Como escribidora y contadora de
historias, no me gustan los relatos sublimes, de tintes
espectaculares y connotaciones heróicas. Yo soy una persona
humilde y apuesto por lo sencillo y antes que relatar una
epopeya prefiero centrarme en poner en negro sobre blanco y
letra redondilla, todas las cosas pequeñas y hermosas que
pululan, como gorrioncicos, a nuestro alrededor.
Y hablando de belleza espiritual recuerdo la historia del
robo de la Virgencita de la Cabeza del pueblo granadino de
Cullar Baza, el alcalde pepero salió en prensa y cuando dijo
“Nos han robado el corazón” la periodista que recogió la
noticia dice que estaba llorando. Y al viejo pintor Erik el
Belga también se le saltaron las lágrimas ante la tristeza
de todo un pueblo, huérfano de esa patrona que había
permanecido oculta dentro de un muro durante toda la Guerra
Civil y que, ahora, en estos tiempos, volvía a ser
secuestrada de su pequeña ermita, un bello y recoleto
monumento arquitectónico mitad iglesia cristiana mitad
antiguo marabo.
El pintor , como, dentro de sus muchos achaques, es
consecuente con sus ideas llamó de inmediato al alcalde
“Señor alcalde, mientras recuperan la talla, mándenme las
fotos que yo se la pinto a tamaño real para que ocupe el
lugar de la auténtica” El padre Cayetano y el alcalde Pepe
enviaron las fotos de la Señora y el viejo Belga se agenció
un enorme lienzo y con ayuda de los querubines que le
apañaban los pinceles y le preparaban la paleta, pintó en
quince días una Virgen de la Cabeza que era un dulce, que
parecía la carita de nata batida y la corona de oro del
bueno y el Niños Dios con cara de niño travieso, mirando y
dejándose acunar por la Madre. Vinieron el alcalde Pepe
Torrente y el de la cofradía de Moros y Cristianos, a por el
lienzo y poco después nos convocaron a un acto público para
la entrega de la obra y la bendición del cuadro.
El pueblo de Cúllar parecía resplandecer en la tarde
abrileña. La plaza mayor estaba enteramente ocupada por
sillas, porque nadie se quería perder el evento, llegaron
los periodistas y las televisiones y los personajes ilustres
del pueblo, más los curas y el pintor, hicieron discursos
antes de descubrir el cuadro que permanecía velado por un
paño de terciopelo y que, la gente gritara ¡Guapa!¡Que viva
nuestra Virgen de la Cabeza! Y comenzaran a rezar y a
aplaudir, se recogiera en el solemne y bellísimo ritual de
bendición católico, con el padre Cayetano rociando con agua
bendita el oleo y se formara una procesión para conducir a
la Virgen a la iglesia del pueblo, porque no se atrevían a
llevarla a la ermita, por si la robaban. Los cullarenses
cantaban tras el cuadro de su patrona mientras iba subiendo
la escalinata y el alcalde bufaba ¡No tocar el cuadro que se
estropea! Porque las vecinas querían pasar las manos por las
vestiduras nacaradas de su Señora y darle besos y los de la
cofradía no se lo permitían, hasta que una mujer, empujando
al pintor, se abalanzó sobre el lienzo y puso las dos manos
sobre la Virgen, luego se volvió azarada a Erik “Perdone
usted señor, es que tengo en el hospital a mi hermana que
está muy enferma” Y al pintor se le cayeron lágrimas como
garbanzos, por todo, por el cantar de los vecinos, por la
devoción cerrada, sin fisuras, por la fe en la Madre y en su
Niño de ojos traviesos. ¿Qué si ese fue un momento sublime?
No lo sé, para mi fue algo pequeño y hermoso y encima hice
la procesión cargando con un jamón que me habían regalado
por ser la esposa del pintor “Ya sabe, un detalle” ¿Qué si
no me daba vergüenza ir en el cortejo con un jamón entre los
brazos? No, en absoluto, era un obsequio hecho con el
corazón y por lo tanto un objeto muy principal, prefiero un
jamón grasiento salido del alma a una joya de puro
compromiso.
Y en el compromiso formal de asistir dos domingos más tardes
a las fiestas de Moros y Cristianos nos vimos, porque la
pena del pueblo de verse sin patrona para procesionar se vio
compensada porque todos a una decidieron que, lo que se iba
a procesionar era el cuadro de la Virgen de la Cabeza,
seguido por toda la comitiva de los moros y los cristianos
que simularían la batalla ante la Virgen en las escalinatas
de la iglesia y cantarían y bailarían en su honor. A Erik el
Belga, el que fuera el mayor falsificador del siglo XX las
vecinas le apretujaban y los hombres le palmeaban la espalda
y el viejo pintor, acharado, no sabía donde meterse, hasta
que le pillaron los de Antena 3, confundido entre los
cientos de personas y el bullicio de las bandas de música
“Erik¿Qué le parece a usted todo esto?”
Y el pintor respondió lo que sentía intensamente “Pues que
no hay honor más grande…No hay gloria más grande para un
pintor cristiano que pintar una Virgen y que el pueblo le
rece”. Y eso es verdad. Como verdad el empeño del pintor en
hacerle un regalo a “su” Virgen de la Cabeza y como no
tenemos dinero para joyas porque somos una familia sencilla,
el Belga decidió regalarle a Su Madre una colección de arte
“Mi Madre será la primera Virgen coleccionista de arte de
Europa ¿O es que la Tita Cervera tiene derecho a ser
coleccionista y la Santísima Virgen no lo tiene?”. Y el
viejo pintor tomó su pincel y a los veinticinco primeros
cuadros se hizo otro acto de entrega del que será el museo
de la Virgen y Erik el Pintor.
En el Ayuntamiento hablaron de hacerle hijo predilecto y
poner una calle con su nombre, pero el Belga no quiere una
calle, prefiere el caminillo sin asfaltar que conduce a la
ermita, un sendero de cabras donde cada jaramago y cada
amapola parecen llevar en sus pétalos una oración. Esta no
es una historia sublime. Pero ya les he apuntado que mucho
más cercanas a mi corazón, están este tipo de cosas, todas
las cosas pequeñas y hermosas.
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