Uno ha echado los dientes viendo
fútbol y ha jugado bastantes años y ha entrenado durante 14
temporadas. Y, por tanto, me siguen desagradando las muy
variadas maneras que tienen los futbolistas, desde ya no sé
cuando, de celebrar sus goles. Tal vez porque antes, durante
mi época, la explosión de júbilo que causa la consecución de
un tanto se celebraba mediante el rito de acudir todos los
jugadores a la búsqueda de su autor para darle la paliza
regocijante de los abrazos. Los había que ni siquiera
corrían para sumarse a la melé, porque optaban por correr,
de un sitio para otro, cantando su ¡goooool! interminable.
Yo mismo sigo acordándome de la transformación que el hecho
me causaba y los alaridos de felicidad que daba.
No me cansaré de decir que tiempos pasados nunca fueron
mejores, pero hay momentos en los que uno no tiene más
remedio que echar la mirada hacia atrás para meterse en las
inevitables comparaciones. El motivo me lo ha proporcionado
la celebración de los goles marcados en Vitoria por Ronaldo.
Celebración a la que ha respondido Dimitri Piterman,
presidente del Alavés, con tanta ira como atiborrado de
racismo.
Aun así, lleva razón el excéntrico hombre de negocios; un
aventurero a quien el fútbol le tiene sorbido el seso,
cuando denuncia la falta de respeto, yo lo tacharía de
chabacanería, de unos niñatos millonarios, imitando en el
césped de Mendizorroza los movimientos del escarabajo.
Cierto es que Piterman, en todo momento extravagante y
poniendo el mingo a cada paso, ha replicado con una dureza
desmedida a un acto pueril y estúpido en todos los sentidos.
Mas no son únicamente los jugadores brasileños del Madrid
quienes dan la nota cada vez que baten al portero rival,
sino que tan lamentable costumbre lleva ya muchos años de
actualidad y tiene visos de seguir creciendo en gestos tan
disparatados como absurdos y grotescos.
Ahí tenemos, por poner un ejemplo reciente, el caso de Diego
Tristán: recuperado anímicamente por Joaquín Caparrós, y que
da rienda suelta a su alegría, tras marcar un gol, haciendo
una especie de peineta con una de sus manos sobresaliendo
por detrás de su nuca pelada y numerada. Con lo cual causó
el enfado de los aficionados aragoneses.
De todos modos, hay muchas cosas en el fútbol actual que
dejan mucho que desear. Más bien por ser tan ficticias como
teatrales e indignas de profesionales que tienen ya
suficiente edad para darse cuenta de que los fingimientos se
perciben a mucha distancia.
Verbigracia: ¿cuál es la razón por la que los futbolistas se
reúnen en el círculo central del terreno de juego para
conjuramentarse si han tenido todo el tiempo del mundo para
hacerlo en la intimidad del vestuario?
Otro ejemplo, que estamos viendo en cada partido, es la
representación entre Ronaldinho y Eto’o, antes de que el
árbitro mande empezar. ¿Acaso han carecido de tiempo,
mientras se enfundaban el traje de faena, para concienciarse
entre abrazos y besuqueos de que han de luchar al máximo por
la victoria? Algo que el camerunés ha extendido ya a Messi.
Éste recibió todo un discurso al oído, durante los
prolegómenos del encuentro europeo contra el Udinese,
mientras se hacían carantoñas que no venían a cuento en el
escenario donde estaban.
Algunos dirán, y están en su perfecto derecho, que semejante
puesta en escena ayuda a que el espectáculo gane muchos
enteros y que los aficionados vibren ante los gestos
comprometidos de sus ídolos. A mí, la verdad sea dicha, me
suena todo a camelo. Claro que peor es ser comentarista de
una gran cadena y a la par accionista de un equipo de
Primera División. Eso sí me parece más grave.
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