Tras quince años de robar y saquear impunemente el
Ayuntamiento de Marbella (con el beneplácito de la mayoría
de sus ciudadanos, todo hay que decirlo, que elección tras
elección ratificaban a los ladrones), el Estado finalmente
ha decidido actuar contra los mafiosos. Nada que objetar
salvo la tardanza, ¡tres lustros nada menos!, tiempo que,
desde luego, no deja en buen lugar a nadie. Pero, tras esta
incomprensible espera, la aparatosa y espectacular operación
ha venido a producirse justo el día antes al previsto para
el debate en el Pleno del Congreso del tristemente célebre
proyecto de Estatuto de Cataluña.
Que de 5.475 posibilidades, tantas como días tienen quince
años sin contar los bisiestos, la citada actuación haya
tenido lugar exactamente en el día indicado, puede ser una
casualidad, que duda cabe, pero con una probabilidad de una
entre 5.475, o sea, de 0,00018. Vamos, que podrá ser una
casualidad, pero yo, desde luego, no me lo creo. Y de serlo,
el que haya tomado la decisión del día y la hora debería
abandonar inmediatamente sus actuales labores y dedicarse a
las apuestas, pues mientras en aquellas es un poco lento de
reacciones, en el campo del azar es, sin duda, un portento.
Por mi parte, nada me impide pensar que el momento escogido
es inquietantemente sospechoso, pues tiene la consecuencia
de desviar la atención de los medios de comunicación (muchos
ya de por sí predispuestos) a la astracanada de Marbella,
restando presencia a uno de los debates parlamentarios más
importantes, si no el que más, desde la transición política.
Y es que, frente a la largamente esperada detención de los
“sobrecogedores” concejales marbellíes, lo que se debatía en
el Congreso era, ni más ni menos, un Estatuto que liquida
por la puerta de atrás el régimen constitucional de 1978, y
que inaugura el periodo de mayor incertidumbre e inseguridad
de nuestra reciente historia democrática.
Es evidente que los defensores de lo indefendible, aquellos
que han votado que sí en contra de sus propios principios y
creencias con tal de permanecer en el poder “como sea”,
negarán la mayor; pero la prueba del nueve en cuanto al
intento de hacer pasar el debate con sordina, la constituye
el hecho de que el verdadero impulsor del engendro, el
iluminado de La Moncloa, no se dignase a aparecer por el
salón de plenos hasta la hora de la votación.
En los próximos días oiremos hasta la saciedad que no es
para tanto, que lo que dice el PP es una exageración, que el
“Estatut” mejora el encaje de la diversidad en la unidad, y
un montón de bobadas por el estilo. Y es, desgraciadamente,
cierto, que el día después de la aprobación definitiva del
incomprensible bodrio no pasará nada. La gente tendrá que
seguir viviendo su vida, y no habrá variaciones en su
quehacer diario. Pero a medio y largo plazo, la ruptura del
régimen constitucional, el reconocimiento de otras naciones
(vendrán más, ¿alguien lo duda?) que actuarán de hecho de
manera independiente aunque se mantenga una ficción de
unidad, y la insolidaridad fiscal y financiera a favor de
los ricos reconocida y permitida por este dislate jurídico y
político, tendrán consecuencias para la vida de todos y cada
uno de los habitantes de la extinta Nación española. Incluso
para los habitantes de la nueva nación catalana que, por
obra y gracia de un texto intervencionista y metomentodo,
habrán cambiado su condición de ciudadanos libres e iguales
por la de súbditos.
Por otra parte, no es muy difícil adivinar como nos va a
afectar a los ceutíes este proceso de debilitamiento del
Estado y demolición de la Nación, pues estamos en el punto
de mira de terceros con pretensiones anexionistas, que se
deben estar frotando las manos al contemplar el espectáculo
del suicidio de una de las Naciones más antiguas e
influyentes de la historia.
Ante este panorama, sólo quedan dos opciones: o bien pensar
qué podemos hacer cada uno de nosotros para combatir, desde
la democracia y el respeto al régimen constitucional, lo que
se nos viene encima, y llevarlo a cabo, o bien contemplar
desde el sillón de nuestras casas el bonito espectáculo que,
en forma de cortina de humo, nos han brindado desde
producciones moncloa a través de todos los medios, y seguir
así contando cuántas bañeras de hidromasaje tenía la señora
alcaldesa. La elección nos corresponde a cada uno de
nosotros.
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