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OPINIÓN - SÁBADO 1 DE ABRIL DE 2006

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

¿Volver al castigo físico?

Por Andrés Gómez Fernández


Una reciente encuesta recoge, entre otras cuestiones relacionadas con la enseñanza, que seis de cada diez padres, están convencidos que dar un cachete a tiempo a un niño, evita problemas futuros. ¿Un solo cachete? Siendo tan eficaz primer cachete, con toda seguridad que esos problemas que se producirían después, no existirían. Claro, que no es eso lo que se sugiere, sino que recobremos algo que ya estaba casi olvidad: el castigo físico en las aulas, que se puede considera como “hechos puntuales” Posiblemente en el hogar se apliquen castigos como una bofetada, encerrar a oscuras, indiferencia, poner de cara a la pared, insultar, golpear con el cinturón, algún pellizco, hacer comparaciones con los hermanos, etc.

La respuesta a este tipo de actitudes es la educación. “El cachete no es pedagógico” sino que hace daño tanto al niño como a los padres. Es necesario abogar por conciliar la vida labora y familiar para que los padre puedan prestar la atención debida a sus hijos. Sin dudas, que para evitar el castigo físico en la educación es necesario reformar el artículo 154 del Código Civil, que contempla la posibilidad de que los padres puedan “corregir razonable y moderadamente a los hijos”. Si eso es así, qué tipo de educación se está proporcionando a los niños cuado un alto porcentaje de padres españoles ve como “algo normal” que se pueden golpear a los hijos, y qué consecuencias se producirán si se sigue legitimando dicha práctica en nuestra sociedad.

En mi etapa de alumno, la educación que recibíamos estaba fundamentada en el castigo físico. No eran simples cachetes, sino básicamente la utilización de la palmeta, empleada por dos de las caras del prisma que tenía la virtud de “generadora educativa”. Con la menor superficie de las dos caras que se podía utilizar –de “canto” decíamos nosotros- hacía mayor daño –inversamente proporcional-. Lo de “palmeta” vendría porque se aplicaba, en general, en la palma de la mano, donde el daño era menor, pero, cuando se quería hacer el mayor daño, nos hacían reunir los dedos, y aquí; sí que lo pasábamos mal, sobre todo cuando nuestras uñas estaban muy crecidas.

Existían otros tipos de castigos, porque el catálogo era extenso y variado: colocarnos de rodillas con los brazos en cruz y cada brazo sosteniendo unos pesados libros, “mejorándose” el castigo colocándonos en las rodillas unos garbanzos, o unas tapas de chapa de refrescos, invertidas, fuertes tirones de pelo y orejas, donde parte del pelo quedaba en las manos del “castigador” y la oreja elegida “despegada”, copiar cien o más veces un frase alusiva a la falta cometida, quizás sea el único castigo, hecho puntual, que aún se conserva en la escuela; privarnos de libertad, prologándonos el tiempo de jornada escolar, etc. Todas estas “actividades gozaban del beneplácito de la familia, donde éramos incapaces de denunciarlos en nuestras casas, porque encima nos castigaban.

El silencio era nuestro mejor aliado, ya hacer el firme propósito de estudiar más y mejorar nuestro comportamiento. Contando los maestros con la “autorización familiar”, gozaban de total impunidad, ya que no era como en la actualidad, donde los padres presentan las consiguientes denuncias, o, como el caso reciente, ocurrido en un IES de Málaga: “Un profesor fue agredido pro el padre de una alumna, propinándole un cabezazo, tras acusarlo de haber maltratado a su hija, aunque previamente intentó sacarlo del centro”. “Un hecho puntual”. Otro hecho, no tan “puntual”, ya que ocurrió en otra época, y a los hechos en sí, no se les consideraban “puntuales”, fue el que tuve que presenciar, desgraciadamente: “Una alumna de mi tutoría, brillante estudiante, en determinado momento, de forma alarmante, bajó de rendimiento, y nos preocupó al equipo docente que le atendíamos. Yo, como tutor, tuve que concertar una entrevista familiar. Recibí al padre y le expuse los motivos de su visita.

En el transcurso de la misma, me pidió que llamara su hija, a lo que accedí. Sin mediar más palabras, empezó a abofetearla, produciéndose el consiguiente asombro e indignación, obligándome a intervenir para interrumpir la innoble “actividad” del enfurecido padre, al que le recordé que no le habíamos llamado para que golpeara a su hija. Pidió disculpas; se retiró y, nosotros, yo en especial, lamenté convocar a ese representante familiar tan agresivo y desconsiderado. Posiblemente sería el “método” que utilizara para conseguir el “equilibrio familiar”. Ni que decidir tiene que, la mejor fórmula para educar a los hijos es el diálogo, siendo mucho más eficaz premiar los comportamientos adecuados de los niños que propinarle un cachete.

En la encuesta antes citada, eso es lo que piensan la mayoría de los españoles. Sin embargo, detrás de esas afirmaciones se esconde una de las grandes contradicciones de nuestra sociedad, al estimar ese 60% que dar un cachete o un azote a tiempo a los más pequeños, evitaría, mayores problemas en el futuro. Incluso ese mismo porcentaje, considera que es necesario enseñarles a obedecer desde edades tempranas, aunque para ello haya que aplicar castigos físicos. ¿Aceptará el maestro compartir con los padres esos cachetes? Pienso que no caerá en la tentación, después de haberse olvidado de los castigos.

En la escuela se ha luchado mucho para conseguir el estatus actual, pensando que los mejores resultados se obtienen utilizando otras estrategias basadas en el diálogo y en la comprensión, siempre contando con el apoyo familiar, intento reducir al fracaso escolar. En los momentos actuales, la convulsión en nuestro mundo educativo eles palpable, esperando los padres las novedades que introducirá la LOE, teniendo en cuenta que, para ellos, el panorama educativo ha empeorado en los últimos años, y que las escuelas funcionan peor que las de los países de nuestro entorno. Y estos mismos padres reconocen que sus hijos no están mejor preparados de lo que estaban ellos a su edad. ¿Se resuelven estos problemas con golpes? ¿Qué los niños pases más tiempo en el colegio? ¿Qué tengan más deberes en casa? ¿Qué se reduzcan asignaturas? ¿Introducir materias que se adapten más a lo que van a necesitan en el futuro? ¿Cualquier fórmula puede valer, siempre que tanto padres como profesores no recurran a la violencia?
 

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