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CULTURA - LUNES 24 DE OCTUBRE DE 2005


La mezquita de el príncipe. el pueblo

reportaje / ramadán
 

“Un árbol continuamente
creciente, de infinita virtud...”

El Ramadán es el mes de ayuno para la comunidad musulmana, una ofrenda a Dios para acercarse a Él y obtener su gracia
 

CEUTA
Pedro García Luaces

garcialuaces
@elpueblodeceuta.com

En un tiempo en que abunda en España el perfil de ‘católico no practicante’, que es algo así como decir “yo creer creo (por si acaso), pero no pierdo mi tiempo en la Iglesia”, sorprende observar cómo la comunidad islámica de Ceuta cumple con devoción su mes de Ramadán.

El Ramadán es un mes de ayuno para los musulmanes. Definido literalmente, ayunar significa abstenerse completamente de ingerir alimentos y bebidas, de mantener relaciones sexuales íntimas y de fumar, desde antes del amanecer hasta la salida del sol.

Todas estas prohibiciones meramente materiales conllevan una serie de ventajas en el plano espiritual, no todas ellas valoradas por la mayoría islámica. “La recompensa del ayuno se la ha guardado Dios para sí mismo”, explica Mustafa, presidente de la ONG Luna Blanca, que además de dar de comer a varias centenas de ‘sin techo’ también instruye en la cultura y la fe islámica. “El que cumple con el ayuno pero no cumple los rezos está castigando su cuerpo. Muchos de los musulmanes que acuden aquí están sin base religiosa. Tenemos la labor de educar a nuestro colectivo”, dice. Y añade: “Dios no quiere que se le adore con ignorancia”.

El ayuno o ‘saum’ es uno de los cinco pilares básicos del Islam. La tradición musulmana simboliza esta imagen como un “árbol continuamente creciente, de infinita virtud e invarolables frutos”. Para entender el sentido del ayuno, uno debe mirarlo desde un punto de vista religioso, aunque no se deben olvidar tampoco sus connotaciones sociológicas e incluso económicas. El principio sobre el que se sostiene el Ramadán es un principio de amor a Dios. El musulmán ayuna para agradar a Dios y buscar su gracia.

Uno de los aspectos más interesantes que propicia el ayuno es el desarrollo de una ‘conciencia vigilante’. El Islam no contempla la figura del ‘representante de Dios en la tierra’. No hay una autoridad mundana que verifique u obligue a guardar la abstinencia. Cada hombre responde directamente ante Dios, debiendo rendirle cuentas sin complaciencia.

El Ramadán refuerza aspectos del carácter que tienen su trascendencia en la vida diaria: inculca paciencia y altruismo, el dolor y la privación sensibiliza al musulmán ante las necesidades, modera y desarrolla la fuerza de voluntad, proporciona una idea de ahorro, reafirma la disciplina y una idea de supervivencia saludable y crea un sentido de pertenencia social, de unidad fraterna e igualdad ante Dios.

Por encima de todo, el Ramadán tiene un profundo sentido de unión dentro del grupo. Refuerza el sentido de comunidad y estrecha lazos entre quienes profesan la misma fe. “Además del respeto al ayuno, el mes de ramadán va acompañado de una mayor devoción y adoración, caridad y estudio del Corán, sociabilidad y actividad, autodisciplina y conciencia más desarrolladas”, explica Karim, que preside una asociación juvenil en El Príncipe.

Las cinco oraciones diarias, otro de los pilares básicos del Islam, adquieren un sentido especial durante este mes. El aspecto comunitario se multiplica, ya que el rezo ha de hacerse en la mezquita, participando del mismo todo el grupo. “El musulmán con otro musulmán debe ser como un ladrillo sobre otro, formando un muro, sólido y unido”, explica Mustafa, que preside Luna Blanca. “El rezo en la mezquita está recompensado con 27 grados, mientras que el rezo en solitario sólo supone un grado”. No cumplir con estos cinco rezos sin causa justificada es una de las faltas más horrendas, pero aún es peor ausentarse en el mes de Ramadán. Para los musulmanes, hay dos tipos de oraciones, las obligatorias (fard) y las que hacía el profeta (sunna), estas últimas son voluntarias pero es reprobable incumplirlas sin motivo aparente.

La primera de las oraciones es la oración del alba (salat al fayr), que se realiza al amanecer, sobre las siete de la mañana. Durante los meses de Ramadan los fieles acuden masivamente a la mezquita a pesar de la temprana hora, algo que no es tan habitual el resto de los meses aunque sigue siendo obligatorio.

La oración del mediodía (salatu-z-Zhur), se efectúa sobre las 14,15 horas. La oración de media tarde (salatu al assr) sobre las 17,30 horas. La oración del anochecer (salat al magreb), se realiza hacia las 19,45 y a continuación se rompe el ayuno. La oración de la noche (salat al Ichaa) tiene lugar a partir de las 21,15 horas. Tras la última oración dirigida por el Imam, se pueden realizar 3 sunnas o rezos voluntarios, dos ‘sfah’ (par) y un ‘uitr’ (impar). Para el Islam los números impares tienen una importante simbología ya que se reducen a Uno, que representa al Dios único. Antes del rezo del alba (fayr) también se pueden rezar dos sunnas (rezo voluntario) que se llaman ‘rakhat’.

El calendario islámico es lunar y los meses transcurren según las posiciones de la luna. De esta forma, el mes noveno, el de Ramadan, va rotando y puede caer en cualquiera de las estaciones, provocando que la hora de cada oración dependa de las horas de sol que tenga el día.

Para entrar en una mezquita es muy importante la higiene. Es obligatorio ir bien lavado aunque no se permite el uso de afeites ni cosméticos. El olor corporal es considerado una ofensa a Dios y a la comunidad y la higiene adquiere un sentido purificador. “Interna, en el sentido de claridad en la fe, y esto debe reflejarse externamente”, dice Mustafa.

La ruptura del ayuno se realiza de forma ordenada y comedida. La paciencia y moderación de la jornada no debe romperse de un modo exaltado. La tradición reserva este momento a un ámbito familiar , aunque también se realiza a menudo en comunidad. El ayuno se rompe con un dátil, y a partir de ahí estos deben comerse en número impar. Después, la típica ‘jarera’, intentando no romper la frugalidad llevada a lo largo del día.
 

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