El incremento, de unos años a esta
parte, de la delincuencia juvenil es un hecho evidente, las
estadísticas cantan y el fracaso de la llamada Ley del Menor
ya fue vaticinado por expertos desde el comienzo de la
aplicación de la normativa. El primer error es el propio
nombre de la Ley, que, según muchos, debería llamarse Ley
del Joven, porque la palabra “menor” suena cursi y
bobalicona, una normativa para menores de catorce años poco
más o menos.
A nadie se le ocurre llamar “menor” con tono almibarado a un
mastuerzo de dieciséis o diecisiete año con la complexión de
un armario y capaz de cometer cualquier tipo, hasta el más
violento, de los hechos ilícitos. Tipos que, si son
detenidos, llevan su conflictividad a los centros de
reforma, porque, para que nos vamos a engañar, para
determinados mayores de dieciséis años, el régimen
penitenciario normal en una prisión convencional, custodiado
por funcionarios y asistido por personal cualificado en un
módulo de menores, es infinitamente más apropiado y da más
resultados de cara a la reinserción que un centro de reforma
del que, de entrada, se pueden escapar.
Sobre “menores” hay mucho y extenso que opinar, porque el
fenómeno del aumento de la delincuencia y la sensación de
impunidad de los delincuentes, tendrá que ser en algún
momento atajado, por puro clamor social. Ya existe desde el
asesinato de la niña Klara una Plataforma para la Reforma de
la Ley que lleva recogidas cientos de miles de firmes y que
está capitaneada por alguien tan poco sospechoso de ser
intransigente como es Esteban Ibarra el presidente del
Movimiento contra la Intolerancia.
Pero mientras las temibles maras sudamericanas se implantan
en las grandes ciudades, la delincuencia infantil de
pequeños rumanos utilizados por sus propios padres es
alarmante y los pandilleros se adueñan de la noche, de la
movida y del botellón. Padres permisivos, ausencia de
valores claros, absentismo escolar e incultura, familias
desestructuradas y, lo que es más grave y está creciendo a
ritmo vertiginoso : jóvenes e incluso niños a los que, sus
propios padres tienen que denunciar por malos tratos. De
ello puedo dar cuenta como abogado porque he vivido el
fenómeno en carne de progenitores desesperados que han
venido a pedir ayuda antes de comenzar el Vía Crucis entre
denuncias a la Fiscalía de Menores, denuncias en los
Juzgados e incluso en las comisarías y si se dice y es
cierto, que no hay dolor más grande que sobrevivirle a un
hijo, puedo añadir que hay un segundo dolor inmenso que es
suplicar para que saquen a un hijo de tu casa y el internen
“donde sea” como dicen los padres “en un centro, en un
colegio, en un hospital, pero no podemos con él”. He latido
con las peticiones angustiosas de ayuda por parte de padres
golpeados, atacados y amenazados por malos hijos y puedo
decir que, aunque el papel de los Juzgados de Menores es
fundamental y de un garantismo absoluto, conozco el tema por
lecciones magistrales impartidas por la que fuera Jueza de
menores en Ceuta mi comadre y casi hermana Maria Luisa
Roldán, puedo añadir que, también he conocido a los
“elementos” a los hijos malos y para mi, como abogado, la
casi totalidad de esos auténticos bichos, no eran carne de
reformatorio, ni tan siquiera de un módulo de prisión de
menores, sino de psiquiátricos juveniles en régimen cerrado.
Yo no me he topado con perversos hijoputas menores de edad,
sino con auténticos enfermos mentales, muchos como
consecuencia de toxicomanías, de mezclar anfetaminas con
cocaína, porros con alcohol, pastis de discoteca con la
novedad del peyote que están entrando de Sudamérica, heroína
ninguno. Revuelto y crack más de dos y más de tres. Y lo
interesante sería saber si los comportamientos y las
auténticas crisis psicóticas que sufren son consecuencia de
sus adicciones o si, por el contrario, una insana mental
anterior les hace presa fácil de cualquier tipo de adicción.
Y el sistema no responde a los enfermos mentales, ahí están
las asociaciones de familiares de esquizofrénicos que se
reúnen para darse un poco de consuelo porque, el loco, está
en el psiquiátrico un par de días y luego de vuelta a casa
para sociabilizar y con su tratamiento puesto. Para
servidora, falla escandalosamente la red sanitaria de
asistencia a enfermos mentales y a nivel juvenil, centros
específicos para tratar y curar a los sociópatas,
psicópatas, bipolares, toxicómanos o sencillamente
individuos perversos en las condiciones de buenas clínicas
psiquiátricas cerradas creo que no hay.
Si conocen alguna me la dicen porque se de varias familias
con jóvenes candidatos a residentes, siempre que cubra el
tratamiento la Seguridad Social, por supuesto, porque de lo
contrario habrían de derivarse a clínicas privadas a precios
prohibitivos, está visto que, en España, hasta para estar
demente hay que ser de postín y tener buenos dineros.
Pero mientras se traga, con una especie de deglución blanda
y babosa, la existencia de la tragedia familiar de los hijos
violentos, las estadísticas crecen y llegará un día en el
que “alguien” del Gobierno se sensibilice y pasará con las
familias víctimas de los malos hijos como con las mujeres
víctimas de la violencia de género y se contemplará con
idéntico interés a ambos colectivos de maltratados. Mientras
tanto se seguirá hablando con voz grimosa de reeducación,
reinserción y readaptación, pero a ver quien es el listo que
educa, reinserta o adapta a un enfermo que lo que necesita
es tratamiento químico y no charlas de educadores ni de
mediadores familiares. Padres maltratados por malos hijos.
Que dolorosa tragedia.
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