En Villarreal llevan dos días
tratando de que Román Riquelme deje de llorar
por el penalti fallado ante el Arsenal. Pero el argentino no
ha respondido a ninguna llamada amiga y sigue encerrado en
su casa. Riquelme, de tristeza congénita y timidez casi
enfermiza, sabe que en momentos así es preferible lamerse
las heridas entre bastidores. Y si es posible hablando con
su mascota, que seguro que la tiene; ese perro fiel que
siempre se da cuenta de que su dueño está pasando por un mal
trance.
Fernando Martín tampoco debe estar en
condiciones de ponerse al teléfono para responder a quienes
le llaman para regodearse con su brevedad presidencial. A
Martín, un lince en los negocios, según nos cuentan, le
han venido dando todas las patadas en el culo que no le han
podido dar a Florentino Pérez.
Malos tiempos corren para el Madrid. Mejor calificarlos de
pésimos. La ruina del equipo comienza cuando Makelele
es injustamente tratado y no se le renueva. A partir de ese
momento, todas las desgracias se acumulan en un club donde
Butragueño parece contratado para que sea el último
que ponga pies en polvorosa y apague la luz.
Y como las desgracias nunca vienen solas, según reza el
tópico, va Zinedine Zidane y anuncia que se
retira después del Mundial. Y a los madridistas se nos va
poniendo cara de Riquelme. Por que sabemos, a ciencia
cierta, que perdemos lo único que nos quedaba de valor. Y
allá que la nostalgia se cuela por todos nuestros poros. Y
es que nunca más volveremos a disfrutar de la presencia en
el césped de alguien distinto; de un genio que todavía nos
cautivará en los momentos finales de su carrera.
Es curioso: Zidane, en el momento de anunciar su adiós,
recordó a Calude Makelele: “La verdad es que
desde que perdimos a Makelele perdimos mucho”.
Y tanto... Perdieron al hombre generoso en la ayuda a los
compañeros y un grande tácticamente en el campo. Y Zidane,
sobre todo, se quedó huérfano de su escudero y amigo.
Es la hora de mirar hacia atrás, sin miedo a quedarse como
la mujer de Lot, para recordar cómo la prensa
madrileña, afín a Florentino Pérez, entonces, insistía en
proclamar que como Makelele había innumerables jugadores. Y
uno se empeñaba, desde provincia, en llevarles la contraria
a Tomás Roncero, a Guasch, a Ortego,
a Segurola, a Relaño, etc, y a todos los que
ahora dicen lo contrario.
Y, para más inri, ya está el Barcelona dispuesto a jugar en
París contra el Arsenal. Una final a la que ha llegado
merecidamente. Aunque bien harían los azulgrana en nombrar
socio de honor a Markus Merk; un alemán que se
sumó a la fiesta con el mejor regalo que podía hacer a sus
anfitriones: anular un gol a Shevchenko. Tan válido
como fue el conseguido por Giuly en San Siro. Las
cosas claras y el chocolate espeso.
Ha sido también , sin duda, una semana en la cual hemos
visto la cara y la cruz de dos eliminatorias. Y, cómo no,
éstas nos han permitido comprobar la gran calidad que
atesoran los porteros del Arsenal y Milán. Los dos habían
sido puestos en la picota por parte de esa prensa madrileña
que sólo tiene ojos para Casillas. Y que ha dado en
la manía de desprestigiar a todos los guardametas del mundo.
Dida, a quien yo he visto muchas veces, sigue siendo
ese extraordinario cancerbero que intimida con su presencia
y que en el Camp Nou demostró que es genial por elevación y
en eso que llaman el uno contra uno. O sea, las salidas de
portería para obnubilar la mente de los delanteros. En
cuanto al otro, al tan denigrado Lehmann, dio todo un
curso de saber estar en una portería. Porque, además de
parar, los porteros deben manejar el ritmo del partido.
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