A través de un periódico malagueño me informo de las
irregularidades que se cometen a la hora de matricular
alumnos, al pretender los padres acreditar falsas dolencias
con informes médicos para conseguir una plaza escolar. La
picaresca familiar parece no tener límites. Junto a la renta
familiar y el domicilio, que se falseaban, se une lo de los
informes médicos. El objetivo no es otro que obtener más
puntos en la baremación. Y es que, en estas fechas se
disparan las solicitudes de certificados de alergias o
cualquiera tipo de trastornos alimenticios, muchos de ellos
ficticios.
En general, para matricular a un niño en Educación Infantil
o Enseñanza Primaria, se tienen en cuentan la proximidad del
domicilio familiar, los hermanos en el centro, la renta
familiar, el número de componentes de la unidad familiar,
discapacidades y enfermedades crónicas del alumno. Por esto
último, se les concede 0,5 puntos.
Los médicos se ven asediados cuando llegan a la consulta
pidiendo un informe para el colegio. Algunos sí son
patologías reales; otros no. En algunos casos, los médicos
hacen sus informes con pocos detalles, siendo las alergias
alimenticias –leche o huevo- las que son menos demostrables;
con frecuencias son de carácter transitorio. La legislación
al respecto determina que, para alegar una enfermedad
crónica del alumno, es necesario un certificado médico
extendido por el médico de familia, donde se explique que el
niño tiene una dolencia que afecta al sistema digestivo,
endocrino o metabólico, y que por ello requiere una dieta
compleja y estricto control alimenticio, por lo que es
necesario la escolarización cercana al domicilio por si, en
algún momento, necesita algún tipo de alimentación o
medicación. De ahí el valor del 0,5 puntos, evitando que la
familia pueda ir al sorteo de plaza. Para la renta familiar,
es la propia Agencia Tributaria la encargada de comprobar
los datos; para la proximidad del domicilio, un certificado
del municipio.
En nuestra ciudad, los criterios aplicados en la baremación
para la admisión de alumnos, coinciden con los de la ciudad
malagueña, pero la puntuación otorgada es distinta. Así por
ejemplo, en la otra orilla, por áreas de influencia del
domicilio familiar y áreas limítrofes, se otorgan ocho y
cinco puntos respectivamente; en nuestra ciudad, cuatro y
dos puntos por dichos criterios. En el resto de criterios,
también se aprecian puntuaciones distintas.
Este aspecto que regula el procedimiento para la elección de
centro educativo y la admisión de alumnos en centros
sostenidos con poderes públicos, tiene una legislación por
la cual se han dado pasos muy importantes, pretendiéndose
que, por un lado, el alumno se admitido ene. Centro que
reúna mejores condiciones para el desarrollo de su actividad
escolar, y, por otro, que ningún niño quede sin escolarizar.
Se constituyó la llamada Comisión de Escolarización con
objeto de atender las demandas que pudieran producirse fuera
de los plazos ordinarios.
Todo muy lejos de lo vivido por mí en mis primeros tiempos,
ya muy lejanos. La admisión de alumnos no se regía por una
normativa como la actual. Al menos en la localidad donde yo
ejercía. Daba la impresión, eso sí, que de la Delegación
provincial del Ministerio de Ecuación, el objeto prioritario
era que ningún niño se quedara sin escolarizar, dándose la
circunstancia que no se tenía en cuenta la ratio. No existía
todavía la Educación Infantil –después apareció con el
nombre de Parvulario- y la admisión se realizaba a partir de
primero de Primaria, donde 7º y 8º tenían una conceptuación
especial, y para impartirlo era necesario disponer de una
titulación especial, valida para traslados especiales, es
decir, que posibilitara para traslados en localidades de más
diez mil habitantes, por lo tanto, se les denominaban. “diezmilistas”.
Para la educación de los pequeños se recurría a las “amigas”
(“migas”), que abundaban en todas localidades.
Como no había normativa específica, la admisión de alumnos
se realizaba en el propio Centro, llevado a cabo por los
maestros. La matriculación no se cerraba, ya que quedaba
abierta durante todo el año escolar. Para dar comienzo el
curso, el día 15 de Septiembre, ya, desde el día primero se
anunciaba que empezaba la matriculación. Se daba la
circunstancia que, dada la escasez de maestros, en muchos
lugares no se empezaba el curso en la fecha prevista. Fue mi
caso. Como no pudimos, parte de mi promoción quedarnos en
Ceuta, nos enviaron a la Delegación de Cádiz, donde allí,
mediante un extenso catálogo de plazas en distintas
localidades, elegíamos escuelas. Pero ya nos encontrábamos a
11 de Octubre. ¿Qué ocurrían con las unidades, mientras,
oficialmente, no se cubrían? En general, se repartían los
grupos entre aquellos maestros definitivos, o bien, el
Director del Centro las cubría con maestros idóneos,
contando con la ayuda económica del Ayuntamiento. Para tener
una idea de cómo se pretendía que todos los alumnos
estuviesen escolarizados, vale mi ejemplo: fui tutor de un
grupo de setenta alumnos, formados por 5º y 6º nivel. Y no
era mi caso el único. Muchos compañeros también se vieron
“invadidos” por la presencia de alumnos en sus aulas.
Y surgía, en cierta medida la “picaresca”. Ocurría que había
mucha flexibilidad para la incorporación de los maestros, ya
que disponíamos de quince días para hacerlo. Pues, y los
habían madrugadores, que se encargaban de matricular a los
nuevos alumnos, encontrando con ello una “renta” apreciable,
ya que sobre la marcha seleccionaban los grupos , para
después –haciendo uso de la mayor antigüedad en el centro-
se quedaban con los mejores. Además intuía también la
situación económica, que les servirían para las llamadas
permanencias. Esta lamentable forma de compensación
económica, que mediante una ridícula aportación, que todos
los niños no tenían para pagarlas, les daban derecho a
permanecer –“permanencias”- una hora más en clase con su
tutor. A veces sucedía que los más necesitados de este tipo
de apoyo o refuerzo escolar, se nos marchaban, porque no
podían abonarlas. Por otra parte, el Ministerio enviaba unas
ayudas o becas, muy limitados, no cubriendo todas las
necesidades.
Afortunadamente esa etapa, tan negativa en nuestras vidas,
desapareció; pero, aquellos que tuvimos que padecerla nos
queda un triste recuerdo, que eso sí, sabemos que no se
volverá a repetir. También, por otra parte, nos queda la
satisfacción de, al no tener que estar sometido a la ratio
–que en aquellos tiempos ni se hablaba de ella- contribuimos
a cumplir con el objetivo de “ningún niños sin escuela”.
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