Se vienen celebrando los 50 años
que hace de la muerte de Ortega y Gasset. Columnistas y
ensayistas escriben en los periódicos sobre él y destacan
aciertos de su obra que siguen teniendo una vigencia,
mutatis mutandi, sólo al alcance de un gran pensador que, en
muchos momentos, fue calificado de visionario y tachado de
metafísico pelma y de dandi de salón.
Cuando se lo presentaron a Alfonso XIII, éste, en un alarde
de imprudencia y simplismo borbónico, quiso quedarse con el
filósofo y, claro, se ganó un enemigo que, llegado su
momento, hizo posible que el Monarca abandonara España
prudentemente, aunque poniendo pies en polvorosa.
La primera vez que yo oí hablar de Ortega fue debido a su
muerte. Uno tenía, en aquel tiempo, la funesta manía de
visitar frecuentemente la biblioteca municipal y dialogar
con Antonio Femenía, funcionario que suplía con creces las
tareas del técnico titular. Que si bien no estaba liberado
de sus obligaciones, como se estila hoy en día, andaba
siempre empinando el codo y, por tanto, incapacitado para
poderle consultar.
Antonio Femenía, culto y predispuesto siempre a impartir sus
conocimientos, me dijo que había muerto un hombre muy
importante en España: alguien que había escrito: “Yo soy yo
y mis circunstancias”, entre otras muchas cosas. Y, dado que
mis alcances adolescentes no daban para entender semejante
enunciado, inmediatamente se me calcó en la cara esa
expresión de querer saber que tan bien conocía mi buscador
de lecturas.
-Vamos a ver, Manolo, imagínate que vas montado en bicicleta
y dejas de pedalear: ¿qué te ocurriría?
-Pues que me pegaría un jardazo contra el suelo.
-Pues bien, ahí tienes una de las posibles respuestas a lo
que significa el hombre y sus circunstancias. En una
palabra, jamás debes de dejarte ganar la partida por los
problemas que existen en el sitio en el cual has nacido y
vives.
De manera tan simple, pero tan sumamente ilustrativa, me
dictó Femenía una lección que nunca olvidé y que, además, me
hizo crecer pensando que yo estaba obligado a leer a quien
los españoles habían ido relegando hasta parecer que jamás
nunca había existido tan grande escritor, filósofo,
ensayista, periodista, catedrático, etcétera.
Al cabo de los años, cuando he leído y releído la obra de
Ortega y Gasset, sintiendo cada día la necesidad de hacer un
poco de tiempo para dejarme los ojos en las páginas de unos
volúmenes maltrechos ya por el transcurrir del tiempo, sigo
acordándome del jardazo que podía haberme dado si hubiera
decidido no pedalear en esta vida.
Porque vivir, según escribió el maestro, es haber caído
prisionero de un contorno inexorable. Y no cabe más que
sobreponerse a las circunstancias negativas. Porque la vida
es circunstancial y obliga al hombre a afrontar ese hecho si
no quiere perecer por resignación.
El Congreso de los diputados, con la defensa de Francisco
Antonio González, ha ratificado en el Congreso la
españolidad de Ceuta y Melilla, con los votos del Partido
Popular y del PSOE. Si bien ha tenido en contra los de los
nacionalismos periféricos. Es decir, los de ERC, CIU y el
PNV. Algo tan abominable como esperado. Vuelvo a Ortega: “El
hombre necesita nutrirse -egoísmo- con la vida de los otros
-altruismo. Este profundo entusiasmo hacia el otro porque yo
lo necesito supera la contraposición. El verdadero egoísta
es el que en el fondo de sí mismo, no necesita al otro”.
Catalanes, vascos y rojos de mentira, nos necesitan, pero
nos odian hasta extremos insospechados. Es como si les
obligaran a besar a una mujer por la que sienten asco:
España.
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