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OPINIÓN - JUEVES 6 DE OCTUBRE DE 2005

 
OPINIÓN / EDITORIAL

Responsabilidades

Los incidentes en Ceuta y Melilla llevan sucediéndose desde hace varias semanas. Los sucesos de Ceuta, en concreto, tuvieron lugar el pasado jueves con un macabro balance de cinco muertos. En Melilla, la situación no parece encontrar freno... pero la respuesta llega una semana tarde con una visita urgente motivada -entre otras circunstancias- por la escalada que ha adquirido para España y Europa, el fenómeno de la inmigración irregular. De la vega ha sido enviada, de paso, para romper el silencio mantenido por Zapatero ante Jettú.

España se ha encontrado con un problema, que no es nuevo, y que le ha explotado en sus mismas puertas tras la activación de la mecha marroquí, verdadero impulsor de la situación, pese a que la política de gestos en la diplomacia española no quiera reconocer tal evidencia. Que Marruecos es un país pobre y en supuesta via de desarrollo, nadie lo duda. Sus habitantes viven mayoritariamente en el umbral de la desesperante hambruna y falta de oportunidades donde la clase media no es que sea mínima, sino que es inexistente. En Marruecos, y el Gobierno español lo sabe, sólo existe la clase rica y poderosa, cercana a la monarquía y la clase pobre, humilde, analfabeta y desesperada a la que no le llega ni un sólo euro de cuantas ayudas pueda recibir el reino de Mohamed VI. Nadie duda de las necesidades perentorias en Marruecos donde los derechos humanos son sólo el privilegio de unos cuantos; donde lo estipulado en las convenciones internacionales son papel mojado y donde los acuerdos bilaterales son utilizados al antojo de la necesidad, no del pueblo marroquí a quienes respetamos, sino de su clase dirigente en una sociedad con reminiscencias feudales.

La presión migratoria ejercida sobre Ceuta y Melilla alentada -como han afirmado los subsaharianos- por las fuerzas militares del vecino país, ha sido una estratagema diseñada en momento tan crucial como la última RAN y que ha logrado poner a España en el disparadero con una tensión interna hasta ahora desconocida.

Europa también ha entendido el mensaje. Se trata ahora de preservar nuestro modelo de sociedad mientras ayudamos a los terceros países a desarrollar sus potencialidades exigiendo, eso sí, los estrictos cumplimientos de acuerdos. Pero España no debe ceder un ápice ante un país que no reparte riquezas, del que se duda sobre su libertad y encaminarlo hacia el desarrollo pero sin perderle nunca la cara.
 

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