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OPINIÓN - DOMINGO, 30 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Odios entre políticos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, sigue dedicando todo tipo de elogios a la II República. Lo cual exaspera a casi todas las personas cuyas familias pertenecieron al bando vencedor. Y hace posible, además, que los columnistas de los periódicos, cuya línea editorial consiste en propalar que a ZP por mantenerse en el cargo no le importa destruir la unidad de España, escriban, un día sí y el otro también, sobre lo mismo.

Pero lo hacen poniéndose muy en su papel de recordarnos que nada bueno puede traer que se siga hablando de una época que conviene no mentarla por si acaso resurgen los demonios. Es como si todavía hubiera que hurtarnos a los españoles lo ocurrido, porque aún estamos en una especie de predemocracia. Lo de siempre: los hay empeñados en tutelar nuestro afán de conocer y opinar de un régimen que parecía destinado a modernizar España y acabó propiciando una guerra que algunos, con buen criterio, llaman incivilizada.

Cierto que una cosa es hablar y escribir de la República, sin miedo, y otra muy distinta es saltarse a la torera la Constitución de 1978 y todo el proceso de la Transición. Porque es una injusticia ningunear ese período de nuestra Historia. Como es una injusticia mentir a sabiendas sobre las actuaciones de los políticos que tuvieron poder de decisión en aquellos tumultuosos años treinta del siglo pasado.

En mi caso, el que la II República se haya convertido en tema de actualidad, por haberse cumplido 75 años desde su instauración y porque el presidente del Gobierno no cesa en su empeño de homenajearla a cada paso, lo único que me ha obligado es a dejar otras lecturas y volver a releer cuanto han escrito al respecto Cortázar, Santos Juliá, Payne, Fusi, Pío Moa, Antonio Domínguez Ortiz, Fernández Álvarez, José María Marco, Antony Beevor, etc. Y, desde luego, los Cuadernos Robados: Diarios de Azaña 1932-1933. Aun así, es decir, a pesar de que tanta lectura sobre la II República me haya nutrido lo suficiente para poder interpretar los hechos de entonces, sólo me vale para repetirme en lo dicho días atrás: ni unos fueron tan buenos ni otros tan malos. Y todos cometieron el error de querer imponer sus ideas a cualquier precio. Así de simple.

Sin embargo, en estos días dedicados a leer acudiendo directamente a comparar los puntos claves de lo escrito por los historiadores ya nombrados, he insistido en repasar la personalidad de Azaña, Lerroux y Alcalá Zamora. Y los tres, que se odiaban cordialmente, dedicaron gran parte de su tiempo a darse puñaladas traperas. Lerroux no aceptaba de ninguna de las maneras verse convertido en oposición de un Gobierno presidido por Azaña. Y no dudó en perseguir a éste con furia cruel. La oportunidad de acabar con él se le presentó cuando se armó el cirio en Asturias. Con la anuencia de don Niceto Alcalá. Cuando Azaña se recuperó, lo primero que hizo es ajustarle las cuentas a su enemigo: y usó el caso del Straperlo con sagacidad y saña. Apoyado por Prieto y el presidente de la Républica. Y, como fin de fiesta, entre Prieto y Azaña hicieron posible que el político de Priego renunciara a la presidencia.

Recomiendo a quienes se les haya despertado el interés, en estos días, por ahondar en todo lo concerniente a la II República, que lean los enfrentamientos de estos hombres y podrán comprender de qué manera las envidias y los odios entre políticos repercuten de manera funesta en los ciudadanos.

De todos modos, convendría hablar, quizá otro día lo hagamos, de la desgraciada enfermedad de Cambó. Quien pudo ser el político ideal para haber hecho la transición entre la Dictadura de Primo de Rivera y la democracia. Cambó era un catalán con sentido común.
 

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