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OPINIÓN - DOMINGO, 23 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Cataluña
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El doctor Antonio Puigvert, quien estaba considerado uno de los más eminentes urólogos del mundo, cuenta en Mi vida... y otras más, una joya de biografía, lo siguiente:

-Habiendo yo operado al general Muñoz Grandes, para verle, iba de Barcelona a Madrid. Y me preguntaba con mucho interés acerca de cómo estaba Cataluña y de qué pensaban los catalanes; porque Cataluña había estado en el bando republicano durante la guerra civil y al finalizar la misma se habían abolido por los vencedores todos sus fueros y privilegios e, incluso, se le había prohibido el uso de su propio idioma en múltiples circunstancias.

Hecha la aclaración, santo y seña de cualquier catalán, el famoso urólogo sacó a relucir la siguiente anécdota: “Yo le conté al general que en las malhadadas épocas de Felipe V, Barcelona, que había sufrido, durante largos meses de sitio, epidemias, hambre y cañonazos de las tropas del duque de Berwick, se vio irremisiblemente forzada a capitular. Y cuando entraron los invasores se encontraron con un espectáculo realmente insólito: los catalanes, aquellos hombres que el día anterior estaban con las armas en la mano enterrando a sus muertos, se habían puesto a trabajar. ¡A trabajar! Muñoz Grandes, al oírlo, se impresionó. Y yo continué: Creo que si al término de nuestra guerra civil, en lugar de castellanizar a Cataluña, como se pretende, se hubiesen dedicado los esfuerzos a catalanizar España, habríamos salido ganando todos”.

El general se quedó pensativo. Y después de un momento de pausa me contestó:

-Puede que usted tenga razón.

El sentir del doctor Puigvert es el de casi todos los catalanes. Y es que los niños en esa tierra nacen convencidos de que la boda secreta entre Fernando II de Aragón con Isabel la Católica, que originó la unión de Castilla y Aragón, fue el comienzo de las desgracias para una Cataluña que se siente estafada por una España indolente.

Ese adoctrinamiento existe. De ahí que muchas generaciones de españoles hayan tenido que hacerse a la idea de tener que conllevar a los catalanes. Manejados siempre por una burguesía ambiciosa y dispuesta a cambiar de criterios según les fuera a sus componentes en los negocios o bien atisbaran peligro de muerte.

Hubo un tiempo en el cual a Barcelona se le llamaba la rica, y así lo recitaban los ciegos en sus romances. Un sueño que era una realidad en una España comida por la miseria, a pesar de que había logrado levantar uno de los mayores imperios de la historia. Pero no es menos cierto también, que aquel bienestar se reducía a la urbe y el capital sólo pertenecía a unos pocos. Mientras los campesinos catalanes eran avasallados por el señorío y pasaban más hambre que el clásico caracol en un espejo. Reinaba el desorden y los burgueses por un lado arremetían contra Madrid y contra el valido, Duque de Olivares, y por otro no hacían sino pedir virreyes con dureza para evitar que los agricultores dejaran a la burguesía descabezada

Lo cual ocurrió el día del Corpus de 1640, cuando la masiva concentración de trabajadores agrícolas, segadors, toma Barcelona y los ricos, al darse cuenta de la situación, se ponen de parte de los amotinados porque dicen que éstos braman contra el Duque de Olivares y, por lo tanto, claman contra la Monarquía. Dando un salto en el tiempo, vemos como quienes habían puesto todas las pegas del mundo para que el libre comercio fuera una realidad en nuestras últimas colonias, al perderlas fueron los primeros en armar un cirio. Aceptan la dictadura de Primo de Rivera por miedo y luego abominan de ella como víctimas.

Cataluña, avariciosa en extremo, siempre vio a España como un mercado donde había que proteger sus intereses.
 

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