El cuento es un hecho mágico capaz
de reunir en torno al relator de turno a los seres más
heterogéneos. De ahí que escribirlo implica no desestimar la
reacción de los lectores. Dice. Augusto Monterroso: “Todo
buen cuento tiene un cierto aire de chisme”. Si uno enuncia,
“¿saben lo que pasó?”, enseguida encontrará a alguien
dispuesto a escuchar el cuento. A diferencia de la novela,
que pone en escena una serie de personajes, el cuento se
centra en el héroe. El cuento que nos ocupa comenzó de la
mejor manera que pueden empezar los cuentos; con una buena
frase inicial o con un párrafo emotivo:
-Iker Casillas estaba en el Instituto, y el director le
llamó a su despacho para comunicarle que el Real Madrid, que
jugaba en Noruega un partido de Copa de Europa, lo había
convocado debido a las bajas de Illgner y Contreras.
Y la gente al leerlo se imaginó al niño recogiendo su
mochila, posiblemente repleta de chucherías, corriendo hacia
su casa para decirle a los suyos que se iba a Noruega con la
primera plantilla del Real Madrid. La historia es hermosa y
sucede durante la temporada 97-98, siendo Jupp Heynckes
entrenador del conjunto merengue.
El niño, aunque no juega, pues lo hizo Cañizares, aparece en
las portadas de los principales periódicos deportivos y
encandila a tirios y troyanos. Porque en un fútbol
profesionalizado hasta la náusea es necesario que, de cuando
cuando, sucedan historias tan maravillosas. El niño es
agraciado y enamora, como ocurre con el personaje de todo
buen cuento, a un público heterogéneo: a sus pies se postran
las quinceañeras, las veinteañeras y así hasta desembocar en
las señoras que sufren las consecuencias alocadas de sus
hormonas. Sin olvidar de qué manera irrumpe en las vidas de
quienes se beben los vientos por las piernas de los
deportistas. Por lo que el niño fue pronto un icono del
barrio de Chueca.
El cuento, con su magnífico comienzo, pronto se adentró en
el nudo con el debú de Iker Casillas en el mítico San Mamés:
fue un 12 de septiembre de 1999. El héroe encajó dos goles y
evidenció carencias tan grandes, o más, que los reflejos e
intuiciones con los que nos obsequió. Pero nadie quería
verle defectos al personaje, con tal de no estropear una
historia de tal calibre.
A partir de entonces, Iker se convirtió en la atracción de
unos aficionados que hablaban de él como alguien que estaba
llamado a revolucionar la forma de parar. Todo lo que hacía
era hiperbolizado y sus fallos se silenciaban o se tomaban a
bromas. Por lo tanto, desde que Jhon Toshack le dio la
oportunidad, en España el cuento más vendido ha sido el
protagonizado por Casillas.
Pocos fuimos los que dijimos, con machaconería, que el héroe
no sabía salir de la portería; que se perdía en los balones
aéreos y que era el peor enemigo de su equipo cuando se le
lanzaban córnes o faltas desde los lados. Tampoco
renunciamos a contar que era un desastre manejando el balón
con los pies. Lo cual supone que sus saques de puerta sean
tan ineficaces como perjudiciales para su equipo.
Pasaban los días, las temporadas, los años, y el cuento se
vendía cada vez mejor. De manera que quienes seguíamos
insistiendo en los errores del personaje, tan evidentes como
injustificables, éramos visto cual excéntricos que no
sabíamos ni papa de fútbol. Aquí los que sabían eran Tomás
Roncero, Tomás Guach... y todos esos que han puesto de moda
lo de: ¡Paradón de Casillas! Ahora, cuando el cuento parece
el del alfajor, es cuando veremos a sus autores renegando de
su autoría. Seguro que muy pronto el cuento será recordado
como uno de tantos.
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