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OPINIÓN - MARTES 27 DE SEPTIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

Escribir es muy difícil
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

He aprovechado mis cortas vacaciones para hacer lo que me suele gustar mucho: releer ciertos libros. Uno de ellos ha sido El nuevo dardo en la palabra. Y, enfrascado en la lectura de lo escrito por el ya desaparecido Fernando Lázaro Carreter, pensé que escribir es muy difícil y casi imposible hacerlo bien. Inmediatamente, claro está, tuve la certeza de que mi osadía no tiene límites por atreverme con esta columna todos los días. Y, a renglón seguido, busqué la Gramática de la Lengua Española, de Emilio Alarcos Llorach, para despejar algunas de las muchas dudas que me siguen persiguiendo cada vez que abro el ordenador y trato de contar cosas con la corrección debida.

Muchos periodistas terminaron odiando al maestro Lázaro Carreter, prestigioso lingüista, porque sus dardos les mostraba la impericia con que se manejan en un oficio donde se necesita aptitud, voluntad, ilusión y un deseo permanente de no dar cabida a lo rutinario. Lo veían como el azote de la profesión y lo acusaban de ser un purista amante del manierismo. Craso error.

Puesto que lo único que trataba el maestro es de aclarar dudas y evitar vulgaridades (alante por adelante), confusiones horripilantes (humanitario por humano) o semejante barbaridad (degollo por degüello). Por cierto, esta perla bien pudo tomarla de una portada que hizo un director de un periódico ceutí. No hace falta ser un lince para adivinar el nombre de quien cometió tamaña tropelía con la lengua española.

Lo dicho me vale para recordar la necesidad que tienen los periódicos de estar bien escritos. Siempre la tuvieron, lógicamente; pero ahora más que nunca se impone el que los medios de papel vistan sus mejores galas ortográficas y luzcan la sintaxis adecuada. De lo contrario, apenas ganarán la atención de un público que hace ya mucho tiempo viene prefiriendo la radio y la televisión.

Un periódico mal escrito es, sin duda, el resultado de una falta de interés por parte de sus hacedores y, desde luego, una prueba palpable de que sus componentes no están cumpliendo con las obligaciones contraídas: bien por haber perdido las ilusiones o porque no reúnen las condiciones exigidas por la profesión. Lo cual terminará poniendo a la empresa, más pronto que tarde, al borde de la sima.

Sucede también, en ocasiones, que periódicos muy bien escritos pierden interés porque uno de sus columnistas desaparece de la escena: es el caso de ABC, debido a la muerte de Jaime Campmany, meses atrás. Su ausencia ha dejado un vacío imposible de paliar en parte por ningún otro escritor de columnas. Ni siquiera la experiencia y la brillantez de Martín Ferrand son capaces de hacer más llevadero el problema que le ha planteado a la empresa la ausencia del genial columnista murciano.

La prosa barroca y cachonda de quien fuera un falangista convencido y desengañado de casi todo con el paso de los años, era lo mejor de cada mañana para todos los que nos levantamos dispuestos a disentir de lo escrito por las mejores plumas nacionales. En Campmany primaba, a partes iguales, el humor y la mala leche. Y, sobre todo, era él más leído por las razones que Francisco Umbral da al respecto:

-El publico sigue prefiriendo-en la columna, por supuesto- la pintura al análisis, la anécdota al dato y el humor a la crítica razonada. Se trata, en fin, de unos lectores desencantados de la política y sus palabras rituales.

Pues bien, desde aquí abogamos porque se escriba con la corrección debida, si queremos mantener nuestros lectores. En cuanto a los columnistas, día llegará en que Aróstegui y compañía aprendan que la columna se quitó el luto cuando murió Franco.
 

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