Cada día aumentan las cuestiones que nos empachan y las
acciones que nos repugnan; en parte, porque los que ocupan
puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse su
gestión, su modo de administrar el poder y de procurar el
bienestar de las personas. El que más de seiscientos
participantes congregados en la I Conferencia Nacional sobre
Prevención de Residuos organizada por el Ministerio de Medio
Ambiente, en el actual mes de abril, realizaran un
diagnóstico negativo sobre las políticas de prevención en
materia de residuos, debiera ser motivo suficiente para
tomar otro rumbo.
Ciertamente, los residuos constituyen un grave problema
ambiental y están en el origen de otros como la
contaminación de las aguas, del suelo y aire o los riesgos
de salud pública. Educar en la solidaridad y en el respeto
al medio ambiente es hoy una necesidad urgente que sólo
figura en los planes educativos. La realidad es que se hace
bien poco, por no decir nada. Sólo hay que ver el rastro que
dejan los jóvenes cuando se reúnen para practicar baños
etílicos o para degustar sustancias como huída de este mundo
canalla. Hace tiempo que la enseñanza en la madre patria se
gestiona como adoctrinamiento, en vez de atenerse a los
preceptos constitucionales que demandan el desarrollo pleno
de la personalidad humana como finalidad de la educación (art.
27.1 de la Constitución Española) y las garantías necesarias
para que los padres puedan elegir la educación moral y
religiosa que responda a sus convicciones (art. 27.3). La
absurda imposición por parte del Estado de una determinada
formación moral a todos los ciudadanos, bautizada como
Educación para la ciudadanía, ratifica el pensamiento
anterior. Así, luego, pasa lo que pasa; y nadie respeta
nada, ni a nadie.
La lección dejada por los participantes en la Prevención de
Residuos, ahí está. Hablaron hondo y profundo. Piden más
control. Donde el descontrol reina, mal gobierno tiene. Y
también solicitan la colaboración de la sociedad para una
correcta gestión de los residuos. Es más de lo mismo que se
dijo ayer. Tampoco creo en la efectividad de las campañas
publicitarias cuando se permiten otras que incitan a todo lo
contrario. Si el amor, lo que era más puro, se ha convertido
en un Express de usar y tirar, el ambiente es un espanto que
toma raíces. Torpe consejero es el tipo que no tiene
corazón. Genera un veneno de difícil reciclado, por mucho
poeta que exista para que purifique y matrimonios que
celebren boda. Al final no sabemos si el poeta escribe como
catarsis de su ego y si la celebración matrimonial es por
amor o por interés. Lo mismo sucede con tanta convocatoria
ambiental, cuesta comprender si es para concienciar o para
despistarnos y entreternos. Porque, además, los problemas
medioambientales (gestión de aguas y residuos, protección de
espacios naturales, control de la contaminación…), en vez de
mermar, crecen y se disparan como los divorcios.
También resulta complicado la toma de conciencia ciudadana,
si quienes debieran dar ejemplo, por su cargo de autoridad o
carga de solidaridad, no lo hacen o pasan de hacerlo. Ya me
gustaría que el camino de la adhesión y de responsabilidad,
en cuanto a generar residuos menos tóxicos o más
reciclables, tuviese un lleno total de caminantes, y que la
madre patria tuviese una dimensión cada vez más humana, o
sea de amor, puesto que el ser humano está profundamente
vinculado a su hábitat.
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