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OPINIÓN - MARTES, 25 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

La Segunda División B
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Antonio Seguí era un constructor que se hizo rico en un abrir y cerrar de ojos. Cumplido el primer objetivo, el siguiente paso estaba cantado, quería ser presidente de un equipo de fútbol. Mas no de cualquiera, sino del que daba categoría en su tierra: el Real Mallorca. Una institución hecha a la medida de la burguesía palmesana. Y para un rico, nacido de la nada, ponerse al frente de esa entidad significaba un logro muy principal.

Su amistad con Pepe Tou, a la sazón marido de Sara Montiel y editor del periódico Última Hora, le sirvió para hacer realidad sus deseos. Así que bien pronto Antonio Seguí sustituyó al barón De Vidal; un aristócrata que se había hartado ya de figurar al frente del mallorqueta.

Pero el recién llegado al cargo tuvo la mala suerte de encontrarse con uno de esos ciclos en los que el conjunto isleño acostumbraba a descender de la Primera División a la Tercera, sin que nadie pudiera evitarlo. Parecía una maldición; aunque todo era debido a los errores cometidos por quienes dirigían el club. Antonio Seguí se dio cuenta, bien pronto, que a él le había tocado pasar por el trance maldito. Había heredado una mala gestión y no daba con la tecla para salir airoso. Y un buen día me pidió que lo acompañara a la FEF, porque Pablo Porta, entonces su presidente, le había concedido una entrevista para explicarle de qué iba el invento de una Segunda División B, que muy pronto empezaría a funcionar.

Pablo Porta, a quien yo había tenido la ocasión de conocer ya en Palma, andaba sobrado de personalidad y, de entrada, causaba cierto respeto. Respeto que en apenas unos minutos se quitaba de en medio para dar paso a una situación donde uno quería que no se terminara nunca el pegar la hebra con él.

Mira, Antonio, comenzó Porta su explicación, la Segunda División B es una categoría en la que yo he puesto mucho empeño. Y su misión consiste en servir de colchón muelle entre la Primera División y la Tercera, para equipos como el Coruña, Valladolid, Celta, Rayo Vallecano, Elche, Osasuna, Castellón, Córdoba, Murcia, Hércules, o el Mallorca que tú presides ahora, que en dos o tres temporadas pasan de estar en la máxima categoría a caer en el pozo de la Tercera División.

-¿Con qué equipos se completaría ese grupo especial?, preguntó el presidente del Mallorca.

La respuesta del presidente de la FEF fue tan clara como rotunda: “Con equipos como el Cádiz, Jerez, Ceuta, Gerona, Tarragona, Lérida... Es decir, todos ellos formarían un único grupo de Segunda División B”.

Corría la temporada 74-75 y Pablo Porta luchaba porque ese proyecto saliera adelante. Si bien, por el saber que ya llevaba acumulado, se atrevió a pronosticar que su idea no saldría adelante.

-Mira, Antonio, aquí nadie quiere ser menos que nadie, y en cuanto tratemos este asunto, hasta las pedanías querrán apuntarse al invento. Por lo tanto, estoy convencido de que el proyecto nacerá muerto. Vamos, que la Segunda División se convertirá en varios grupos formados por equipos carentes de instalaciones, y de aficionados, y desde luego, de escasas posibilidades económicas.

En la temporada 76-77, creo no equivocarme, la Segunda B empezó a funcionar, en vista de que la presión de los clubs fue asfixiante. Todos querían participar de aquella novedad y a fe que lo consiguieron. Y lo dicho por Pablo Porta se fue cumpliendo sin solución de continuidad.

Seamos sincero, el invento fue un desastre: un desastre que ha ido aumentando con el paso de los años. Se impone una solución cuanto antes. Ya que, salvo excepciones, los equipos dejan mucho que desear.
 

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