Estaba recién comenzado el año de
1998, cuando en el buzón de El Faro empezaron a
depositar cartas dirigidas a mí. En ellas, sus autores se
retrataban perfectamente como militantes del PP. Eran dos
parientes y con un deseo común: hacerse con poder en el
Gobierno local. Pero ambos sabían muy bien que ello les
sería imposible mientras Jesús Fortes y Ricardo
Muñoz tuvieran la última palabra al respecto.
De manera que los escribidores me contaban en las misivas
todas las miserias posibles de sus compañeros y me alertaban
ya sobre la llegada del GIL a Ceuta. Y, desde luego, no
dudaban en manifestarme lo mucho que confiaban en que yo
publicara las cartas, en vista de que me había ganado fama
de no dejarme influenciar por nadie.
Así, además de estar al tanto de cuanto acontecía en la sede
del PP y en los despachos del Ayuntamiento, pude conocer los
nombres de todas las personas que iban a Marbella a ver si
les recibía Jesús Gil para implorarle que su grupo se
presentara a las elecciones de una Ceuta que, según decían,
carecía de identidad y estaba tan olvidada como maltratada
en todos los aspectos.
Muchos de los visitantes hicieron el viaje en balde; pues
los verdaderos coordinadores de la llegada del GIL a esta
ciudad, se habían encargado ya de emitir el informe
correspondiente por el cual deberían no acceder a la
entrevista con el gran jefe. Lo cierto es que no faltaron
empresarios muy conocidos que actuaron contra Fortes,
teniendo además unas magníficas relaciones con cargos del
partido y hasta con la Delegación del Gobierno.
De aquellas cartas -las primeras fueron, como digo,
depositadas en el buzón del periódico, mientras las últimas
las terminaron metiendo por debajo de la puerta de mi
domicilio, entonces en Delgado Serrano-, yo extraía
fragmentos o párrafos que, habiendo pasado mi censura,
consideraba que se podían publicar. Y no debió de irles mal
a los coordinadores del gilismo cuando me notificaron que a
Roca, un hombre todopoderoso en las filas del Gil, le
gustaba mi manera de escribir y me notificaban que ya había
tomado nota para proponerme un empleo de poco trabajo pero
bien remunerado.
Mientras tanto, Jesús Fortes y Ricardo Muñoz se indignaban
cada vez que leían cuanto yo contaba acerca de lo que se
estaba tramando en Marbella y, por supuesto, de cómo mis
confidentes conocían todas las interioridades del partido. Y
en vez de hablar conmigo me empezaron a ver con malos ojos
porque estaban convencidos de que yo recibía órdenes del
GIL. A partir de entonces, mi teléfono sonaba muy avanzada
la noche y las amenazas se convirtieron en algo habitual y a
las que yo, desgraciadamente, no les presté la menor
atención.
Lógicamente, el editor de El Faro estaba al tanto de cuanto
acontecía y, por lo tanto, fue el primero que me dijo lo
necesario que era que yo me apuntase a la comida que se iba
a celebrar en la caseta de san Urbano -eran las fiestas de
agosto-, propiedad de la Policía Local. Una cena que se daba
para que Antonio Sampietro, acompañado por Aida
Piedra y Luis Ortiz, ex marido de la señora
Gunnila, y teniendo como anfitriones a Juan Carlos Ríos
y José Eladio González, declarara a los cuatro
vientos que el GIL se presentaría a las elecciones de junio
de 1999.
Allí pude oír, entre la admiración de los colaboradores
ceutíes, cómo Sampietro decía entre otras lindezas: “El GIl
lo formamos un grupo de gestión y no somos políticos
convencionales”. Y ponía como ejemplo el cambio que se había
producido en Marbella. Otro día les contaré lo que le
anticipé al editor de El Faro.
|