Los incidentes en Ceuta y Melilla
llevan sucediéndose desde hace varias semanas. Los sucesos
de Ceuta, en concreto, tuvieron lugar el pasado jueves con
un macabro balance de cinco muertos. En Melilla, la
situación no parece encontrar freno... pero la respuesta
llega una semana tarde con una visita urgente motivada
-entre otras circunstancias- por la escalada que ha
adquirido para España y Europa, el fenómeno de la
inmigración irregular. De la vega ha sido enviada, de paso,
para romper el silencio mantenido por Zapatero ante Jettú.
España se ha encontrado con un problema, que no es nuevo, y
que le ha explotado en sus mismas puertas tras la activación
de la mecha marroquí, verdadero impulsor de la situación,
pese a que la política de gestos en la diplomacia española
no quiera reconocer tal evidencia. Que Marruecos es un país
pobre y en supuesta via de desarrollo, nadie lo duda. Sus
habitantes viven mayoritariamente en el umbral de la
desesperante hambruna y falta de oportunidades donde la
clase media no es que sea mínima, sino que es inexistente.
En Marruecos, y el Gobierno español lo sabe, sólo existe la
clase rica y poderosa, cercana a la monarquía y la clase
pobre, humilde, analfabeta y desesperada a la que no le
llega ni un sólo euro de cuantas ayudas pueda recibir el
reino de Mohamed VI. Nadie duda de las necesidades
perentorias en Marruecos donde los derechos humanos son sólo
el privilegio de unos cuantos; donde lo estipulado en las
convenciones internacionales son papel mojado y donde los
acuerdos bilaterales son utilizados al antojo de la
necesidad, no del pueblo marroquí a quienes respetamos, sino
de su clase dirigente en una sociedad con reminiscencias
feudales.
La presión migratoria ejercida sobre Ceuta y Melilla
alentada -como han afirmado los subsaharianos- por las
fuerzas militares del vecino país, ha sido una estratagema
diseñada en momento tan crucial como la última RAN y que ha
logrado poner a España en el disparadero con una tensión
interna hasta ahora desconocida.
Europa también ha entendido el mensaje. Se trata ahora de
preservar nuestro modelo de sociedad mientras ayudamos a los
terceros países a desarrollar sus potencialidades exigiendo,
eso sí, los estrictos cumplimientos de acuerdos. Pero España
no debe ceder un ápice ante un país que no reparte riquezas,
del que se duda sobre su libertad y encaminarlo hacia el
desarrollo pero sin perderle nunca la cara.
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