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OPINIÓN - JUEVES, 13 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Capillitas y cuaresmeros
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿Ustedes son capillitas y cuaresmeros? Me refiero a si siguen y persiguen las tradiciones de nuestra Semana de Pasión, para refocilarse en ellas, para paladearlas como quien paladea el sabor acanelado de una buena torrija.

Ya saben. El Viernes hay que comer garbanzos con bacalao, nada de carne, a no ser que se tenga una bula ¿Qué eso de las bulas ya no existe? Pues tontos los curas porque era un buen sacadero de dinero. Bulas y dispensas, visita a los Monumentos, los caballeros de traje y las damas de mantilla, es decir, acercarse al Sagrario bien pertrechados y vestidos como Dios manda, será que Dios manda en todo lo bueno y lo bello del Universo y estamos los que recordamos , con un toque de añoranza, aquellos velos de encaje, negros para las señoras, blancos para las niñas, que nos agarrábamos con un alfiler de cabeza de perla antes de entrar en un templo.

¿Qué están ustedes murmurando? ¿Qué soy un acercamiento a la abuela Cebolleta? Vale, ustedes dirán misa pero servidora es muy de las tradiciones de antaño y no renuncia ni a una milésima de las costumbres de nuestra España, con excepción, lógicamente a la antipática y repetitiva manía de los republicanos durante la Segunda República de torturar y asesinar a curas, monjas y católicos y quemar iglesias y conventos, haciendo fogatas de nuestro arte y nuestro patrimonio. Con excepción de esa siniestra etapa de hijoputismo, el resto lo degusto con placer, como si se tratara de una golosina y es como darle bocados pringosos y azucarados a una nube rosa de algodón de azúcar.

Comparto y disfruto tradiciones. Las misas del alba seguidas de chocolate con churros, el tapeillo semanasantero, aquí y allí, de bar en bar, con excepción, lógicamente, de los reductos de la llamada “nouvelle cuisine” esa nueva cocina estrambótica que a mi me da un asco que me muero. Porque los cocineros hacen los menús (también llamados menuses) toqueteando las viandas, soba que te soba, los dedazos apañando los condimentos y a mi me da un repelús y un intríngulis, un jamacuco y un espeluco, se me asemeja que, esos chefs y esos cocineros tan modernos, toca que te toca, se rascan la ingle peludilla y siguen tocando, van a mear, se sacuden la pichurrina de la gotilla traicionera y luego le meten mano al mejunje que estén preparando. ¡Más repugnancia me da!. ¿Qué dicen ustedes? ¿Qué soy una castroja? ¡Y a mucha honra, rifeña recriada en la barriada del Palo! Pero yo me autodenomino con elegancia y oportunismo “minoría étnica marginada” y lo hago por si algún manguncio se equivoca y me cae algún tipo de subvención.

Pero yo a lo mío. Salgo en Semana Santa y voy buscando los Pasos por entre las callejuelas porque yo no pago un bono de sillas ni que me despellejen, soy muy mirada con los dineros, será porque no los tengo y mi escasez y tiesez son endémicas. Además va contra mis principios pagar por algo que puedo obtener gratis, como es empacharme de belleza y de invitaciones de amigos caritativos a buenos manjares que tienen nombres convencionales, su pintarroja en adobillo, su tortilla de papas con cebolla, su porra antequerena, su morcilla reventando aceite, sus choricillos picantes… Como ven nada nouvelle cuisine. Yo desconfío y me aturdo, me ofrecen una sustancia que me recuerda a uno de esos “bultos sin identificar” que aparecen de cuando en cuando en los atestados de los brigadillas y que suelen ser restos de alijos, me ponen por delante un mejunjillo de color indeterminado al que llaman “Cojoncillos de salmón ahumado con aroma de tuétano de búfalo sudado a la flor de pitiminí” Y me dan arcadas, en esa cocina sobada se inventan apelativos asqueantes “Rizos de pelambrera de la ingle del chef aromatizados con esencias del zoco y pedorreta de cabra” ¡Coño que asco!.

Amo mis tradiciones y prefiero un bocata de calamares aceitosos, de esos que fríen y apestan la calle, antes que sentarme a la vera de una sustancia que, para identificarla, tendrían que venir los del CSI o nuestra propia Policía Científica, esa que nada tiene que envidiar a los americanos, aunque solo puedan tirar de los polvillos de las huellas. Apuesten cualquier cosa a que vienen los yankis, hacen los análisis (en mi barrio se dice “el analí”) y se quedan a cuadros, mientras que llegan los picoletos españoles, huelen la mezcla, le pegan un pellizco en el ombligo al cocinero, amenazan con empapelarle por delito contra la salud pública y en un plis plas se enteran de lo que está hecha la porquería hedionda que flota sobre el plato.

Y es que a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado yo les tengo mucha fe. Y con los picoletos, los maderos y los municipales me pasa como con el cerdo: me gustan de ellos hasta los andares.

Los andares y la paletilla sabrosona de un buen gorrino, su pan cateto, sus migas y el viernes, ya saben, sus garbanzos con bacalao. A eso se llama ser capillita y cuaresmero, que es ser muy como Dios manda.
 

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