Fue acabar el partido del
Villarreal frente al Arsenal, donde el equipo español salió
herido pero no muerto, y comenzar la entrevista del Loco
de la Colina a Felipe González. Quien, por
cierto, sigue teniendo tirón televisivo. A pesar de que no
creo que ni él mismo se reconozca en aquella fotografía de
los años de la Transición donde cautivaba a las jóvenes y
hacía suspirar a las señoras metidas ya en berenjenales de
hormonas alocadas. Fueron los años del Felipe torero, que
así me lo definió Carmen Romero en una entrevista, que
arrasaba en las urnas y tenía en la palabra un arma
decisiva. Palabra que, sin poder, no vale nada; pero que
tras ganar las elecciones del 82, hicieron de él un
gobernante todopoderoso
A lo que iba: a la entrevista. Cuando Jesús
Quintero le preguntó a su entrevistado por el actual
presidente del Gobierno, dijo: “Parece un hombre tranquilo.
Y en su favor hay que decir que es un hombre de suerte, y
que ésta le sigue acompañando”.
La respuesta de González, conociendo al personaje, es de las
que ZP podría muy bien llamarlo para darle las
gracias o bien para acordarse de todos los muertos de Felipe
en plan andaluz. Aunque bien mirado, el mundo antiguo no
sólo se pirraba por la suerte sino que la consideraba una
manifestación divina. Y, de paso, sus políticos decidían que
casi todas las magistraturas tenían que ser sacadas a
suerte, a fin de mantener la estricta igualdad inicial de
posibilidades.
De todas formas, no olvidemos que la diosa Fortuna es
veleidosa, y que dueña de un timón es capaz de cambiar de
rumbo y dejar sumidos en la miseria a sus protegidos. De ahí
que los afortunados harían muy bien en ayudar a su buen
bajío e irse preparando para navegar cuando no soplen
vientos alisios.
Y hablando de lo que llamamos vulgarmente potra, no conviene
olvidar que Juan Vivas, nuestro presidente, es
de los que no deben quejarse. He aquí, pues, otro gobernante
acogido al manto de la diosa Fortuna. Aunque en su caso,
justo es decirlo, pone todo su empeño en molestarla lo menos
posible para ir retrasando su posible desamparo. Que en esta
vida, cuando uno menos lo espera, se arma una marimorena y
no hay benefactora que te evite el tener que salir corriendo
por la puerta de servicio.
La ayuda que Juan Vivas debe prestarle a su buena suerte
para que ésta no decaiga en el ánimo de seguir arropándole,
es muy clara: alejarse de todo discurso fatalista y
vocinglero, que su partido crea necesario propalar para
ganar las próximas elecciones generales. Esa es misión que
corresponde a los parlamentarios del PP y nunca a él, como
presidente que es de todos los ceutíes.
Un presidente a quien, por encima de cualquier otra virtud,
se le valora porque sus actitudes no son excesivas. Y es en
la moderación donde encuentra el respaldo, casi general, de
unos ciudadanos que le vienen demostrando en las urnas que
es así como quieren que se mantenga. Por más que en ciertos
momentos algunos le hayamos pedido que es bueno golpear en
la mesa. Si bien entiendo que ello le sentaría, por estar
desacostumbrado, como una bufanda a un oso polar.
Lo que sí creo, conociendo a Vivas, a mi manera y no tan
íntimamente cómo otros parecen conocerle, es que ya estará
pensando en la posibilidad de que los socialistas ganen las
próximas elecciones generales. Un hecho más que factible y
que le obligará, aún más, a continuar ejerciendo su cargo
con el suficiente tino y equilibrio, para que desde Madrid
no consigan darle jaque mate a su suerte.
Que hay procedimientos insoportables hasta para una diosa
entregada a la causa.
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