¿Les gustan a ustedes los
concursos de belleza? A mi me entretienen y no pertenezco a
ningún colectivo de malhumoradas feministas que abogue por
la desaparición de ese tipo de certámenes a los que
concurren supuestas beldades provinciales a la caza y
captura de un efímero año de gloria. De gloria y, antes que
nada de ese nuevo objeto prioritario de deseo que es la
fama.
Mala escuela de valores para la juventud. Mala cosa cuando
un hijo o una hija, estudiantes de bachillerato le plantean
a sus progenitores los por qués de años de estudio y
sacrificio para convertirse en mileuristas, es decir,
jóvenes profesionales que ganan mil euros, mientras que
cualquier gañán o la más innoble de las pedorras, puede
acceder, a base de escándalos bien publicitados a la fama y
por consiguiente, al dinero.
Pero algo tendrán los programas de corazón que cuentan y
recuentan cuernos, acostadas, levantadas y miserias ajenas,
cuando enganchan a la audiencia. Y al público le encanta.
Por cierto, yo me considero público y me desternillo cuando
sale algún personaje tipo la Massielona, María Jiménez o
Marujita Díaz y no digamos el Dinio al que nadie puede
llamar “flojo” ya que, como nadie la ha visto trabajar
jamás, no saben de sus ardiles para el curro. A mi me
divierte el pan y el circo, el pan que no sea integral y a
ser posible mollete antequerano y el circo televisivo cuando
salen personajes canallas y llegan a las greñas, será que,
como de jovenzuela, tuve sobredosis de cine de Passolini, me
gustan las tragedias en directo y para vivirlas y
juerguearme. No es exceso de hedonismo, solo que pienso que
cada risotada, por muy carcajadota grosera que sea, es una
forma de agradecer al buen Dios el hecho de vivir y el hecho
de estar gozando de una, más o menos sana, diversión.
Me gusta el pedorreo y el famoseo y me conmueven los
concursos de belleza, esas jóvenes contoneándose en
coreografías horteras, algunas apuntando claramente muslos
celulíticos y tetas caídas, otras con senos enhiestos y
demasiado redondos, tipo la pobre Ana Obregón que consigue,
con cada uno de los carísimos e inapropiados modelotes que
luce, parecer una contorsionista, pura silicona y
desesperadas ganas de ser y aparecer sexy y juvenil. Al
igual que las misses, desfilando con esas sonrisas que se
les quedan heladas a fuerza de mantenerlas y moviendo los
cachetes del culo al compás de sus sueños.
Cosa rara, todas las concursantes, sean o no ganadoras,
quieren dedicarse a la moda o a la televisión, poco importa
que tengan un acento tan atroz que, para entenderlas, haga
falta un traductor simultáneo, ni que sean culibajas y
zangalotonas, más bien corrientes y con un inexacto sentido
de su propia realidad estética. Todas quieren la fama y la
televisión, casi ninguna hacerse veterinaria o preparar
notarías. Este año la malagueña, una chica guapita, ha sido
nombrada Miss España, te das una vuelta por cualquier ciudad
andaluza, por Ceuta o por Melilla y te topas con chicas
infinitamente más raciales y atractivas, pero ese tipo de
chicas no se presentan a concursos de belleza porque les da
vergüenza lo que conlleva de exhibición y esas miradas que
van directas al borde del bañador a ver si llevan la ingle
bien depilada. “Depilado brasileño” se llama a achicharrarte
con cera esa delicada parte de la anatomía y dejarla como
culillo de bebé, lista para el tanga.
Miss Málaga la más guapa y miss Ceuta la más fea. Y
encantadísima de serlo, porque el caso es destacar, por
arriba o por abajo y que lleguen esos patéticos indeseables
del Tomate, se burlen, te ridiculicen, se carcajeen y te
proporcionen minutos de publicidad en televisión, fama
instantánea. Miss Ceuta no era fea, es una muchacha normal,
eso si, no excesivamente agraciada, ni una beldad, pero
normal y encima feliz de haber sido votada como la menos
bonita, porque eso representa y significa el darte a
conocer, el salir del anonimato, el corretear de programa en
programa durante un espacio de tiempo limitado. Es una
cuestión de valores, puede que la Miss fea de Ceuta,
haciendo bolos por los programas, yendo al Ana Rosa, al
Tomate, a este y a aquel se levante un jornal infinitamente
superior al de esa doctora en Biología que malvive con una
beca de mierda, trabajando en la investigación en un
laboratorio y que luego, cuando sale reventada, tiene que
apañarse unas clases particulares a niños de la ESO para
poder llegar al fin de mes.
Cualquier famosete del petardeo, un Antonio David, una
Rociíto, una Belén Esteban, gana diez veces más que el menos
miserable de nuestros mal pagados científicos. Los
adolescentes contemplan el panorama, ven que siendo puta,
maricón, chabacano, escandaloso y pedorro se obtienen más
ganancias que con estudios universitarios y cultivando la
inteligencia y preguntan ¿Para que?. Y de esos para qués se
nutren los concursos de misses por no decir los de misters
donde unos jóvenes musculitos de gimnasio de barriada,
pasean su palmito y marcan paquete para acceder a la fama y
a la corona de laurel. Veo los cuerpos depilados y aceitosos
de los aspirantes a mister y las sonrisas congeladas, que
parecen una mueca de horror de las misses, parece que palpo
la inmensa ambición por llegar a esa nada circunstancial que
es la fama y noto que, en mi sana diversión al contemplar el
espectáculo, hay un punto innegable de amargura.
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