Dijo alguien, posiblemente
interesado en su defensa, que el retraso de la Justicia es
un mal común a toda la Europa comunitaria. Pero, a pesar de
que los juicios se celebren cuando apenas nadie recuerde ya
el escándalo ocasionado por los hechos ocurridos, no debemos
olvidar que quienes infringen las normas establecidas, y son
denunciados, terminan por sentarse en el banquillo de los
acusados. Que otra cosa es, como no podía ser menos, la
condena que dicten los jueces o el jurado popular.
Pues bien, un jurado popular será el encargado de impartir
justicia en el caso contra Susana Bermúdez, Francisco
Cazalla y Antonio Sampietro, cuando los tres comparezcan en
la Sala Sexta de la Audiencia Provincial de Cádiz en Ceuta,
el 16 de enero de 2006. Un juicio que despertará interés y
que volverá a enfrentarnos con la siguiente realidad: la
ciudad vivió entonces momentos tan grotescos como dañinos
para su reputación.
Una situación de la que hicieron burlas los periódicos de
gran tirada nacional, propiciando la mofa general de los
ciudadanos peninsulares y el que se señalara a Ceuta como el
mejor lugar para instalar un patio de monipodio adaptado a
las necesidades de la época.
Pero conviene aclarar, sin pérdida de tiempo, que para que
Susana Bermúdez pudiera convertirse en el hazmerreír de toda
España y de paso poner a su pueblo en la picota, antes debió
ocurrir que muchos caballas se confesaran rendidos
admiradores de las huestes de un Jesús GIL, que en el cielo
estés, cuya propaganda consistía en anunciarnos que nos
sacaría de la pobreza y nos protegería de los ladrones que,
según él, pululaban por nuestras calles.
Unas calles que fueron tomadas por un camión cargado de
murales y donde las promesas eran muchas y muy atractivas:
hotel flotante, policías patrullando a caballo como expertos
canadienses, relaciones extraordinarias con Marruecos, y un
casino que sería la envidia de todos los que tienen su sede
en Las Vegas.
Siguiendo al camión de la felicidad, aparcado en los
distintos barrios ceutíes, iban periodistas, funcionarios,
políticos, negociantes, y toda esa gente que anda siempre
dispuesta a sacar tajada de cualquier cambio que se produzca
en el Gobierno de la Ciudad. Gente que había decidido
convertir a Jesús Fortes en el culpable de todos los males
reinantes. Y a fe que lo crucificaron. Y algunos de los
judas habían comido en las manos del presidente y hasta se
habían refocilado, con dinero público, en algún que otro
escenario holandés.
Y no crean ustedes que los tales fueron repudiados y siguen
siendo visto con malos ojos, ni hablar: casi todos disfrutan
de canonjías; o sea, empleos de mucho provecho y poco
trabajo. Y si uno pregunta a quienes lo consienten, sobre
las razones que existen para esas distinciones, suelen
responder que es una decisión tomada para demostrar que no
quedan rencores. Marchando una de cuento de hadas.
Mas volvamos a Susana Bermúdez: una mujer cuyo egoísmo puso
a Ceuta en manos de personas que venían dispuestas a saquear
las arcas de la ciudad. No sé si ella, con el paso del
tiempo, se habrá percatado del daño causado y de cómo pudo
cambiar la vida de su tierra. Por lo tanto, justo es que
ahora apechugue con la incertidumbre de lo que pueda
sucederle si el jurado la condena por delito de cohecho.
De todos modos, mi interés radica más en oír las
declaraciones de Simarro, citado como testigo. Por cierto,
para saber qué piensa de todo lo sucedido entonces, he aquí
una idea. Que lo entrevisten en RTCE, y si es posible al
alimón entre Higinio Molina y Andrés Sánchez. Sería un éxito
de público y una previa estupenda para amenizar el juicio.
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