Yo intento no relacionarme con los
políticos. En realidad, procuro no intimar con quienes
ocupan cargos o ejercen su autoridad al frente de cualquier
institución. Puesto que no hay cosa peor que sentir aprecio
por alguien a quien en cualquier momento debes criticar. Es
una actitud que trato de mantener, aunque en el empeño
parezca que mi carácter es complicado.
Hasta hace poco, las entrevistas dominicales me obligaban a
pegar la hebra con quienes no quería. Pero ya llevo un
tiempo que he dejado de practicar ese género. Por lo tanto,
de momento, me he quitado un peso de encima. Ya que no hay
nada peor que el realizar una tarea sin agrado. Y, cuando
ello ocurre, es necesario tomarse un descanso hasta que el
cuerpo vuelva a entonarse en dirección contraria.
Fue en diciembre cuando eché la última parrafada larga con
Juan Vivas. Sucedió durante la comida ofrecida por la
Ciudad a diversas personas pertenecientes a los medios de
comunicación. Eran días navideños donde todo transcurría
plácidamente y a nadie se le hubiera pasado por la
imaginación que Ceuta iba a ser puesta en la picota nacional
por motivos carnavalescos.
Por ello, es decir, debido al escándalo habido durante la
celebración del Carnaval, tentado estuve de ir a entrevistar
al presidente. Con el firme de propósito de preguntarle lo
que nadie le preguntaba a medida que lo acaecido en el Siete
Colinas servía para que no decayera la trepidante batahola
que se había montado y que parecía no tener fin.
Sin embargo, decliné solicitar la entrevista no por desgana
sino porque eran momentos donde la ciudad necesitaba de la
ayuda de todos los que escribimos en periódicos y al
presidente, sin duda, había que tenderle la mano porque
estaba metido en un jardín. Y mis preguntas no hubieran
arrimado el hombro a la calma que demandaba la situación.
Fueron días donde se echaron de menos los comentarios de
quien alardea, con machaconería, de la amistad que le une a
Juan Vivas, del amor que le profesa a Ceuta y de lo unido
que está al Partido Popular. Y ya no digamos nada de ese
enorme afecto que el tío declara sentir por la directora del
medio en el cual le permiten decir paparruchadas. Se conoce
que el gachó enfermó de la peste aviar y ello le valió para
quedarse varado en la orilla de la cobardía. Su Ceuta,
mientras tanto, estaba siendo zarandeada sin misericordia
por los cuatro costados.
Si bien convendría aclarar este punto: más que por Juan
Vivas me dicen que el Fulano a quien me refiero -¿no está
claro quién es?- se bebe los vientos por Pedro Gordillo.
A la vejez, viruela. ¡Qué cosas, santa Rita de Casio!... Lo
digo, porque el lunes me llamó un íntimo del presidente para
ponerme al tanto de que el pajarraco lleva un tiempo
revoloteando por la sede del PP, y siempre, qué casualidad,
para coincidir con Gordillo y platicar.
Tal vez sea, cuidado con él, para saber si en algún momento
el que más manda en el partido está en desacuerdo con el
propietario de El Faro o bien está haciendo de correveidile
del marqués de la Manga del Mar Menor.
Es al menos, lo que me apuntan quienes son fieles a Gordillo
y no ven con buenos ojos que un tío que anduvo siempre
detrás de Manolo de la Rubia cuando éste era dueño y
señor del Ayuntamiento, esté repitiendo los mismos
movimientos en la sede de Teniente Arrabal.
Mi obligación, pues, es dar cuenta pública de lo que me
dicen quienes no ven con buenos ojos la presencia de alguien
que gusta de mamar en muchas ubres. Otra cosa es que yo les
haya dicho que lo último que haría es exponer su nombre en
esta columna. No quiero. Ya que es caza menor.
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