Está pasando por el trance más
complicado de su carrera profesional. Entiéndase la
perteneciente a la Policía Local. En la cual lleva la tira
de años: un cuarto de siglo y puede que me quede corto.
Ángel Gómez es un hombre curtido en mil batallas y está
acostumbrado a salir airoso de todos los asedios a que fue
sometido.
Aún recuerdo de qué manera supo librarse de las garras de
Francisco Fráiz -alcalde atrabiliario que se la tenía jurada
desde antes de tomar posesión del cargo-. Aunque bien es
cierto que tuvo que luchar denonadamente para poder
reintegrarse a un puesto que el monterilla trató por todos
los medios de quitarle.
En aquella ocasión, se hablaba de que a Gómez se le temía
por las muchas cosas malas que sabía de los demás. Le
achacaban ser el hombre más enterado de la ciudad en
relación con la vida y milagros de los políticos. Y, claro,
los había dispuestos a enviarlo al paro por la vía de la
infamia. Pero como bien dije antes, el vallisoletano sorteó
las tarascadas del alcalde y volvió a su sitio con nuevos
aires y mejores bríos.
Ángel Gómez sabe latín y griego. De no ser así, ya me
contarán ustedes como ha sido capaz de mantenerse al frente
de la Policía Local tantos años y acumulando honores,
recompensas y ascensos titulados de manera rimbombantes.
Misión imposible para alguien que no fuera tan astuto y
despierto como lo es él.
Mas no sólo con habilidad y mente clara se puede dirigir un
Cuerpo que ha ido creciendo con el paso de los años hasta
convertirse en una institución tan poderosa como nutrida y
complicada. Para ello, hace falta algo más: tener unos
conocimientos de la profesión capaces de superar con creces
sus defectos: que son varios y de dominio público por
reiterados. Defectos de humano, claro está; así que tire la
primera piedra quien esté libre de ellos.
Ángel Gómez lleva mucho tiempo bebiéndose los vientos por el
Partido Popular. Si bien nunca le he preguntado si es
militante. Y, de serlo, está en su perfecto derecho. Tal vez
por ese motivo Antonio Sampietro le quitó todos los poderes
y lo convirtió en un cero a la izquierda de los militares
que se hicieron cargo de la Policía Local.
Con la llegada del GIL, nuestro actual director general de
Gobernación volvió a ser tratado como un don nadie. Y vivió
un exilio repleto de injusticias y lleno de traiciones.
Sobre todo porque varios de sus hombres, los más queridos y
protegidos por él, se pasaron al bando de los ganadores y le
hicieron tragar quina. Todavía me acuerdo de cómo se
lamentaba Ángel de su situación. Mucho peor, según él, que
la sufrida durante la persecución de Fráiz.
Pero también supo resurgir de sus cenizas y se nos presentó,
de la noche a la mañana, con más fuerza que nunca y con la
confianza absoluta de los nuevos gobernantes: los suyos; es
decir, los pertenecientes al PP. Y pasó lo que tenía que
pasar: ascendió de Jefe de la Policía a Superintendente y,
luego, a Director general de Gobernación. Logros conseguidos
en el menor espacio de tiempo y que venían a paliar en parte
el maltrato recibido por el GIL.
Pues bien, seguro estoy, a pesar de que llevo muchos meses
sin hablar con Ángel Gómez, de que ni Fráiz ni Sampietro,
con sus manías persecutorias, pudieron hacerle tanto daño
como le está haciendo la manifestación de una parte numerosa
de los suyos ante las puertas del Ayuntamiento. Creo que es
un golpe del cual tardará en recuperarse. Como creo que
alguna culpa debe tener en que se hayan producido tales
muestras de desagrado. Aun así, y no teniendo yo motivos
para la defensa, pienso que Ángel Gómez merece seguir en el
cargo. Pues es muy válido.
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