Con el asalto de los inmigrantes
por el perímetro fronterizo, Ceuta está ocupando, una vez
más, las portadas de todos los periódicos nacionales e
internacionales y, además, sirve para que los medios orales
tengan cubiertas gran parte de sus emisiones. Lo cual
propicia que se digan y escriban muchas necedades que no
hacen sino distorsionar la realidad de esta ciudad.
Lo mismo ocurrió cuando el lío de Perejil: hubo periodistas,
enviados por periódicos de gran tirada, cuyos comentarios
dejaban mucho que desear y que se comportaban de mala manera
en la sala de estar de los hoteles. De haber visto mi
admirado Luis María Ansón a una de las suyas, aquellos días,
no sólo se hubiera indignado sino que también habría
decidido darle la boleta inmediatamente. Pues hacía gala de
una chabacanería impropia de una profesional de La Razón.
Si opinar a primera vista de cualquier ciudad es siempre un
riesgo que conduce irremisiblemente al error, hacerlo de
Ceuta son ganas de meter la pata hasta el corvejón y, por
consiguiente, dañar la imagen de ella. Lo cual parece que se
ha puesto de moda en los últimos años.
Leo en un periódico digital que al viajero que pisa Ceuta
por primera vez, le recorre una sensación de exotismo y
claustrofobia a partes iguales; una impresión que se va
agudizando a medida que el visitante recorre sus históricas
calles en las que puede respirar una paz y una calma en
tensión; un silencio preocupante jalonado del misterio que
esconde un punto de encuentro entre muchas culturas, azotado
por el espectro de la pobreza. Sin embargo, continúa el
periodista, lo que el viajero recuerda de Ceuta, lejos de
sus murallas excelsas, que recorren el istmo de norte a sur,
son las escenas miserables que encuentra en zonas alejadas
de la Gran Vía y del centro urbano.
Me imagino que semejante descripción de la ciudad le habrá
supuesto un esfuerzo enorme al fulano y el director del
medio se habrá visto obligado a darle unas vacaciones extras
a semejante lumbrera.
Primera acepción de claustrofobia: Temor enfermizo a
permanecer en espacios cerrados. Mire usted, si para salir
de Ceuta uno ha de esperar a coger un barco o un
helicóptero, si acaso no quiere darse un garbeo por
Marruecos, lo mismo le ocurrirá en cualquier isla del
archipiélago baleárico. O en las Islas Canarias.
Exótico: (País u otro lugar) lejano y muy distinto en su
ambiente físico y humano respecto a aquel que se toma como
referencia. Por lo tanto, dígame usted -viajero que llega a
Ceuta por primera vez- si los miembros pertenecientes a las
diversas culturas de esta ciudad van por las calles
infundiendo recelos por cómo visten o por cómo se comportan
en la vía pública.
Más bien pienso que paseando por las históricas calles de
Ceuta, repletas de paz y de calma -nunca tensa-, se sentiría
usted más seguro que si a mí me da por transitar la Gran Vía
madrileña o las Ramblas de Barcelona. Ciudades cosmopolitas,
gracias a los tiempos que corren y a los inmigrantes que las
van poblando a pasos agigantados.
En lo tocante a la pobreza, que usted descubrió a medida que
se fue alejando del centro urbano y de nuestra Gran Vía, le
diré que es la misma que existe, desgraciadamente, en todas
las ciudades. Sin ir más lejos, recuerde las imágenes de la
ciudad de Nueva Orleans.
Lo que no le voy a negar es que Ceuta es frontera con
Marruecos y que esa frontera pertenece a un país donde hay
muchos pobres y pocos ricos. Y las razones son claras. De
todos modos, viajero que pone los pies en Ceuta, por primera
vez, venga a visitarnos con tiempo y con buenas intenciones
para hacerle justicia. Ea.
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