Nos pasamos media vida construyendo y reconstruyendo
castillos en el aire. Para esto si que tenemos tiempo. Y en
esa construcción y reconstrucción, pasamos de
auto-realizarnos como familias en familia. O sea, como
madres y padres comprometidos y prometidos en el estado
matrimonial. Abrumados por tantas tareas, engruesan el
número de ascendientes que abandonan la tarea educativa para
confiarla sin más a los centros docentes. Sin embargo, como
nos ha recordado la vicepresidenta de la Fundación Europea
Sociedad y Educación, Mercedes Esteban, en unas
declaraciones recientes, la simple evaluación del
rendimiento académico no es suficiente para definir un
sistema educativo en su conjunto, sino que se deben tener en
cuenta otros factores como el interés de los padres.
Padres y docentes han de caminar unidos en una relación de
confianza. Entonces, ¿por qué los padres han perdido esa
responsabilidad y, si no la han perdido, cuál es el motivo
por el que no se dejan ver en las APAs y oír en las tribunas
sobre educación? Esta es la pregunta a considerar en una
sociedad de incoherencias, puesto que lo único que se
potencian sobremanera son codicias, trepas profesionales,
trabajos arrolladores que no dejan tiempo para la familia.
Para colmo de males, nos hemos cargado la tradición
humanista cristiana que, a lo largo de los siglos, ha sido
un referente por desarrollar capacidades de recto juicio,
promoviendo el sentido de los valores. La responsabilidad
primaria de formar y educar a los hijos se ha pasado a un
segundo plano. Los padres no ejercientes de padres o el
Estado no ejerciente de protector con la diligencia debida,
están a la orden del día. Aumentan los niños que no tienen
familia, o familia estable, que sufren abusos o que la
soledad y el desamparo llaman a su inocente puerta del alma.
A este fin, también están llamados a colaborar, tanto la
legislación como los servicios del Estado, para dar a la
familia un apoyo que a veces nos da la sensación que brilla
por su ausencia. Además, si la primera e intransferible
obligación y derecho de los padres es el de educar a los
hijos, han de tener absoluta libertad, que tantas veces no
tienen, en la elección de las escuelas.
A los hijos los evalúa un sistema educativo que, aunque
imperfecto ahí está, pero a los padres, ¿quién los examina
como tales? Este deber de la educación familiar es de tanta
trascendencia que, cuando falta ese interés paterno y
materno filial, difícilmente puede suplirse por ningún
sistema educativo. Los alumnos no respetan a los docentes
porque también tiene crisis de autoridad la propia familia.
Lo de formar un ambiente familiar animado por el amor, no es
para nada caduco, sigue siendo la mejor medicina. Sin
embargo, la escasa comunicación familiar es un hecho más que
probado. No guardamos tiempo para hacer familia, para
convivir en familia, con lo que se debilitan vínculos
profundos.
Las cuestiones de fondo como puede ser la educación de los
hijos, suelen dialogarse más bien poco. En consecuencia, la
enseñanza concluyente de Mercedes Esteban de que la eficacia
del sistema educativo no solamente se mide por los
resultados de rendimiento, sino por decenas de aspectos más,
como la integración del alumno, las oportunidades de
inserción en el mercado laboral, si éste responde a las
expectativas laborales, la implicación de las familias y si
sirve para elevar el nivel cultural medio de la población,
se queda en agua de borrajas. Porque todo falla; se frustra
la integración del alumno que lo más probable es que acuda a
un centro que ni sus padres han tenido posibilidad de
elegir, se fracasa con una formación de título más que de
capacitación profesional, y además, la cultura que
resplandece emborracha más que humaniza. A esto, las
familias perdidas, muchas por los juzgados amañando el
divorcio y otras en el tajo con el síndrome del quemado en
los talones, sin hallarse en el papel educador que les
corresponde. Quizás, por ello, los padres de la nueva LOE
han pensado que el Estado debía erigirse como único titular
originario del derecho a la educación, quedando los
progenitores y los centros educativos reducidos a meros
concesionarios de tal derecho. Ahora comprendo. Vivir para
ver. Otra forma de realizarse.
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