Una reciente encuesta recoge, entre otras cuestiones
relacionadas con la enseñanza, que seis de cada diez padres,
están convencidos que dar un cachete a tiempo a un niño,
evita problemas futuros. ¿Un solo cachete? Siendo tan eficaz
primer cachete, con toda seguridad que esos problemas que se
producirían después, no existirían. Claro, que no es eso lo
que se sugiere, sino que recobremos algo que ya estaba casi
olvidad: el castigo físico en las aulas, que se puede
considera como “hechos puntuales” Posiblemente en el hogar
se apliquen castigos como una bofetada, encerrar a oscuras,
indiferencia, poner de cara a la pared, insultar, golpear
con el cinturón, algún pellizco, hacer comparaciones con los
hermanos, etc.
La respuesta a este tipo de actitudes es la educación. “El
cachete no es pedagógico” sino que hace daño tanto al niño
como a los padres. Es necesario abogar por conciliar la vida
labora y familiar para que los padre puedan prestar la
atención debida a sus hijos. Sin dudas, que para evitar el
castigo físico en la educación es necesario reformar el
artículo 154 del Código Civil, que contempla la posibilidad
de que los padres puedan “corregir razonable y moderadamente
a los hijos”. Si eso es así, qué tipo de educación se está
proporcionando a los niños cuado un alto porcentaje de
padres españoles ve como “algo normal” que se pueden golpear
a los hijos, y qué consecuencias se producirán si se sigue
legitimando dicha práctica en nuestra sociedad.
En mi etapa de alumno, la educación que recibíamos estaba
fundamentada en el castigo físico. No eran simples cachetes,
sino básicamente la utilización de la palmeta, empleada por
dos de las caras del prisma que tenía la virtud de
“generadora educativa”. Con la menor superficie de las dos
caras que se podía utilizar –de “canto” decíamos nosotros-
hacía mayor daño –inversamente proporcional-. Lo de
“palmeta” vendría porque se aplicaba, en general, en la
palma de la mano, donde el daño era menor, pero, cuando se
quería hacer el mayor daño, nos hacían reunir los dedos, y
aquí; sí que lo pasábamos mal, sobre todo cuando nuestras
uñas estaban muy crecidas.
Existían otros tipos de castigos, porque el catálogo era
extenso y variado: colocarnos de rodillas con los brazos en
cruz y cada brazo sosteniendo unos pesados libros,
“mejorándose” el castigo colocándonos en las rodillas unos
garbanzos, o unas tapas de chapa de refrescos, invertidas,
fuertes tirones de pelo y orejas, donde parte del pelo
quedaba en las manos del “castigador” y la oreja elegida
“despegada”, copiar cien o más veces un frase alusiva a la
falta cometida, quizás sea el único castigo, hecho puntual,
que aún se conserva en la escuela; privarnos de libertad,
prologándonos el tiempo de jornada escolar, etc. Todas estas
“actividades gozaban del beneplácito de la familia, donde
éramos incapaces de denunciarlos en nuestras casas, porque
encima nos castigaban.
El silencio era nuestro mejor aliado, ya hacer el firme
propósito de estudiar más y mejorar nuestro comportamiento.
Contando los maestros con la “autorización familiar”,
gozaban de total impunidad, ya que no era como en la
actualidad, donde los padres presentan las consiguientes
denuncias, o, como el caso reciente, ocurrido en un IES de
Málaga: “Un profesor fue agredido pro el padre de una
alumna, propinándole un cabezazo, tras acusarlo de haber
maltratado a su hija, aunque previamente intentó sacarlo del
centro”. “Un hecho puntual”. Otro hecho, no tan “puntual”,
ya que ocurrió en otra época, y a los hechos en sí, no se
les consideraban “puntuales”, fue el que tuve que
presenciar, desgraciadamente: “Una alumna de mi tutoría,
brillante estudiante, en determinado momento, de forma
alarmante, bajó de rendimiento, y nos preocupó al equipo
docente que le atendíamos. Yo, como tutor, tuve que
concertar una entrevista familiar. Recibí al padre y le
expuse los motivos de su visita.
En el transcurso de la misma, me pidió que llamara su hija,
a lo que accedí. Sin mediar más palabras, empezó a
abofetearla, produciéndose el consiguiente asombro e
indignación, obligándome a intervenir para interrumpir la
innoble “actividad” del enfurecido padre, al que le recordé
que no le habíamos llamado para que golpeara a su hija.
Pidió disculpas; se retiró y, nosotros, yo en especial,
lamenté convocar a ese representante familiar tan agresivo y
desconsiderado. Posiblemente sería el “método” que utilizara
para conseguir el “equilibrio familiar”. Ni que decidir
tiene que, la mejor fórmula para educar a los hijos es el
diálogo, siendo mucho más eficaz premiar los comportamientos
adecuados de los niños que propinarle un cachete.
En la encuesta antes citada, eso es lo que piensan la
mayoría de los españoles. Sin embargo, detrás de esas
afirmaciones se esconde una de las grandes contradicciones
de nuestra sociedad, al estimar ese 60% que dar un cachete o
un azote a tiempo a los más pequeños, evitaría, mayores
problemas en el futuro. Incluso ese mismo porcentaje,
considera que es necesario enseñarles a obedecer desde
edades tempranas, aunque para ello haya que aplicar castigos
físicos. ¿Aceptará el maestro compartir con los padres esos
cachetes? Pienso que no caerá en la tentación, después de
haberse olvidado de los castigos.
En la escuela se ha luchado mucho para conseguir el estatus
actual, pensando que los mejores resultados se obtienen
utilizando otras estrategias basadas en el diálogo y en la
comprensión, siempre contando con el apoyo familiar, intento
reducir al fracaso escolar. En los momentos actuales, la
convulsión en nuestro mundo educativo eles palpable,
esperando los padres las novedades que introducirá la LOE,
teniendo en cuenta que, para ellos, el panorama educativo ha
empeorado en los últimos años, y que las escuelas funcionan
peor que las de los países de nuestro entorno. Y estos
mismos padres reconocen que sus hijos no están mejor
preparados de lo que estaban ellos a su edad. ¿Se resuelven
estos problemas con golpes? ¿Qué los niños pases más tiempo
en el colegio? ¿Qué tengan más deberes en casa? ¿Qué se
reduzcan asignaturas? ¿Introducir materias que se adapten
más a lo que van a necesitan en el futuro? ¿Cualquier
fórmula puede valer, siempre que tanto padres como
profesores no recurran a la violencia?
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