La polémica y la disputa política
está nuevamente servida entre PP y PSOE en función de las
oficiosas noticias emanadas desde las cercanías del
Ejecutivo de Zapatero sobre no aceptar las peticiones de los
presidentes autonómicos de Ceuta y Melilla respecto de su
participación en la Reunión de Alto Nivel que España ha
preparado con Marruecos y que se llevará a cabo a finales de
mes en las localidades andaluzas de Sevilla y Córdoba.
De nuevo podría darse el caso de que tanto Ceuta como
Melilla queden relegadas y tratadas de desigual forma al
resto de territorios de la geografía de nuestro país. Una
situación que los más puros defensores del terruño
criticarían en actitud denodada.
De crítica, sin duda, es el que no se airee a los cuatro
vientos ante el vecino la pertenencia a España de las dos
ciudades enclavadas, por las circunstancias históricas, en
el norte de Africa.
Mientras que se ha considerado como mejor modo de actuar el
avanzar entre los dos países (España y Marruecos) por la
senda de los asuntos que les acercan y, ¡ojo! postergando
para más tarde, los ‘otros asuntos’ que les diferencian,
(declaraciones textuales del primer ministro marroquí en el
seno de la nueva filosofía en las relaciones
hispano-marroquíes), los ciudadanos de Ceuta y Melilla están
en su derecho de sentir inseguridad e indefensión, lo cual
redunda negativamente en todos los aspectos sociales de
ambas ciudades comenzando por el importantísimo plano de la
inversión privada.
Mientras que la duda siga instaurada, mientras que la
indefinición sea un instrumento utilizado de modo constante,
será difícil desterrar por siempre el miedo a lo
desconocido.
El día que dejemos de reivindicar constantemente nuestra
españolidad, será el día en que podamos -orgullosamente-
decir que somos iguales entre los iguales. La incongruencia
radica en el hecho de que no seamos tan iguales pese a
nuestra devoción española y otros territorios españoles sean
más que los iguales pese a su aversión reconocida a todo lo
español.
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