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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 26 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Nacionalismos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando surgen los nacionalismos, allá en el siglo XIX, Renan, escritor, filósofo e historiador francés, dijo que una nación “exige la voluntad de vivir juntos”; así, la “existencia de una nación... es un plebiscito cotidiano”. En suma: “Sus ciudadanos manifiestan su voluntad de pertenecer a una misma comunidad política”.

Catalanes y vascos, mayoritariamente, no han dejado nunca de demostrarnos que carecen de esa voluntad de pertenecer a España. A la que siguen acusando de todos los males que ellos dicen haber padecido.

Leo unas declaraciones de Arcadi Espada, periodista catalán, en las que denuncia que el nacionalismo está impregnando el espacio público de Cataluña. Y se queja amargamente: “El nacionalismo es un sentimiento privado igual que la religión, y los colegios están para transmitir conocimientos”.

Días atrás, escribía yo de cómo el doctor Puigvert, un eminente urólogo, trataba de convencer al general Muñoz Grandes, de cómo habría sido mejor, terminada la guerra civil, catalanizar a España en lugar de castellanizar a Cataluña. Semejante sentimiento patrio, es decir, ese deseo permanente de llenar de catalanes el universo, se viene enseñando en las escuelas.

En las escuelas les dicen a los niños que han tenido la suerte de nacer en una tierra elegida; donde son más altos, más guapos, más valientes, y, desde luego, más trabajadores que los nacidos en otros pueblos.

Y no se cortan lo más mínimo en airear de qué manera andaluces y extremeños se aprovechan de sus esfuerzos. Falsean la historia hasta el punto de inculcarles a los jóvenes que los españoles han vivido siempre más pendientes de joderlos a ellos que de trabajar.

Así, los niños crecen convencidos de que pertenecen a una Comunidad que es infinitamente superior a las demás. Y hacen de su identidad un signo de distinción y un arma arrojadiza contra los demás componentes de una España que un buen día tuvo un proyecto en común: el de Colón y los Reyes Católicos.

Pues bien, del mismo se aprovecharon catalanes y vascos; por más que ahora salgan diciendo que ellos no participaron de la gran fiesta. Que fue Castilla la que se comió casi todo el pastel. Como tampoco reconocen que en Cuba hicieron su agosto y que de no haber sido por la protección dispensada por los respectivos gobiernos, la industria textil habría sido fagocitada por los productos de la industriosa Inglaterra.

De todos modos, conviene destacar que la culpa de cuanto viene sucediendo, últimamente, es consecuencia de lo mucho que se le ha tolerado a Jordi Pujol por parte de los gobiernos de González y Aznar.

Las contemplaciones que se tuvieron con él, por intereses, han desembocado en una presión nacionalista dispuesta a mirar al estado de tú a tú e, incluso, rebasarlo en algún momento. Un reto que Zapatero viene afrontando con la confianza de que corren buenos tiempos para que se produzca una reforma de la Constitución que permita dejar al Estado sin grietas.

Tarea difícil. Entre otras razones, porque la ambición nacionalista les sirve de coartada a ciertos personajes del PP para hacer el discurso antediluviano. Recordando, a cada paso, que la unidad de España está en peligro. Y ya tenemos las dos Españas enfrentadas: la de José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Rubalcaba contra la de Zaplana y Acebes.

No me extraña, pues, lo que leí el domingo en este periódico, acerca de lo mucho que les preocupa a los veteranos pertenecientes a las FAS el Estatuto de Cataluña y la inclusión del término nación en su preámbulo. Los españoles no escarmentamos. Seguimos ahondado más en lo que nos separa que en lo que nos une.
 

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