Mis queridos diocesanos:
Se acercan los días de la Semana Santa. Para mucha gente son
simplemente días de vacaciones: en las playas, en la montaña
o en el pueblo. En pocas cosas como en ésta, de la Semana
Santa, se nota hasta qué punto ha minado a nuestra sociedad
eso que llamamos “secularización”, es decir, la retirada de
la presencia de la fe en ella.
En mis muchas correrías por los pueblos y tierras gaditanas
y ceutíes hay algo que me ha maravillado mucho y me ha dado
mucho que pensar. Me estoy refiriendo a las muchas y
bellísimas imágenes del Crucificado. Los hay atormentados,
próximos a nuestro dolor y desamparo, serenos y cercanos a
la victoria de Dios sobre la muerte. De todos modos, son una
señal de la fe honda de nuestro pueblo.
Mucho camino tuvo que recorrer la fe cristiana hasta
atreverse a representar a Jesús en la Cruz. Las primeras
generaciones cristianas lo criticaron. Uno de los pensadores
cristianos más grandes de todos los tiempos, Orígenes,
escribía en el siglo III: “La muerte en cruz, suprema
infamia”. Aparte de la crueldad del suplicio de la
crucifixión, a éste sólo se condenaban a los esclavos,
sediciosos y bandidos.
Pero, en nuestros tiempos, la imagen del crucificado ha
pasado a ser, en muchos casos, sólo una obra de arte, para
el puro y simple disfrute estético y un adorno sin más. Para
convertirlo en objeto de “consumo cultural” se ha vaciado el
crucifijo de su realidad y verdad, por la que la imagen
alumbraba un intercambio salvador: Dios venía a participar
del dolor y desamparo del hombre y el hombre de la vida
inmortal de Dios.
La verdad es que nunca estuvo tan cerca de nosotros Dios
todopoderoso, como cuando en su Hijo querido gustó la
debilidad y la miseria extrema. Únicamente de este modo pudo
probar Dios que lo más poderoso, lo que lo sostiene todo, es
el amor, y no el poder, con el que soñamos todos.
En este siglo XXI, el Papa Benedicto XVI, en su encíclica
“Dios es amor”, nos invita a fijar la mirada en el costado
traspasado de Cristo del que nos habla el apóstol Juan (cf.
Jn 19,37), dado que ayuda a comprender que Dios es amor.
Allí, en la cruz, es donde se puede contemplar esta verdad.
El cristiano encuentra la orientación de su vida y de su
amor fijando su mirada en el crucificado.
En esta Semana Santa os pido “sólo que le miréis”, que
miréis al crucificado y dejéis que Él os mire. Considero que
entonces la contemplación de las magníficas imágenes del
crucificado os conducirán a contemplar esas otras imágenes
vivas: los enfermos, los maltratados, los enfermos de sida,
etc. Ahí podéis encontrar mejor al crucificado y en Él la
fuerza de Dios. Ahí encontraréis una buena forma de amar.
Esta Semana Santa la viviréis con mayor sentido si se
participa activa y conscientemente en los oficios litúrgicos
del Triduo Pascual. Así la liturgia y las procesiones podrán
recuperar la unidad que primitivamente tenían, y se vivirá
más fuertemente el sentido cristiano que encierra para los
creyentes la verdad de que el crucificado murió pero ha
resucitado.
¡Feliz Semana Santa 2006!
* Obispo de Cádiz y Ceuta
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