No sólo el CETI, con sus buenas
instalaciones en las que se dota de ‘dignidad’ a los
inmigrantes, o el colegio de San Antonio donde se puede
adaptar para acoger a parte de este colectivo, o incluso la
Cruz Blanca, que dan cierto ‘caché’ al trato al inmigrante,
así reconocido por los emisarios del vicepresidente de la
Comisión Europea, Franco Frattini, en Ceuta existe el
barracón del Sardinero. Allí, unos cuatrocientos
irregulares, entre argelinos, marroquíes y nigerianos,
hombres y mujeres, se hacinan entre los edores que produce
la basura putrefacta, las heces, orines y demás lindezas
olfativas.
Una situación denigrante y con un peligro evidente de
proliferación de enfermedad dada las nulas medidas
higiénico-sanitarias que se toman con estos inmigrantes no
controlados que van creciendo en número, cada día, poniendo
así en duda la impermeabilidad de la frontera.
Las protestas de los vecinos son constantes, justas y
necesarias. Las autoridades deben controlar este lugar,
enviar a los inmigrantes a lugares adecuados y derruir ese
foco ‘pandemizante’ donde las bacterias y virus campan por
sus anchas.
Hay argelinos que avisan de sarna, a veces no encuentran
agua, y el cólera acecha en cualquier momento. Las ONGs
-critican estos inmigrantes- no aparecen, no les ayudan, “es
mejor los negros”, dicen consumidos en la propia podredumbre
donde se refugian.
Lo cierto es que esta realidad esaltamente preocupante. Este
medio ha comprobado que centenares de inmigrantes malviven
en este barracón lejos de cualquier control y en una
situación límite de aguante humano.
El CETI con ‘overbooking’. Se habla de unos 700 inmigrantes
como cifra oficial. Son los controlados, porque los del
barracón del Sardinero suman unos 400 más y éstos, no están
controlados.
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