Antonio Seguí era un
constructor que se hizo rico en un abrir y cerrar de ojos.
Cumplido el primer objetivo, el siguiente paso estaba
cantado, quería ser presidente de un equipo de fútbol. Mas
no de cualquiera, sino del que daba categoría en su tierra:
el Real Mallorca. Una institución hecha a la medida de la
burguesía palmesana. Y para un rico, nacido de la nada,
ponerse al frente de esa entidad significaba un logro muy
principal.
Su amistad con Pepe Tou, a la sazón marido de
Sara Montiel y editor del periódico Última
Hora, le sirvió para hacer realidad sus deseos. Así que bien
pronto Antonio Seguí sustituyó al barón De Vidal;
un aristócrata que se había hartado ya de figurar al frente
del mallorqueta.
Pero el recién llegado al cargo tuvo la mala suerte de
encontrarse con uno de esos ciclos en los que el conjunto
isleño acostumbraba a descender de la Primera División a la
Tercera, sin que nadie pudiera evitarlo. Parecía una
maldición; aunque todo era debido a los errores cometidos
por quienes dirigían el club. Antonio Seguí se dio cuenta,
bien pronto, que a él le había tocado pasar por el trance
maldito. Había heredado una mala gestión y no daba con la
tecla para salir airoso. Y un buen día me pidió que lo
acompañara a la FEF, porque Pablo Porta,
entonces su presidente, le había concedido una entrevista
para explicarle de qué iba el invento de una Segunda
División B, que muy pronto empezaría a funcionar.
Pablo Porta, a quien yo había tenido la ocasión de conocer
ya en Palma, andaba sobrado de personalidad y, de entrada,
causaba cierto respeto. Respeto que en apenas unos minutos
se quitaba de en medio para dar paso a una situación donde
uno quería que no se terminara nunca el pegar la hebra con
él.
Mira, Antonio, comenzó Porta su explicación, la Segunda
División B es una categoría en la que yo he puesto mucho
empeño. Y su misión consiste en servir de colchón muelle
entre la Primera División y la Tercera, para equipos como el
Coruña, Valladolid, Celta, Rayo Vallecano, Elche, Osasuna,
Castellón, Córdoba, Murcia, Hércules, o el Mallorca que tú
presides ahora, que en dos o tres temporadas pasan de estar
en la máxima categoría a caer en el pozo de la Tercera
División.
-¿Con qué equipos se completaría ese grupo especial?,
preguntó el presidente del Mallorca.
La respuesta del presidente de la FEF fue tan clara como
rotunda: “Con equipos como el Cádiz, Jerez, Ceuta, Gerona,
Tarragona, Lérida... Es decir, todos ellos formarían un
único grupo de Segunda División B”.
Corría la temporada 74-75 y Pablo Porta luchaba porque ese
proyecto saliera adelante. Si bien, por el saber que ya
llevaba acumulado, se atrevió a pronosticar que su idea no
saldría adelante.
-Mira, Antonio, aquí nadie quiere ser menos que nadie, y en
cuanto tratemos este asunto, hasta las pedanías querrán
apuntarse al invento. Por lo tanto, estoy convencido de que
el proyecto nacerá muerto. Vamos, que la Segunda División se
convertirá en varios grupos formados por equipos carentes de
instalaciones, y de aficionados, y desde luego, de escasas
posibilidades económicas.
En la temporada 76-77, creo no equivocarme, la Segunda B
empezó a funcionar, en vista de que la presión de los clubs
fue asfixiante. Todos querían participar de aquella novedad
y a fe que lo consiguieron. Y lo dicho por Pablo Porta se
fue cumpliendo sin solución de continuidad.
Seamos sincero, el invento fue un desastre: un desastre que
ha ido aumentando con el paso de los años. Se impone una
solución cuanto antes. Ya que, salvo excepciones, los
equipos dejan mucho que desear.
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