pruebas de ADN, las manifestaciones de
solidaridad, la condena, repulsa, rechazo y minuto de
silencio en la puerta del ayuntamiento mientras ondean las
banderas a media asta. Y ya tenemos la tragedia del verano.
Los usuarios se quejan del plantón de cuarenta y cinco
minutos a pique de salir volando por los aires si a aquello
le da por reventar, o si le da a un niño por salir corriendo
y se cae al mar, o se deshidrata una señora por la espera.
Pero los listos de turno, que se creen muy astutos cuando
son unos mindundis y unos cantamañanas, deben pensar que
hacen algo encomiable por la sociedad aligerando diez
minutos en la Operación Paso del Estrecho y que son el
summun de la operatividad cuando lo único que hacen es
perjudicar a la clientela, fastidiarla y quitar toda calidad
al servicio.
De nada sirve poseer buenas instalaciones portuarias si no
se aprovechan y la Operación está dirigida por la versión
ceutí de Jose María el Tempranillo, que se llamaba así por
su especialidad en ahorrar tiempo y esfuerzos, vamos, que
tempraneaba. Con los que vuelven de sus vacaciones también
se escatima el tiempo y se les dificultan las condiciones,
sin tener la mínima sensibilidad a la hora de tomar en
consideración que, esos automovilistas, tienen ante sí un
viaje de retorno que bien puede ser de miles de kilómetros y
que, las fatigas, el agotamiento y las dificultades las
tienen asumidas de antemano, porque el regreso no es en
absoluto tan gratificante como la ida. Pero no está bien que
las incomodidades y los inconvenientes comiencen en el
primer puerto Schenguen y que ese puerto sea Ceuta.
Imagen de poca coordinación para la ciudad autónoma e imagen
de ínfima consideración para con el pasaje, amén de
detrimento de cualquier tentativa de calidad a la hora de
ofrecer el servicio contratado. Porque cuando un tipo paga
un billete contrata un servicio y ese servicio se puede
exigir, no desde luego desde la explanada, cuarenta y cinco
minutos penando y el buquebús repostando ante la angustia de
los observadores. Perdonen, excusen, que como hay tantas
modernidades, lo mismo las normas mínimas de seguridad han
quedado superadas por nuevos reglamentos que desconozco, o
por algún tipo de disposiciones paridas por el Gobierno de
la propia Ciudad Autónoma, porque con esto de las autonomías
hay mucho mamoneo, por ejemplo los hosteleros vascos se
niegan a aplicar la legislación antitabaco, ese inmenso
atentado contra nuestras libertades individuales, en los
establecimientos de hostelería y la autonomía de ellos les
legisla a medida. Al igual que los insolidarios catalanes
tienen bajo control sus propias prisiones y mimados a sus
presos y el resto viéndolas venir.
Lo mismo Ceuta ha legislado sobre ahorrar y aligerar diez
minutos en las operaciones de embarque, pasándose por el
forro disposiciones o reglamentos molestos e incordiantes.
Me lo aclaren para no ir jamás a Ceuta en coche, porque a
servidora la tienen cuarenta y cinco minutos esperando y
pide el libro de reclamaciones y el dinero del pasaje de
vuelta p´atrás que dirían los llanitos gibraltareños, amén
de sufrir un ataque de ansiedad. Yo deseo llegar al puerto,
tomarme mi refresco o merendar o tomar el aperitivo, hacer
pipí, refrescarme, comprar el periódico y si hay una Virgen
del Carmen por los aledaños recitar un Ave María, en una
palabra, hacer lo que me de la gana y me salga de mi ingle
moruna hasta llegado el tiempo prudencial para embarcar,
porque no soy un borrego para que me lleven de aquí para
allá en rebaño y a trompicones.
El que espera desespera. Y ustedes no esperen mi
desvencijado coche en Ceuta, me moveré en taxi y todo por
ahorrar diez cochinos minutos. Oprobioso y lacerante. Eso
es.
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