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OPINIÓN - JUEVES, 20 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Ocurrencias
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En cuanto se habla de la Segunda República, lo primero que se me viene a la memoria es Manuel Azaña. Principal protagonista de una república que llega a confundirse con él. Liberal, intelectual y burgués, Azaña, desencantado de la vía reformista para la modernización del régimen de Alfonso XIII, promovió un republicanismo intransigente. Así lo expone José María Marco en la contraportada del libro biográfico hecho por él.

De Azaña me lo he leído casi todo. Pues no no sólo fue figura destacada en un momento crucial de nuestra Historia, sino que también el personaje resulta apasionante. Y, precisamente, releyendo su biografía, otra vez me pongo al tanto de la mucha tirria que el político sentía por Ortega. Parece ser que todo parte de cuando el filósofo se convierte en director de la revista España y no permite que a don Manuel se le publiquen los artículos que enviaba.

Ni siquiera se produce la reconciliación cuando Ortega lo halaga de la siguiente manera: “Azaña es hombre de gran talento, dotado, además, de condiciones magníficas para el Gobierno”. O cuando lo colma de ditirambos hablando de la hazaña de Azaña en la reforma del Ejército. En cambio, quien fuera ministro de la Guerra, jefe de Gobierno y dos veces jefe de Estado, escribe que una cosa es pensar; otra, tener ocurrencias. Y que Ortega enhebra ocurrencias. Y, a renglón seguido, califica a Ortega de señorito y revistero de salones.

No cabe la menor duda de que Azaña era un tipo cáustico; mordaz hasta lo impensable y que analizaba minuciosamente el comportamiento de cuantas personas tenían que ver algo con él. En sus Diarios, 1932-1933. Los cuadernos robados, escribe de cuanto va observando y no deja títere con cabeza. Polémico, no en balde fue presidente del Ateneo madrileño: centro de intrigas, comidillas y murmuraciones de intelectuales.

Pero permítanme que vuelva a Ortega para referirme a una de sus ocurrencias, y que tanto molestaban al hombre que escribió, entre otras muchas cosas, El Jardín de los Frailes.

-La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultaría imposible comprender la segunda (Ortega y Gasset). La frase, ciertamente, es tan original como ingeniosa. Y me viene pintiparada para escribir de ZP, cuando ya ha cumplido dos años como presidente del Gobierno.

Llegó el leones a la política poco toreado y desconocido para el gran público. Apenas se sabía cuándo había debutado con caballos y, mucho menos, en qué plaza había tomado la alternativa. De pronto, un día lo vimos anunciado en un cartel de tronío: se trataba de un mano a mano con Pepe Bono. Un matador manchego que llevaba muchas temporadas lidiando corridas difíciles. Pues bien, ZP no soló cuajó una gran faena sino que, además, fue causante de que el veterano compañero estuviera en un tris de cortarse la coleta. Luego, sin perder la sonrisa ni descomponer la figura, se atrevió a ganarle la partida al coloso de la tauromaquia del momento: Mariano Rajoy; quien había heredado toda la fuerza y enseñanzas de un maestro que, durante ocho años, había permanecido al frente del escalafón: José María Aznar.

Varios meses más tarde, empezaron a decir que ZP estaba verde y que había que darse prisa para verle porque era carne de hule; que era bobo de solemnidad; que desconocía el oficio y que su carrera iba a ser tan breve como borrascosa para la vida española. Ahora, en su segundo aniversario como primer espada, las cosas han cambiado. Reconocen que es un ventajista lidiando; que está pisando terrenos nunca antes pisados; y que cuando el morlaco es peligroso, lo resuelve con un bajonazo. En suma: los empresarios están con él. Y se atreve, pues, con todo.
 

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