“El circo es la verdadera y pura diversión, es la diversión
que no es más que diversión, es la diversión por la
diversión”. Ramón Gómez de la Serna era un apasionado del
espectáculo circense. El entusiasmo del célebre escritor
español quedó impreso en su obra ‘El Circo’ (1943) en la que
detalló, hasta la extenuación, todos los entresijos de los
artistas, del siempre expectante público y de los exóticos
animales. La luz y el color que volcó en su literatura
ilumina la itinerante lona roja del circo italiano
‘Bellucci’ que acampa estos días en Ceuta con una única
intención: hacer apología de la boca abierta, la locura del
asombro.
Amarillo, rosa y azul. Haces de colores en un pequeño mundo
de color. El público ansioso mira la pista, no falta mucho,
son las seis o las ocho en punto (los dos horarios posibles)
y el espectáculo debe comenzar. El rigor y la buena
educación brillan tanto como las lentejuelas de los trajes.
Llegó el momento, el circo ‘Bellucci’ despega, zarpa,
arranca; el espectador se pone cómodo (en primera fila, si
tiene suerte), está en el paraíso de la magia.
El presentador del show llama a Yuri Guidi, el domador de
caballos, que sale a la pista luciendo pajarita y chaqueta
de lentejuelas azules. Con dos largas varas azota el
polvoriento suelo como señal de respeto. Los seis caballos
cabalgan haciendo círculos. Varias vueltas al ritmo de la
música que, a lo largo de dos horas, da sentido a la emoción
colectiva. Alta, estruendosa, festiva, circense.
La calma inicial toca a su fin con el vals de despedida. El
último caballo hace la reverencia y Yuri dice adiós. Como en
el teatro, ahora es el turno de las risas. Entra Tony, el
payaso enano.El chaleco y la corbata a cuadros hacen juego
con sus coloretes. Toca el violín, tira un ratón al público.
Las luces se apagan, la broma da paso al primer ejercicio de
boca abierta: la bicicleta BMX.
Dubie Ludovic entra a ritmo de punk. Dos rampas rodean al
‘cabriolista’ del circo. “Guau” exclama el público. Salta de
un lado al otro, no se baja de la bicicleta, la retuerce, la
dobla, la pisa, pero ni un pie en el suelo. Doble pirueta y
fuera. Vuelve Tony para lidiar un toro. El mihura de 550
kilos se le resiste, pero ya es el turno del malabarista.
Tres bolos arriba, cuatro bolos abajo, cinco bolos arriba.
“Formidable”, dice el presentador. Después llega el más
difícil todavía: ocho aros en el aire para que caigan en su
cabeza. “Espectacular”, resuena entre las móviles paredes de
la carpa. Tony vuelve varias veces (una vez quiere dar un
salto mortal, otra lanzar un cuchillo, de nuevo escuchar la
radio), su presencia produce la ilusión general de saber que
aún quedan más actuaciones. Las dos últimas antes de la
segunda parte.
El ‘hombre volador ‘ precede a Oscar, el increíble ‘hombre
de goma’. Contorsiona hasta las cejas. Es tal su elasticidad
que es uno de las pocas personas que gira 360 grados sobre
si mismo. Las caras de los niños reflejan que algo
alucinante sucede ante sus ojos. Las caras de los adultos
dicen lo mismo porque en el circo no existe el reparo. Sin
gritos o aplausos no hay espectáculo.
Tigres
Tras el descanso, la solitaria pista está encerrada entre
las verjas que acogen al domador de tigres. Y a los tigres.
La música genera tensión, seis hermosos felinos entran
glamurosos en el recinto. Todos serios, aunque están
domesticados el miedo a un imposible salto siempre está ahí.
Por si acaso. “Son enormes, ¿el domador no se asustará?, se
oye entre el público. El juego de la elegancia tigresa llega
a su fin a ritmo de bulería. El aullido final deja paso a la
escuela de equitación de Emidio Bellucci quien, con traje de
montar y sombrero, monta un bello caballo negro. El circo
fusiona momentos de pura belleza estética con secuencias de
riesgo real. Es un pálpito constante, nadie se puede
relajar. Así lo demuestra la llegada, y casi culminación del
espectáculo, del mago y su ayudante. A la joven de corta
melena negra, le aparecen y desparecen los vestidos de mil
colores. El público boquiabierto. “¿Cómo lo ha hecho? ¿No
llevaba un traje blanco? ¿De dónde le ha salido esa larga
melena rubia? Tras la bateria de preguntas entre los
curiosos del público, la voz de alarma interior suena. El
final se puede oler.
¿Ya nos vamos?
La cúpula de la lona se viste de gala. Un columpio espera a
Kimberley la trapecista, un prodigio de las alturas que ha
actuado en el ‘Madison Square Garden’ y tiene especial
habilidad para sujetarse boca abajo pendiente de los
talones. “Sólo lo hacen tres en el mundo”, asegura uno de
los responsables del circo ‘Bellucci’.
Las bocas abiertas en perspectiva vertical miran al cielo
rojo de la lona. La melena rubia de la trapecista embelesa
al público. La música suena cada vez más baja. Por sorpresa,
aparece Max el payaso. Triste música mientras se desmaquilla
y se viste de calle. adiós zapatos, adiós Bellucci. “¿Ya nos
vamos?”, dice un niño.
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