En caso de faltar la cortesía o
mala educación en la relación social, la cual se manifiesta
en primera instancia en el acto de saludar, ella es
solicitada como una obligación por parte del interlocutor
que expresa mediante actitudes de reproche, como eludir la
mirada, fruncir el ceño en señal de desaprobación, hurgar
con la mirada fija y penetrante, o mediante actos de habla
directos de exigencia de la misma o en casos de respeto
institucional puede ser motivo de sanción.
No son las instituciones sociales las únicas encargadas de
formar y acendrar hábitos de cortesía, también lo hacen los
individuos con los que se entabla cualquier tipo de
relación, demostrándose de esta manera la importancia de la
vertiente social de la comunicación, fundamentada en la
tercera máxima de cortesía de Robin Lakoff (1998: 268):
\"Haga que el otro se sienta bien -compórtese
amigablemente\".
El saludo inicial entre dos personas constituye un elemento
que predispone a los participantes , de alguna forma, a
establecer una buena relación, crea un ambiente de
\"charla\", abona el terreno para próximos encuentros y, lo
que es más importante, permite la libertad de movimientos
lingüísticos que favorecen la sinceridad del emisor, en
tanto que el destinatario puede tener la certeza de que se
ha llevado a cabo el acto de habla que se pretendía
realizar, además de estrechar el vínculo afectivo que en
principio los acercó. Uno y otro han utilizado un elemento
importante en este primer encuentro: EL RESPETO.
La práctica social cotidiana nos muestra la importancia del
manejo de esa gramática de la cortesía, la cual, como es de
suponerse, orienta los comportamientos a partir de lo que
implica ser miembro de una cultura. Se entiende, así mismo,
que la práctica de la cortesía depende del estatus de los
sujetos, referente al uso fácil y sin complejos, de todo un
sistema de comunicación hablada acompañada de gestos, que
han sido aprendidos desde la niñez. Dicha práctica se
incluye en toda manifestación personal al hacer uso de un
turno conversacional, en cualquier tipo de discurso o de
comportamiento; de ahí que sea difícil imaginar cualquier
evento comunicativo en el cual no se observe esta conducta.
Esas reglas regulatorias de las que habla Searle, y la
cortesía en general, no están circunscritas a situaciones de
etiqueta, en el sentido más estricto de la palabra, sino que
tienen que constituirse en práctica habitual, implicando con
ello que la sociedad no permite que ninguno de sus miembros
ignore sus leyes independientemente de la condición social,
so pena de ser objeto de marginación o exclusión del grupo
al que se pertenece. En otras palabras, toda sociedad está
en permanente proceso regulatorio del comportamiento de sus
miembros.
La observancia de esas reglas regulatorias facilita los
encuentros con el otro en la vida cotidiana, ya que éste
también ha interiorizado esa misma parcela pragmática, hecho
que favorece la comunicación y sustenta la imagen que cada
uno ha construído de sí y que la sociedad aprueba y respeta
dada la concordancia de esa imagen con el código
establecido, lo cual a su vez confirma la solidez del grupo
y garantiza su integridad. De ahí que la ruptura de la
imagen de un miembro, no solamente afecte al directamente
implicado sino que lesiona proporcionalmente al grupo,
dependiendo del status o del rol que desempeñe el infractor
dentro de la estructura social; ello explica el por qué las
instituciones en general seleccionan a sus miembros y les
explicitan un reglamento coaccionando su actividad para
proteger su imagen individual y la de la institución misma.
Quizás sean los EJÉRCITOS las primeras instituciones que
necesitaron elaborar un protocolo de la CORTESIA-SALUDO-EDUCACIÓN.
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