Con la visita de la Comisión de
técnicos de la Unión Europea continúa hoy el periplo de
visitas al perímetro fronterizo de Ceuta. Ni el paseo de la
playa de la Ribera está tan concurrido últimamente: los más
de ocho kilómetros de vallado son el lugar más visitado de
la ciudad. Políticos, comisiones, regimientos militares; no
cabe un alma más. Parece que el asunto fuera nuevo, que, de
repente, el pasado 29 de septiembre el drama se hubiera
desatado en la frontera sin previo aviso, que un grupo de
500 subsaharianos hubiera decidido saltar la alambrada como
arrastrados por una fuerza desconocida, surgida del instinto
de sorprender a Occidente. El suceso requería la presencia
de mandatarios nacionales, así ha sido y seguirá siendo:
harán acto de presencia en la ciudad y se marcharán. Hasta
el momento, el millón y medio de euros que destinará el
Gobierno central para atender a los inmigrantes parece la
acción más inteligente de todas, porque el cruce de
acusaciones entre los principales partidos del país satura a
una población que demanda soluciones reales. Y la realidad
no es otra que la del goteo de muertes y enganchones en las
alambradas de Ceuta y Melilla y la de dos ciudades que no
saben cómo mirar hacia el sur. El problema no es sólo de
España, ni siquiera sólo de la UE. Corresponde a una
dinámica global. Lo que pasa es que, admitirlo, nos
obligaría a todos a visitar el vallado y eso ya requeriría
el uso de tickets (¿quién es el último?). Visitas, vale.
Soluciones, mucho mejor. Que pregunten, que hablen lo que
haga falta pero que, finalmente salgan con un plan integral
que ayude a parar el drama, medidas que no se centren
simplemente en subir o bajar un metro de alambre, sino que
miren al centro del problema: la miseria. Y que los cargos
electos y los que quieren serlo dejen de protagonizar las
páginas y las fotos de la prensa porque así sólo salvan el
cargo y como dijo un poeta uruguayo: no te salves, y si lo
haces, no te quedes conmigo.
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