Y no lo decimos por la llegada del
Circo Bellucci, que también, sino por la amalgama de
circunstancias que rodean a estos 19 kilómetros cuadrados de
apéndice español ubicado en la zona más septentrional del
norte de Africa.
Informativamente hablando la semana se inicia con la
continuación de un macro juicio en el que la Justicia trata
de aclarar y esclarecer las responsabilidades en uno de los
últimos y sonados asesinatos que se circunscriben al
mundillo neblinoso de las, por fin, antiguas crónicas negras
de Ceuta que protagonizaban bandas no precisamente de
bienhechores.
Bien es cierto que el fin de semana se cerraba con el éxito
organizativo del primer gran congreso con el que Ceuta se
postulaba como ciudad sede en función de sus potencialidades
turísticas. Ha superado con nota el particular examen y se
perfila como un destino capaz de acoger encuentros de primer
nivel.
En tanto, un grupo de socialistas ceutíes representaban a
los militantes y simpatizantes del PSOE en la Ciudad
Autónoma durante la celebración de los dos años de Zapatero
al frente del Ejecutivo nacional en el marco fetiche de los
socialistas, “Vista Alegre” y con una congregación de unos
20.000 militantes de toda España. Ceuta estuvo también allí.
Pero la semana viene protagonizada por el derrumbe de la
ladera del Recinto ubicada en la calle Santander.
Desprendiose la ladera el pasado Viernes Santo, pero sin
embargo es ahora -once días después- cuando el asunto
pretende ser objetivo político con traducción final en
rédito partidista.
No parece en exceso congruente, no sólo menospreciar el
trabajo de los técnicos, sino desconfiar de los informes
periciales que se han efectuado y que, se siguen realizando.
Ver tanto telediario predispone a pensar que sucesos con
trascendencia política -caso del barrio catalán del Carmel-
tengan su extrapolación a Ceuta con el derrumbe del Recinto.
La política debe tener un principio y un fin. Ni todo debe
ser aplaudido, ni todo criticado. Hay un punto en que los
intereses de los ciudadanos están por ecnima de intentos de
ventaja electoral y, en ese juego deben conocer todos las
reglas, pero además, aplicarlas.
El bien general es demasiado serio como para bailar a ritmo
de demogogias, un baile pegadizo pero cansino a la postre.
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