Las once de la noche en Príncipe
Alfonso del pasado miércoles, el hermano Pedro, de la orden
franciscana de la Cruz Blanca se sobresalta por el ruído
seco de una detonación que cree interpretar como un petardo.
Se acerca a la puerta principal de la Iglesa de San
Ildefonso donde ‘habita’ el Medinacelli y comprueba cómo la
puerta principal ha vuelto a ser agujereada por obra de un
proyectil disparado con pistola desde justo enfrente de su
fachada principal.
No es el primero, el pasado año ya recibió -la puerta- el
impacto de, al menos, dos disparos. Es, sin duda, un
atentado lamentable que debe, no sólo ser perseguido por las
autoridades policiales, sino denunciado por todas las
asociaciones, colectivos y organizaciones de la ciudad como
un acto reprobable, cobarde, sin sentido y con el ánimo de
romper la paz en una sociedad que debe superar cualquier
atisbo de sin razón como el que motivó a quien osó atentar
contra la casa de Dios y, en concreto, su morada cristiana.
Dios también habita en las mezquitas y en las sinanogas.
Lugares de culto y devoción donde acuden los hombres de paz
con humildad y con el espíritu del bien hacia el prójimo.
Atentar contra una sede religiosa, cualquiera que esta sea,
es un acto que entraña su claro peligro porque ataca
directamente a la evidente convivencia que sí existe en El
Príncipe con los hermanos de la Cruz Blanca por más que
algunos intenten, llevados por la mano del diablo, romper la
paz evidente entre los que profesan distinta fe religiosa,
basadas ambas en el bien y en el amor al prójimo.
La reacción popular debe ser clara en contra de hechos como
éste. La evidente madurez en la convivencia de Ceuta
superará, sin duda, este lamentable suceso.
La policía investiga, tiene el proyectil, trabaja la
información y esperemos que pronto el delegado del Gobierno
nos cuente que se ha producido la detención de quien haya
protagonizado este acto tan desleal y criminal contra la paz
y convivencia ciudadana.
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