No había nadie más en la plaza de África, pero Alfredo
Guijarro lo quiso así. “Cuando voy a una ciudad me gusta
vagabundear, perderme por las calles, este es un buen sitio
para hablar”. Psicólogo clínico madrileño, es experto en
atención a pacientes en situaciones de emergencias y
catástrofes de primer orden, y participa en el primer curso
teórico-práctico de psicología en estas índoles que se
celebra, esta semana, en Ceuta.
“A las ocho de la mañana del 11 de marzo de 2004 estaba en
el apeadero de cercanías para ir a Atocha. Como todos los
días. Me llamó mi hija para decirme que había un accidente
en la estación. Colgué y me volvió a llamar. No cojas el
tren, es un atentado”. En ese momento, Guijarro asegura que
no pensó a que se iba a enfrentar, por deformación
profesional, ya lo tenía interiorizado. Tras la inevitable
descarga de adrenalina; organización de los equipos de
emergencia y encuentros con las primeras víctimas: “qué
llevo, con quién me pongo en contacto, ¿estoy listo?
“El problema no fue el hecho en sí; llegó con “el ‘después
de’”. Las imágenes en el recuerdo reciente, los ‘flashbacks’
se repetían sin cesar en su mente. La importancia que jugó
el azar. Durante la intervención, no se planteó nada, pero
reconoce que “como casi todos” los compañeros de profesión
que trabajaron durante aquellos días, requirió terapia. Los
psicólogos “, aunque nos pongamos coraza, también
necesitamos la ayuda de un terapeuta para hacer una
ventilación emocional; somos tan vulnerables como los
demás”.
A pesar de no olvidarse de aquel día, es tajante: “he vivido
dramas más duros que el 11-M”. Historias más pequeñas, pero,
para Guijarro, “todas las víctimas son iguales”.
Pequeñas grandes historias
Aunque reconoce que “todo no es traumático”, guarda,
“intacta” en su memoria, la historia más difícil de su
carrera profesional. Un accidente aéreo que dejó a dos
viudas sin sus maridos. La tragedia inicial derivó en nuevas
subtragedias más graves aún. “Ambas mujeres tenían un
currículo personal muy complejo”. La sesión que no iba a
durar más de cinco minutos, “acabó en tres horas y media”.
“Me llegué a saturar- dice, meditabundo-. Eran dos pacientes
al tiempo y no podía desconectar. Fue una situación muy
crítica. Asegura que se se involucró tanto que se le “fue de
las manos”. Lo importante en estos casos es “ser empático,
no familiar; si te implicas personalmente, entras a formar
parte del problema”.
Resiliencia
La capacidad humana para enfrentarse a una catástrofe se
denomina ‘resiliencia’. Los hombres (“como animales”) han
interiorizado el “sustrato cultural” que les permite
resistir ante una situación traumática. “Sólo cuando la
resiliencia ha sido efectiva, la elaboración del duelo ante
la muerte de un familiar es buena. En caso contrario, la
gente se bloquea, se ‘cronifica’”, explica.
En el contexto de una crisis emergente el papel del líder es
“primordial”. “No tiene porque entender de todo, pero si
comunicar una gran sensación de control”. Su papel pasa por
“publicitar” soluciones y “demostrar” preocupación por las
víctimas.
La atención de la vida humana es “prioritaria” hasta que se
vuelve a la normalidad, resume Guijarro.
Rictus sonriente
Es serio con su trabajo, pero reconoce que “se está
perdiendo el sentido del humor”. Por ello, con sus
pacientes, recurre a Ghandi - de quien se declara
admirador-; “decía que el humor es la mejor solución a los
problemas porque es la llave de todas las puertas, y encima
es gratis”.
Además de la técnica del rictus sonriente (“una vez que las
personas son capaces de reirse e ironizar de su problema, lo
están venciendo”), disfruta transformando los cuentos con
moraleja ‘de toda la vida’. “Los pacientes los leen, se los
llevan a casa y cuando vuelven a la consulta, es
sorprendente cómo han interiorizado la historia. Una versión
distinta a la mía, a la del autor, a la de otras personas”,
comenta.
Sonriente se levanta del banco. La media hora inicial ha
sumado otra hora. Ya no queda tiempo para el vagabundeo, de
la plaza a la conferencia, “pero con humor”.
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Censura ética en los medios informativos
El papel de los medios de
comunicación durante los días posteriores al 11-M fue, a
juicio de Guijarro, “crucial”.
Pero para catástrofes futuras, insta al valor del “tacto
informativo”. Guijarro recomienda una “censura ética” en
temas tan escabrosos. “No hablo de ocultar información,
pero, si es muy explícita, hay que ser más cuidadosos, sin
dar nunca vida al rumor ”, concluye.
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