Quienes hayan leído la
Rectificación de la República, Ortega y Gasset, saben que
éste pide una democracia acerada de Estado, lejos de
egoísmos individualistas y de pueblo en la plazuela. Y
remata así: “Una democracia que no sepa colocar la seriedad
y la inexorabilidad del Estado por encima de cualesquiera
insolencias particulares, será arrollada por la juventud”.
Nuestro mejor filósofo, de vigencia nunca caduca, conocía
sobradamente que los extremados localismos españoles
terminaban siempre causando enfrentamientos entre pueblos y
evitando que España saliera a flote.
En los momentos que nos está tocando vivir, es conveniente
enfrascarse en la lectura del maestro. Ayer leía yo,
precisamente, Las provincias deben rebelarse contra toda
candidatura de indeseables. Que podría traducirse por las
Comunidades Autónomas deben oponerse a las candidaturas de
políticos dispuestos a trocear España en mil pedazos.
Una España trastornada por hombres como Ibarreche, Carod
Rovira, Maragall y otras gentes de esa laya. Gentes que se
están aprovechando de la actitud de un presidente de
Gobierno que empieza a sembrar dudas sobre la idea que tiene
de nuestra nación. Hasta el punto de que hay ocasiones en
las cuales parece que sea él quien anima a los localistas en
sus reivindicaciones preñadas de egoísmos y de exclusiones.
Sobre todo en el caso de Maragall.
El ex alcalde de Barcelona tiene muy claro que España se
tiene que catalanizar. Una idea muy antigua y que él ha
visto llegado el momento de hacerla realidad porque el
Gobierno de ZP carece de disciplina y sí está maduro para
intentarlo por todos los medios. Menos mal que enfrente está
teniendo la oposición de muchos pesos pesados del socialismo
que están que trinan con Maragall y, desde luego, con el
comportamiento de ZP.
Un comportamiento melifluo a todas luces. Para ejemplo de lo
que digo está la callada por respuesta que dio el otro día
en Sevilla, en la cumbre con Marruecos, cuando le
preguntaron al primer ministro marroquí, Driss Jettu, sobre
las conversaciones de soberanía compartida, propuestas por
Hassan II en los años 80.
A un presidente español no le cabía más que una respuesta:
Ceuta es española mucho antes que existiera el reino de
Marruecos y jamás será motivo de conversaciones que valgan
para alentar ilusiones de entrega al país vecino. En esas
situaciones no hay lugar para la diplomacia, ni para la
buena educación, ni para el miedo a ofender al invitado. En
esas situaciones, por encima de todo, lo que urge es
desengañar a quienes no cesan de reclamar lo que no les
pertenece. Por más que, al día siguiente, monten un nuevo
número encaminado a causar desazón y miedo entre los
españoles. Y, sobre todo, permitan a los quintacolumnistas
airear en los medios que la situación de Ceuta y Melilla
entorpece nuestras relaciones con Marruecos. Lo cual supone
un problema que los demás españoles, es decir, los que no
son de Ceuta y Melilla, no tienen por qué aguantar. Una
canallada en todos los sentidos. Y que hacen, por ejemplo,
que María Antonia Iglesias y Máximo Cajal sean personas
despreciadas en ambas ciudades. Y no sin razón.
A partir de ahora, al menos en lo que a mí me corresponde,
en cuanto estas criaturas vomiten expresiones enconadas
contra Ceuta, las nominaré con el vocablo Quisling. Y es que
el tal Quisling fue un político noruego que traicionó a los
suyos cuando Hitler estaba en su apogeo. Y no sólo fue
fusilado, sino que su apellido pasó a la historia como
sinónimo de traidor.
ZP se lo ha ganado en Sevilla por su silencio. Ojalá
rectifique y no siga haciéndose el noruego.
|