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OPINIÓN - MARTES, 11 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

El eco de una saeta
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¡Ay si yo pudiera…! Que no hay honor más grande que asomarse a un balcón o a un cierro acristalado al paso de María Santísima, comenzar a cantar, que se amortigüen tambores y trompetas y que la Virgen se detenga, como si la voz que quiebra la madrugá la cautivara.

Devoción y embeleso escuchando esa saeta que huele a incienso y a azahares dormidos y que, para que se vocalice con sentimiento,hay que cantarla usando y abusando de nuestra habla andaluza, ese habla que suena a quejío cuando borda la oración en la noche semanasantera.

Apuesto cualquier cosa a que coinciden conmigo cuando afirmo que nunca es tan bello nuestro idioma español, como cuando se dulcifica y atempera con el acento andaluz. Un acento que suena a la algarabía que hablaban los moriscos en Granada y que, ahora, también se utiliza en la ciudad de la Alhambra para calificar el bullicio de trinos de los pájaros a la hora de las campanas. Atardece y los pajarillos, que buscan acomodo para pasar la noche, enloquecen al repicar de las campanas, el sonido majestuoso de la de la Torre de la Vela, el eco de bronce de las Angustias y las campanitas de los conventos de las monjas. Pájaros y campanas, pura algarabía andaluza ¿Cabe algo más hermoso?.

Arte en el habla. Poesía y musicalidad en los cien acentos que conforman nuestra geografía del sur, suavidad atlántica en el habla ceutí, a medias entre gaditana y onubense, con ese deje meridional con resonancia de jarcha.

¡Ay si yo pudiera rezar cantando en andaluz! Pero no puedo porque tengo menos voz que una gallina, aunque poseo ciertos conocimientos musicales ya que, a hostia limpia, mis padres me obligaron a estudiar la carrera de piano, como se era en aquel entonces, cuando el Valle de Lágrimas y el “Hemos nacido para sufrir y expiar nuestros pecados”. Conceptos sombríos y erróneos, pero , la letra en efecto, entraba con sangre y no existía la delincuencia juvenil ni era necesaria una Ley del Menor, para servidora que, en el cuartelillo y ante la brigadilla, comenzaban y se finiquitaban muchos comportamientos desviados, sin necesidad de la lectura de unos derechos. Que eran inexistentes.

Pero, lo importante es que, ni durante la Oprobiosa ni ahora, ningún Gobierno ha reprimido esta expresión artística autóctona y visceral que es el enriquecer hasta extremos insospechados el español recitándolo y volviéndolo pura algarabía de vocablos hermosos y sonoros. ¿Qué si los catalanes cantan saetas? Espero que no. Mayormente porque tiene que ser un horror estético y espiritual el hacer gorgoritos con ese acento metálico y desagradable que se gastan.¡Y no digamos si intentan la experiencia en la lengua catalana! ¿Qué si el catalán no es un idioma? ¡Por supuesto que no! El idioma tiene que presentar el requisito básico e irrenunciable de tener proyección universal y todos sabemos que, quitando “la nación” catalana, es decir, las provincias de ellos, que encima están repobladas por andaluces y extremeños a quienes llaman despectivamente “charnegos” el catalán no lo habla ni el que se pierde, ni falta que hace.

Para detener la madrugada con el eco de una saeta hay que nacer y servir, sentirlo y que te salga del estómago y del corazón, más que de las cuerdas vocales. Y a nuestras Vírgenes barrocas, les gusta nuestra habla, que es filigrana idiomática, que es para rezarla y cantarla a pelo, sin acompañamiento musical y que huela a luna de abril que es luna de cirios, de plegarias y de capirotes nazarenos. Servidora se chala oyendo cantar, se me ponen los pelos como escarpias, me ahogo, me emociono, tiro del Ventolín, lagrimeo, grito ¡Ole! Y ¡Guapa! Y lanzo vivas dirigidos a esa mujer judía que aguantó el ver como le mataron a su chiquillo, sin un Lexatín que llevarse a la boca y que, como cada año, sigue a su muchacho por las calles, loquita por encontrárselo de frente y que la mezan ante el Hijo y si entonces canta la Legión o, en otros lugares, suena la mágica chirimía de Regulares, entonces María también se emociona y llora lágrimas de cristal que parecen gotas de rocío temprano.

A Nuestra Señora le gusta nuestra habla y le gusta que le canten, que no hay honor más grande… O tal vez si. Había un viejo pintor que, a lo largo de su vida siempre repitió “No hay gloria más grande para un cristiano que pintar una Virgen y que el pueblo le rece”, pero es que ese anciano artista, andaluz recriado, conseguía que, el rasgar de sus pinceles sobre el lienzo cuando pintaba a María, sonaran como una saeta. Misterios del buen Dios.
 

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