En un tiempo en que abunda en España el perfil de ‘católico
no practicante’, que es algo así como decir “yo creer creo
(por si acaso), pero no pierdo mi tiempo en la Iglesia”,
sorprende observar cómo la comunidad islámica de Ceuta
cumple con devoción su mes de Ramadán.
El Ramadán es un mes de ayuno para los musulmanes. Definido
literalmente, ayunar significa abstenerse completamente de
ingerir alimentos y bebidas, de mantener relaciones sexuales
íntimas y de fumar, desde antes del amanecer hasta la salida
del sol.
Todas estas prohibiciones meramente materiales conllevan una
serie de ventajas en el plano espiritual, no todas ellas
valoradas por la mayoría islámica. “La recompensa del ayuno
se la ha guardado Dios para sí mismo”, explica Mustafa,
presidente de la ONG Luna Blanca, que además de dar de comer
a varias centenas de ‘sin techo’ también instruye en la
cultura y la fe islámica. “El que cumple con el ayuno pero
no cumple los rezos está castigando su cuerpo. Muchos de los
musulmanes que acuden aquí están sin base religiosa. Tenemos
la labor de educar a nuestro colectivo”, dice. Y añade:
“Dios no quiere que se le adore con ignorancia”.
El ayuno o ‘saum’ es uno de los cinco pilares básicos del
Islam. La tradición musulmana simboliza esta imagen como un
“árbol continuamente creciente, de infinita virtud e
invarolables frutos”. Para entender el sentido del ayuno,
uno debe mirarlo desde un punto de vista religioso, aunque
no se deben olvidar tampoco sus connotaciones sociológicas e
incluso económicas. El principio sobre el que se sostiene el
Ramadán es un principio de amor a Dios. El musulmán ayuna
para agradar a Dios y buscar su gracia.
Uno de los aspectos más interesantes que propicia el ayuno
es el desarrollo de una ‘conciencia vigilante’. El Islam no
contempla la figura del ‘representante de Dios en la
tierra’. No hay una autoridad mundana que verifique u
obligue a guardar la abstinencia. Cada hombre responde
directamente ante Dios, debiendo rendirle cuentas sin
complaciencia.
El Ramadán refuerza aspectos del carácter que tienen su
trascendencia en la vida diaria: inculca paciencia y
altruismo, el dolor y la privación sensibiliza al musulmán
ante las necesidades, modera y desarrolla la fuerza de
voluntad, proporciona una idea de ahorro, reafirma la
disciplina y una idea de supervivencia saludable y crea un
sentido de pertenencia social, de unidad fraterna e igualdad
ante Dios.
Por encima de todo, el Ramadán tiene un profundo sentido de
unión dentro del grupo. Refuerza el sentido de comunidad y
estrecha lazos entre quienes profesan la misma fe. “Además
del respeto al ayuno, el mes de ramadán va acompañado de una
mayor devoción y adoración, caridad y estudio del Corán,
sociabilidad y actividad, autodisciplina y conciencia más
desarrolladas”, explica Karim, que preside una asociación
juvenil en El Príncipe.
Las cinco oraciones diarias, otro de los pilares básicos del
Islam, adquieren un sentido especial durante este mes. El
aspecto comunitario se multiplica, ya que el rezo ha de
hacerse en la mezquita, participando del mismo todo el
grupo. “El musulmán con otro musulmán debe ser como un
ladrillo sobre otro, formando un muro, sólido y unido”,
explica Mustafa, que preside Luna Blanca. “El rezo en la
mezquita está recompensado con 27 grados, mientras que el
rezo en solitario sólo supone un grado”. No cumplir con
estos cinco rezos sin causa justificada es una de las faltas
más horrendas, pero aún es peor ausentarse en el mes de
Ramadán. Para los musulmanes, hay dos tipos de oraciones,
las obligatorias (fard) y las que hacía el profeta (sunna),
estas últimas son voluntarias pero es reprobable
incumplirlas sin motivo aparente.
La primera de las oraciones es la oración del alba (salat al
fayr), que se realiza al amanecer, sobre las siete de la
mañana. Durante los meses de Ramadan los fieles acuden
masivamente a la mezquita a pesar de la temprana hora, algo
que no es tan habitual el resto de los meses aunque sigue
siendo obligatorio.
La oración del mediodía (salatu-z-Zhur), se efectúa sobre
las 14,15 horas. La oración de media tarde (salatu al assr)
sobre las 17,30 horas. La oración del anochecer (salat al
magreb), se realiza hacia las 19,45 y a continuación se
rompe el ayuno. La oración de la noche (salat al Ichaa)
tiene lugar a partir de las 21,15 horas. Tras la última
oración dirigida por el Imam, se pueden realizar 3 sunnas o
rezos voluntarios, dos ‘sfah’ (par) y un ‘uitr’ (impar).
Para el Islam los números impares tienen una importante
simbología ya que se reducen a Uno, que representa al Dios
único. Antes del rezo del alba (fayr) también se pueden
rezar dos sunnas (rezo voluntario) que se llaman ‘rakhat’.
El calendario islámico es lunar y los meses transcurren
según las posiciones de la luna. De esta forma, el mes
noveno, el de Ramadan, va rotando y puede caer en cualquiera
de las estaciones, provocando que la hora de cada oración
dependa de las horas de sol que tenga el día.
Para entrar en una mezquita es muy importante la higiene. Es
obligatorio ir bien lavado aunque no se permite el uso de
afeites ni cosméticos. El olor corporal es considerado una
ofensa a Dios y a la comunidad y la higiene adquiere un
sentido purificador. “Interna, en el sentido de claridad en
la fe, y esto debe reflejarse externamente”, dice Mustafa.
La ruptura del ayuno se realiza de forma ordenada y
comedida. La paciencia y moderación de la jornada no debe
romperse de un modo exaltado. La tradición reserva este
momento a un ámbito familiar , aunque también se realiza a
menudo en comunidad. El ayuno se rompe con un dátil, y a
partir de ahí estos deben comerse en número impar. Después,
la típica ‘jarera’, intentando no romper la frugalidad
llevada a lo largo del día.
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