El agua está pasando de ser un
derecho a convertirse en un recurso que hay que proteger. O
por lo menos eso intentan las instituciones públicas y
ecologistas. Acostumbrarse a cerrar el grifo mientras uno se
lava los dientes parece fácil, pero no lo es si se sigue
manteniendo aquello de: usaré el agua que quiera, que para
eso pago la cuota. Con el tiempo, lo mismo pagamos
mensualidades por pastillas potabilizadoras. Lejos de llegar
a esos extremos, Cristina Narbona expresó ayer su
tranquilidad a Carolina Pérez porque en Ceuta no ha habido
restricciones en el suministro este año, el más seco desde
1990. Y la consejera de Medio Ambiente se mostró muy
satisfecha con lo obtenido. Que el clima sea cordial entre
las instituciones es casi un milagro y más, si sus
representantes son de diferente signo político. Además de lo
acordado sobre el cierre definitivo del vertedero de Santa
Catalina -que vomitaba basura al mar- el Estado se encargará
de financiar la llegada de un buque con agua a la ciudad
siempre que lo requiera la situación. Aquí, Narbona y el
Gobierno han querido satisfacer al Ejecutivo ceutí, porque
el barco nunca ha sido una prioridad para Madrid, sino la
aplicación de un plan integral. Si así estamos más
tranquilos, adelante. Pero quizá lo más práctico sean las
medidas que restrinjan la pérdida de agua de la red de
suministro. Hay que aprovechar hasta la última gota, desde
el Gobierno pero también desde casa, a pesar de que suene a
lección de colegio; aunque cueste el cambio; aunque colocar
una botella con arena dentro del depósito del inodoro - y
uno viva en Coruña, ciudad a la cabeza de las
precipitaciones nacionales- sea complicado, casi una obra de
ingeniería. No hay que pensárselo mucho: ante la emergencia,
quejarse sirve de poco y en este caso, es una pérdida de
saliva. Porque lo del agua -, aire, tierra y espacio, que un
día amaneceremos con un pedazo de satélite en la terraza- se
padece. El coche no está tan feo con un poco de barro, así
se ve que está rodado.
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