A mediados de los noventa ofrecí
mis humildes conocimientos jurídicos a una de las primeras
asociaciones de mujeres en lucha contra los malos tratos.
Así puedo afirmar que viví el fenómeno y bregué con las
víctimas, desprotegidas por aquel entonces, cuando aún el
fenómeno no estaba de moda y en las comisarías atendían con
distanciado escepticismos a las mujeres en plan “Algo habrá
hecho”.
Mucho ha llovido desde entonces hasta las novísimas leyes
contra la violencia doméstica, normas jurídicas paliativas
de los mortíferos efectos de los malos tratos. Pero
insuficientes hasta que no se catalogue y trate al violento
como lo que es : un peligro social y un delincuente con
altísimo riesgo de reiteración delictiva, amén de un
asqueroso psicópata y un enfermo mental.
Lo grave en este supuesto es que, el cáncer purulento,
alcanza con sus metástasis a todas las clases sociales. A
mayor marginalidad más riesgo, puede ser, pero servidora ha
conocido a maltratadores del más diverso pelaje, desde el
borracho que llega a la casa y maja a la mujer y a los
chiquillos, hasta drogadictos demenciados, desde el
honorable señor profesional liberal hasta el artero editor
de periódicos, desde el rico hasta el pobre y con un
denominador común en las mujeres: el secuestro emocional.
Los métodos que empleábamos para asesorar hace años eran el
“no aguantes y denuncia”, la respuesta idéntica a la actual,
cuando los jueces de violencia doméstica y la policía tienen
y cuentan con un grado insuperable de formación “¿Y que va a
ser de mí y de mis hijos?”. Una maltratada, emocionalmente
secuestrada, necesita a su alrededor una sólida
infraestructura operativa, una infraestructura tan poderosa
y unas leyes tan punitivas que alejen para siempre al
violento y neutralicen el fantasma de la venganza que ya ha
puesto sobre el tapete de la mesa camilla social, a fecha de
hoy, diecinueve asesinadas. Las órdenes de alejamiento no
sirven para berracos que pueden presentar y presentan graves
anomalías psíquicas. Si se incumplen y da tiempo a
denunciarlo llevan a prisión, pero por un plazo muy breve,
pese al riesgo flagrante de reiteración. Sirve el
instrumento del destierro, contemplado en la Ley y sirve
antes que nada la prisión preventiva mientras subsista la
situación de riesgo , amén de un agravamiento de las penas
por delitos de amenazas y maltrato psicológico.
Pero el problema subyacente son las propias mujeres, el
problema y el reto para que funcione el engranaje social.
Porque no se trata de asistirlas con una mísera pensión, el
meter un pez en la boca nunca es solución ¿Qué dicen
ustedes? ¿Qué existen profesionales del subsidio y la
subvención? No es el caso de las mujeres maltratadas, que no
son en ningún caso un colectivo de parásitos, como los
profesionales de vivir de limosnas. Las mujeres que son
víctimas de un secuestro emocional, necesitan antes que nada
a un buen profesional de la psiquiatría que evalúe los
destrozos causados por la convivencia, especialistas en
sacar del infierno, magos sanadores de las heridas del alma
y el espíritu. Terapia, medicación y un sistema social que
les ofrezca una caña y les imparta los conocimientos
precisos de cómo utilizarla. Cursos subvencionados que abran
horizontes vitales y profesionales y asistencia económica
hasta que, ese aprendizaje, capacite a la mujer para
desempeñar una actividad lucrativa que le permita vivir
dignamente, como miembro productivo y operativo del
entramado social.
Ayudas todas. Limosnas eternas ninguna. Será que los
profesionales de la pobreza no gozan de grandes simpatías
por parte de los esforzados y cansados paganinis. De las
víctimas de la violencia hay que hacer paganinis, cotizantes
de la seguridad social y personas que se sientan seguras,
porque el cabrón de turno está en la cárcel y del trullo al
destierro y de ahí, si da por culo, otra vez a la cárcel y
si está loco o es un psicópata, mejor que a una prisión
convencional a un buen centro psiquiátrico penitenciario,
como Font Calent, que allí a los desequilibrados les
entienden de maravilla . De hecho, nunca he conocido a un
maltratador que sea psíquicamente normal. Y he conocido a
muchos, a marginales y a dignísimos ciudadanos, todos ellos
merecedores de un buen psiquiátrico penitenciario para
atemperarles los malos instintos y el malage, que de esos
lugares suelen salir suaves y salen cuando están curados y
lo manda el juez y con la leche actual de los jueces
españoles, astutos como zorros y muy concienciados, entrar
se entra, pero salir ya está más serio.
Seguro que ustedes conocen o han conocido a alguna mujer
secuestrada emocionalmente , camuflada o sin camuflar,
habrán podido comprobar los destrozos físicos y psíquicos y
se habrán conmovido ante esa rara dignidad que les queda
tras los malos tratos, lo único que piensan que han podido
salvar del naufragio. Cuando no es así, las mujeres
maltratadas salvan mucho más de los embates del temporal,
salvan la capacidad de empuñar firmemente una caña y
aprender a pescar.
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