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OPINIÓN - SÁBADO 1 DE ABRIL DE 2006

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Cortina de Humo

Por Nicolás Fernández Cucurull


Tras quince años de robar y saquear impunemente el Ayuntamiento de Marbella (con el beneplácito de la mayoría de sus ciudadanos, todo hay que decirlo, que elección tras elección ratificaban a los ladrones), el Estado finalmente ha decidido actuar contra los mafiosos. Nada que objetar salvo la tardanza, ¡tres lustros nada menos!, tiempo que, desde luego, no deja en buen lugar a nadie. Pero, tras esta incomprensible espera, la aparatosa y espectacular operación ha venido a producirse justo el día antes al previsto para el debate en el Pleno del Congreso del tristemente célebre proyecto de Estatuto de Cataluña.

Que de 5.475 posibilidades, tantas como días tienen quince años sin contar los bisiestos, la citada actuación haya tenido lugar exactamente en el día indicado, puede ser una casualidad, que duda cabe, pero con una probabilidad de una entre 5.475, o sea, de 0,00018. Vamos, que podrá ser una casualidad, pero yo, desde luego, no me lo creo. Y de serlo, el que haya tomado la decisión del día y la hora debería abandonar inmediatamente sus actuales labores y dedicarse a las apuestas, pues mientras en aquellas es un poco lento de reacciones, en el campo del azar es, sin duda, un portento.

Por mi parte, nada me impide pensar que el momento escogido es inquietantemente sospechoso, pues tiene la consecuencia de desviar la atención de los medios de comunicación (muchos ya de por sí predispuestos) a la astracanada de Marbella, restando presencia a uno de los debates parlamentarios más importantes, si no el que más, desde la transición política. Y es que, frente a la largamente esperada detención de los “sobrecogedores” concejales marbellíes, lo que se debatía en el Congreso era, ni más ni menos, un Estatuto que liquida por la puerta de atrás el régimen constitucional de 1978, y que inaugura el periodo de mayor incertidumbre e inseguridad de nuestra reciente historia democrática.

Es evidente que los defensores de lo indefendible, aquellos que han votado que sí en contra de sus propios principios y creencias con tal de permanecer en el poder “como sea”, negarán la mayor; pero la prueba del nueve en cuanto al intento de hacer pasar el debate con sordina, la constituye el hecho de que el verdadero impulsor del engendro, el iluminado de La Moncloa, no se dignase a aparecer por el salón de plenos hasta la hora de la votación.

En los próximos días oiremos hasta la saciedad que no es para tanto, que lo que dice el PP es una exageración, que el “Estatut” mejora el encaje de la diversidad en la unidad, y un montón de bobadas por el estilo. Y es, desgraciadamente, cierto, que el día después de la aprobación definitiva del incomprensible bodrio no pasará nada. La gente tendrá que seguir viviendo su vida, y no habrá variaciones en su quehacer diario. Pero a medio y largo plazo, la ruptura del régimen constitucional, el reconocimiento de otras naciones (vendrán más, ¿alguien lo duda?) que actuarán de hecho de manera independiente aunque se mantenga una ficción de unidad, y la insolidaridad fiscal y financiera a favor de los ricos reconocida y permitida por este dislate jurídico y político, tendrán consecuencias para la vida de todos y cada uno de los habitantes de la extinta Nación española. Incluso para los habitantes de la nueva nación catalana que, por obra y gracia de un texto intervencionista y metomentodo, habrán cambiado su condición de ciudadanos libres e iguales por la de súbditos.

Por otra parte, no es muy difícil adivinar como nos va a afectar a los ceutíes este proceso de debilitamiento del Estado y demolición de la Nación, pues estamos en el punto de mira de terceros con pretensiones anexionistas, que se deben estar frotando las manos al contemplar el espectáculo del suicidio de una de las Naciones más antiguas e influyentes de la historia.

Ante este panorama, sólo quedan dos opciones: o bien pensar qué podemos hacer cada uno de nosotros para combatir, desde la democracia y el respeto al régimen constitucional, lo que se nos viene encima, y llevarlo a cabo, o bien contemplar desde el sillón de nuestras casas el bonito espectáculo que, en forma de cortina de humo, nos han brindado desde producciones moncloa a través de todos los medios, y seguir así contando cuántas bañeras de hidromasaje tenía la señora alcaldesa. La elección nos corresponde a cada uno de nosotros.
 

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