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OPINIÓN - MIÉRCOLES 5 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Manolete y Lupe Sino
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Leo que ha comenzado el rodaje de una película sobre la vida de Manuel Rodríguez, Manolete, y mis recuerdos infantiles van saliendo de la alacena de la memoria encadenados y fluidos. Y es que de pronto el año de 1947 se me aparece con toda su terrible grisura y con el miedo permanente de las madres a que sus hijos cogieran la tuberculosis. Año duro, entre los duros de aquellos miserables cuarenta, donde el Piojo Verde y el hambre parecían salidos de un capítulo de Los Miserables de Víctor Hugo.

En aquella España donde pocos comían y donde los ricos eran también pocos pero muy ricos, Manolete brillaba con luz propia y las plazas de toros se llenaban si su nombre aparecía anunciado en el cartel. Los españoles, a pesar de que querían olvidar la tragedia vivida y buscaban en la radio los sonidos de la copla, seguían siendo partidarios del riesgo del toreo vertical y dramático de un maestro cordobés, cuyos pies asentados en la arena y su apariencia senequista y austera, calaban entre la gente de un pueblo en el cual sólo los más hábiles podían vender incluso el colchón para sentarse en una grada de sol asfixiante, y ver al Califa.

En el mes de agosto, del referido año 47, en la bahía gaditana todas las conversaciones giraban acerca de la corrida ya tradicional del 31, que se iba a celebrar en la plaza de El Puerto de Santa María. Ni que decir tiene que a Manolete se le esperaba con esa expectación que terminaba siempre haciendo que la empresa, con gran satisfacción, pusiera en las taquillas el cartel de no hay billetes. Aunque es verdad que los revendedores se forraban. Y los carteristas, que los había de lujo, tampoco perdían el tiempo actuando en los alrededores del coso taurino y sus calles adyacentes.

Se hablaba de que el diestro cordobés podía retirarse de los ruedos muy pronto. Que su cansancio, pues Manolete no estaba sobrado de fuerzas físicas, era evidente. Mas, por encima de cualquier otra cosa, se culpaba a Lupe Sino, el gran amor de Manolete, de influir en su retirada.

Lo cual encendía las iras de los partidarios del torero; y éstos decían impropios de una mujer que se atrevía, en época donde el padre Lombardi arengaba a las masas católicas, a hacer vida prematrimonial con la figura española del momento. Un héroe nacional.

Así, la gente, entre el calor sofocante y las arremetidas del viento de levante, iba contando los días que faltaban para la gran corrida. Pero antes de esa fecha, doce días antes, se produjo la explosión de Cádiz. Y la capital gaditana, vista desde el mar de la bahía, aparecía envuelta en llamas. Una catástrofe que mató a 151 personas, hirió a más de 500 y mutiló a otras muchas.

Aquella noche, en la que una radio galena jerezana, propiedad de transradio española, informaba de que una segunda explosión sería capaz de causar más muertes en los pueblos cercanos a la capital y lanzaba llamadas de ayudas constantes, viví yo momentos que me ayudaron a hacerme más mayor de lo que me correspondía por edad. Momentos que he recordado, inmediatamente, en cuanto he leído que la vida de Manolete y Lupe Sino será llevada al cine.

La explosión del polvorín de Cádiz, donde se almacenaban más de 1.660 cargas explosivas pertenecientes a la Guerra Española y a la Segunda Guerra Mundial, nunca fue aclarada. Y la muerte de Manuel Rodríguez, Manolete, en Linares, cuando el mes estaba tocando a su fin, sirvió para acallar todos los rumores que circulaban por una España que no entendía lo sucedido en y que aún vivía los miedos de la guerra. En El Puerto de Santa María, Domingo Ortega, Antonio Bienvenida y Paquito Muñoz, el día 31, guardaron un minuto de silencio por el hijo de doña Angustia Sánchez.
 

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