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OPINIÓN - VIERNES, 21 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Misses
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿Les gustan a ustedes los concursos de belleza? A mi me entretienen y no pertenezco a ningún colectivo de malhumoradas feministas que abogue por la desaparición de ese tipo de certámenes a los que concurren supuestas beldades provinciales a la caza y captura de un efímero año de gloria. De gloria y, antes que nada de ese nuevo objeto prioritario de deseo que es la fama.

Mala escuela de valores para la juventud. Mala cosa cuando un hijo o una hija, estudiantes de bachillerato le plantean a sus progenitores los por qués de años de estudio y sacrificio para convertirse en mileuristas, es decir, jóvenes profesionales que ganan mil euros, mientras que cualquier gañán o la más innoble de las pedorras, puede acceder, a base de escándalos bien publicitados a la fama y por consiguiente, al dinero.

Pero algo tendrán los programas de corazón que cuentan y recuentan cuernos, acostadas, levantadas y miserias ajenas, cuando enganchan a la audiencia. Y al público le encanta. Por cierto, yo me considero público y me desternillo cuando sale algún personaje tipo la Massielona, María Jiménez o Marujita Díaz y no digamos el Dinio al que nadie puede llamar “flojo” ya que, como nadie la ha visto trabajar jamás, no saben de sus ardiles para el curro. A mi me divierte el pan y el circo, el pan que no sea integral y a ser posible mollete antequerano y el circo televisivo cuando salen personajes canallas y llegan a las greñas, será que, como de jovenzuela, tuve sobredosis de cine de Passolini, me gustan las tragedias en directo y para vivirlas y juerguearme. No es exceso de hedonismo, solo que pienso que cada risotada, por muy carcajadota grosera que sea, es una forma de agradecer al buen Dios el hecho de vivir y el hecho de estar gozando de una, más o menos sana, diversión.

Me gusta el pedorreo y el famoseo y me conmueven los concursos de belleza, esas jóvenes contoneándose en coreografías horteras, algunas apuntando claramente muslos celulíticos y tetas caídas, otras con senos enhiestos y demasiado redondos, tipo la pobre Ana Obregón que consigue, con cada uno de los carísimos e inapropiados modelotes que luce, parecer una contorsionista, pura silicona y desesperadas ganas de ser y aparecer sexy y juvenil. Al igual que las misses, desfilando con esas sonrisas que se les quedan heladas a fuerza de mantenerlas y moviendo los cachetes del culo al compás de sus sueños.

Cosa rara, todas las concursantes, sean o no ganadoras, quieren dedicarse a la moda o a la televisión, poco importa que tengan un acento tan atroz que, para entenderlas, haga falta un traductor simultáneo, ni que sean culibajas y zangalotonas, más bien corrientes y con un inexacto sentido de su propia realidad estética. Todas quieren la fama y la televisión, casi ninguna hacerse veterinaria o preparar notarías. Este año la malagueña, una chica guapita, ha sido nombrada Miss España, te das una vuelta por cualquier ciudad andaluza, por Ceuta o por Melilla y te topas con chicas infinitamente más raciales y atractivas, pero ese tipo de chicas no se presentan a concursos de belleza porque les da vergüenza lo que conlleva de exhibición y esas miradas que van directas al borde del bañador a ver si llevan la ingle bien depilada. “Depilado brasileño” se llama a achicharrarte con cera esa delicada parte de la anatomía y dejarla como culillo de bebé, lista para el tanga.

Miss Málaga la más guapa y miss Ceuta la más fea. Y encantadísima de serlo, porque el caso es destacar, por arriba o por abajo y que lleguen esos patéticos indeseables del Tomate, se burlen, te ridiculicen, se carcajeen y te proporcionen minutos de publicidad en televisión, fama instantánea. Miss Ceuta no era fea, es una muchacha normal, eso si, no excesivamente agraciada, ni una beldad, pero normal y encima feliz de haber sido votada como la menos bonita, porque eso representa y significa el darte a conocer, el salir del anonimato, el corretear de programa en programa durante un espacio de tiempo limitado. Es una cuestión de valores, puede que la Miss fea de Ceuta, haciendo bolos por los programas, yendo al Ana Rosa, al Tomate, a este y a aquel se levante un jornal infinitamente superior al de esa doctora en Biología que malvive con una beca de mierda, trabajando en la investigación en un laboratorio y que luego, cuando sale reventada, tiene que apañarse unas clases particulares a niños de la ESO para poder llegar al fin de mes.

Cualquier famosete del petardeo, un Antonio David, una Rociíto, una Belén Esteban, gana diez veces más que el menos miserable de nuestros mal pagados científicos. Los adolescentes contemplan el panorama, ven que siendo puta, maricón, chabacano, escandaloso y pedorro se obtienen más ganancias que con estudios universitarios y cultivando la inteligencia y preguntan ¿Para que?. Y de esos para qués se nutren los concursos de misses por no decir los de misters donde unos jóvenes musculitos de gimnasio de barriada, pasean su palmito y marcan paquete para acceder a la fama y a la corona de laurel. Veo los cuerpos depilados y aceitosos de los aspirantes a mister y las sonrisas congeladas, que parecen una mueca de horror de las misses, parece que palpo la inmensa ambición por llegar a esa nada circunstancial que es la fama y noto que, en mi sana diversión al contemplar el espectáculo, hay un punto innegable de amargura.
 

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