El Estatut de Cataluña va a traer
tela marinera tela del telón incluidas las salidas de tono,
de algunas de sus señorías, que no dejan en muy buen lugar a
la clase política.
Cuando uno está en la clase
política representando a una parte del pueblo español, debe
contar hasta diez antes de manifestar algunos pareceres que
dejan mucho que desear de lo que uno entiende que debe ser
un representante del pueblo español democráticamente
elegido.
Si no es así, y resulta que este
representante del pueblo español no sabe guardar las buenas
formas, es lógico que uno llegue a pensar y a preguntarse ¿y
ese es el qué me representa a mi?.
El insulto es algo que no debe
prevalecer, en los encuentros entre políticos de distintas
ideas, a la hora de rebatir o debatir cualquiera de las
cuestiones planteadas y donde, por supuesto, cada uno tiene
una forma diferente de ver las cosas.
Si todos piensan de la misma
forma, para qué se quiere qué exista la oposición.
El odio es el peor de los consejeros a la hora de juzgar a
alguna persona que haya intervenido en algún tema que se
tenga que debatir por rivales de la política.
El odio no es más que el remedio que tienen los mediócres
hacia quienes consideran superior a ellos.
El odio, para todos estos mediócres, que hay en la vida, es
la única panacea que tienen para atacar a quienes les ganan
en todo incluida la inteligencia. Y eso, los mediócres, no
lo soportan, esperando la primera oportunidad que se les
presente, para mostrar ese odio que llevan acumulado,
atacando con él como si fuese un veneno mortal lanzado por
una cobra, para tratar de eliminarlo. Único fin al que
dedican, estos mediócres, toda su vida.
El error, de los políticos mediócres, es la creencia de que
quienes no piensan igual que ellos, son enemigos a los que
hay que eliminar de la forma que sea, sin reparar en medios
para hacerlo
En esos enfrentamiento dialécticos que se producen entre
políticos de signos diferentes, la inteligencia juega un
gran papel, a la hora de querer derrotar al contrario por el
arma de la palabra.
Entra en juego la ironía y, sobre todo la capacidad de
reflejos a la hora de dar una contestación que deje
desarmado al contrario.
Han sido famosos los debates dialécticos entre personajes
inteligentes de nuestra política, usando como única arma la
fuerza de la palabra y la suficiente rápidez de reflejos
para dar la repuesta perfecta en cualquier momento y que ha
llenado de satisfacción y orgullo al pueblo, al comprobar el
grado de inteligencia de los hombres y mujeres que habían
elegidos para ser sus representantes.
Cuentan una anécdota, en la que uno de nuestros políticos
queriendo llamar viejo a otro le dijo: “Usted se calla, que
de viejo que es lleva los calzoncillos largos”.
A lo que el otro político, sin inmutarse le contestó: “no
sabía que su señora era tan indiscreta”.
Eso es arte. Eso es sabiduría. Eso es saber estar y saber
responder con la frase adecuada en el momento oportuno.
Eso es, simple y llanamente, tener inteligencia cosa, por
otra parte, que en algunos de nuestros políticos brilla por
su ausencia, y para contestar se sirven del insulto barato y
callejero que podría suscribir, con toda la facilidad del
mundo, cualquier personaje de la calle sin cultura alguna y,
por supuesto, sin representar a una parte de los españoles.
Lo he escrito en multitud de ocasiones y lo voy a seguir
escribiendo,`porque así lo pienso, que con la llegada de la
democracia aparecieron, en España, una fauna política nacida
como los pollos de granja y algunos de ellos aún continúan.
Aquí en esta mi tierra, cuando alguien mete la patita hasta
el corbejón, se dice: “no todo el mundo puede vivir en la
calle real”. Tratando de decir con ello que en esa calle
real, viven lo mejor de esta tierra.
Esto, por supuesto, no es cierto, porque lo mejor puede
vivir también en otros lugares que no sea la calle real,
porque todos los que viven en ese lugar ni son los más
inteligentes, ni los más guapos, ni los más ricos. En fin
era una forma de decir y, dejemos que siga siendo solamente
eso.
Lo que sucede es que, a veces, el odio hacia una persona es
tan grande que se olvidan las formas y los modales, a
algunas de sus señorías, poniéndose a la altura de lo más
bajo del pueblo.
Rafael Estrella diputado socialista sufrió un ataque de odio
furibundo, el otro día, cuando comparó a Aznar con el
genocida yugoslavo Slobodan Milosevic en la comisión de
Exteriores del Congreso.
Tuvo que intervenir el ministro Moratinos que le pidió al
diputado de su grupo retirara lo dicho.
El odio como la pasión ciegan los sentidos y el hombre,
cegados por ese odio, deja aparecer lo peor de él.
Se odia a todo aquel ante quien uno se siente inferior. Esa
inferioridad se manifiesta de forma concreta entre los
mediócres.
Servidor no odia a nadie.
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