El Instituto Nacional de Gestión Sanitaria ha editado el
estudio sobre ‘la prevalencia de factores de riesgo
cardiovascular en una población bicultural (musulmana y
cristiana)’ que ha realizado el doctor Julián Manuel
Domínguez en colaboración con la enfermera Inés Padilla,
ambos pertenecientes al Ingesa en Ceuta.
A lo largo de casi un centenar de páginas el estudio refleja
las relaciones existentes entre la religión y los
padecimientos cardiovasculares. Pudiera parecer que la
religión es determinante para que se pueda padecer del
corazón cuando, en realidad, se trata de los hábitos
culturales que acompañan a quienes profesan una u otra
religión.
Mientras que los cristianos hacen una vida sedentaria, llena
de estrés y con una alimentación rica en grasas y
colesterol; los musulmanes, haciendo gala de ese famoso ‘la
prisa mata’ llevan una vida mucho más sana y que, por lo
tanto, conlleva menos riesgo de sufrir dolencias
cardiovasculares en cualquiera de sus múltiples
manifestaciones.
Según ha explicado el doctor Domínguez, “el objetivo era
determinar si existía más riesgo cardiovascular, más
infartos, entre musulmanes o entre los cristianos porque ya
teníamos la sospecha de que había menos infartos entre los
musulmanes”. Para ello, se sirvieron de una muestra de 70
varones de cada una de las dos religiones.
Según explica este médico del Ingesa, “salvo en algunos
parámetros como el relativo al tabaco, los demás índices
apuntaban clarísimamente a favor de que los musulmanes
tenían un índice de afección de enfermedades
cardiovasculares mucho más bajo que el de los cristianos”.
La explicación de esta diferencia en la salud de la
población es que la comunidad musulmana en general tiene
hábitos alimenticios más saludables que la cristiana. “La
ingesta de grasas insaturadas, de alimentos procedentes
básicamente de los vegetales, del aceite o de carnes que no
tienen tanto contenido graso hace que sea más saludable su
riesgo cardiovascular y más si a esto le unimos los niveles
de estrés, también en general más bajos”, señala Julián
Manuel Domínguez.
Además de las diferencias en la dieta, que son las
determinantes para aumentar o no el riesgo cardiovascular,
en el estudio se aprecian otras variables que también pueden
influir en el padecimiento o no de estas dolencias. La clase
social también interviene, al igual que el hecho de que las
personas se dediquen a un trabajo u otro, pero en unos
niveles mucho más bajos y en absoluto determinantes. “En el
estudio, lo que sale como una conclusión evidente es que no
es solamente la clase social o la actitud ante la vida sino
que, básicamente, son las características alimentarias las
que la diferencian”, afirma Domínguez.
El colesterol, por ejemplo, tiene unos niveles bajísimos
entre los musulmanes gracias a que su dieta es mucho más
saludable.
El estudio se ha realizado exclusivamente sobre una
población masculina porque lo que se pretendía era buscar la
época de mayor riesgo y de mayor mortalidad y donde se
produce más gravedad por el hecho de que son personas
jóvenes y se produce en una edad productiva de la vida. “La
realidad es que en las mujeres sí hay mayor mortalidad pero
en edades más altas de la vida, una vez que han pasado la
menopausia; los hombres que mueren jóvenes suelen hacerlo
por infarto pero, sin embargo, cuando son mayores, se mueren
por ictus”, explica este médico ceutí.
Además, otra de las razones por las que no servían las
mujeres para este estudio es porque tienen un riesgo mucho
más bajo de padecer enfermedades cardiovasculares y porque
este riesgo es similar entre las cristianas y las
musulmanas.
En cuanto a los datos más concretos, en la Ciudad Autónoma
de Ceuta hay un mínimo de treinta muertes por infarto
anuales, lo que supone que, cada mes, se producen tres o
cuatro fallecimientos por afecciones cardiovasculares. De
esa cifra, tan sólo un tercio serían personas musulmanas.
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Claves para llevar una vida más sana
Dieta, ejercicio y control
tensional son las claves para llevar una vida sana. Según
recomienda el doctor Domínguez hay que hacer al menos una
hora diaria de ejercicio físico, hasta llegar a cansarse,
pero, fundamentalmente, debemos cuidar nuestra dieta: menos
grasas saturadas, usar aceite de oliva virgen, no reciclar
fritos más de dos veces, excluir embutidos, conservas y
chocolates, evitar la yema del huevo y las carnes con más
grasa como el cerdo, el cordero y la caza. A cambio, debemos
acostumbrarnos a tomar más pollo y pescado e incluir en
nuestra dieta diaria las legumbres, la fruta y las verduras.
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